Asústame si puedes

Asústame si puedes

Con la venia: te pongo en antecedentes...

 

…contándote que, la víspera de mi vigésimo primer cumpleaños, Franco se acojonó tanto que no se acabó la comida.
Claro está que no fue porque yo estuviera a punto de alcanzar mi mayoría de edad: había otra razón más grave aún.
Nada menos que el comienzo de la operación llamada -en hebreo moderno- Sadin Adom, lo que en nuestra parla se traduce por Sábana Roja.
Se trataba del ataque aéreo que dio principio a la Guerra de los Seis Días.

Tal fue el cague que la noticia de dio al Invictísimo, que no se acabó el lenguadito que tenía en el plato y, con toda la comitiva, salió zumbando hacia su pardusca lejanía.
Y desta manera se acabaron los fastos inaugurales de la Refinería del Serrallo. La ESSO, que se decía entonces.

Has de saber también que, en razón del cargo de Padre, nuestra pareja progenitora había asistido al evento y -más tarde, en casa, durante la cena- contaron los pormenores del asunto a sus tres atentos retoños.
Acabada la pitanza, recogimos la mesa en un pispás, pasamos a la sala y encendimos el Marconi para ver el telediario nocturno.
Naturalmente, el noticiario se extendió a modo sobre el conflicto, la retestinación mundial que produjo y los males que nos acechaban del uno al otro confín

Cuando acabó el informativo fuimos todos a la cocina, y cada uno se ocupó de su tarea doméstica según los turnos de la semana.
A mí me tocaba de secador por lo que quedé a la espera del final del fregoteo, y aproveché para comentar con el Padre el incidente y hacer cábalas sobre sus consecuencias.

Recuerdo haberle dicho que no veía razón para estar inquietos en nuestra zona, porque si bien el fandangaso estaba relativamente cercano, nos separaba dello toda la Mar Nuestra y una jartá de países.
Añadí que en aquellas Santas Tierras los zamarrupios son pan diario desde antes del Diluvio, por lo que creía que -fuera cual fuese el resultado del ataque- el asunto se saldaría en su propio territorio, sin extenderse.
No veía motivos para tener miedo. No aquí. No nosotros.

Padre se mostró de acuerdo conmigo respecto a Oriente Próximo. Pero me contradijo en cuanto a lo local, señalando un detalle que se me había escapado: la Refinería estaba en marcha.
Así que sin duda había misiles apuntando al Serrallo. Tanto de los enemigos declarados como de los supuestos amigos.
Éramos ya un objetivo de bombardeo en caso de guerra.

Se me mudó la color, encogióseme el ombligo, se me crispó el perineo, y mi esfínter anal -en uso de su libre albedrío- puso el cartel de «MUY CERRADO»
Todo lo cual se me debió notar en la cara. Seguro que mi faz presentaba muy mal aspecto.
Pero no me esperaba las carcajadas de Padre, ni el coro de las de mi Madre.

Cuando se calmaron pregunté de que se reían, y el Viejo mirándome a los ojos, me contestó:
-Manolo, hijo, es igual que cuando vivíamos en Cartagena. ¿O es que te crees que Escombreras no tiene el mismo peligro, y aún más por ser más grande?
Y hemos vivido y crecido allí, haciendo lo que tocaba cada día. Como lo haremos aquí. No nos ganará el miedo-

-¿Y si…?-
-¿Si se pone mal la cosa acá?-
-Eso-
-Aguantaremos hasta donde podamos. Como todo ser vivo hasta que muere. Y ahora, déjate de profecías tontas y filosofías baratas y ponte a secar los platos, que ya te toca.-
Mi Madre jugó el mingo, según costumbre:
-Acuérdate de repasar a fondo los cubiertos, Manolo, y para variar, coloca bien los cuchillos.-
Naturalmente obedecí. Puse atención al trasteo, no fuera cosa que rompiera algún plato, ordené los cuchillos con el mango a primera mano, y me olvidé del agobio.
Dormí como un recién nacido sin deudas.
Fin de los antecedentes.

¿Te has coscao, chaval? Me asusté aquella noche del ’67 pero me duró muy poco, porque para seguir viviendo tenía una tarea que hacer.
Igual que la tengo hoy mismo, nene, cuando me amenazas con un crac de la economía y barruntas guerras inconcretas, dándome además la orden -camuflada de buen consejo- de que me busque y pague un maletín de urgencias pobretonas, a manera de espejo de mi desamparo.
Espérate sentao a que me acojone, rey, porque tengo que resolverme un crucigrama y estaré ocupao un ratico.

Por cierto, que cuando me quieras torear por delantales, con la esperancita desas ridículas 72 horas a la intemperie, y la promesita de que me socorrerás desde tu búnker, ya será mi hora de tomar la siesta y no podré atenderte.
Ya si eso te llamo luego.

Vamos, que no te voy a dar cuartel, carnal. Incluso reconociendo que a veces tienes alguna pincelada buena.
Como la de hace cuatro días, que andabas prometiendo la derrota de La Señora -la Inmortalidad que se dice- gracias a la IA y la Nanotecnología, ía, ía, ía.
Ahí sí que me inquieté un poquillo, porque la idea de estar pagándote impuestos por toda la eternidad es una puñalaíta en el guajerro.
Pero enseguida recordé lo que media entre tus titulares y la realidad. Con eso y una caña bien fría se me pasó el repelús.

Bueno, acabemos, que tengo el bacalao al horno y no quiero que se pase de punto.
Quede aquí constancia de que -desde la publicación esta columnata- bloqueo tu acceso a todos mis canales de información.
No te recibiré ni por propio, ni por interpuesto, ni por perifrástico.
Vete noramala a darle miedo a quien te lo consienta.
Que cada vez van a ser menos.

B.S.R.
Es Magdalena todavía, valga la recomendación de la entrega anterior.

Manolodíaz.