Las certezas son espejismos de mentes que temen al vacío. No olvidemos que el universo juega a los dados… y nosotros somos parte del juego.
Hace unos días, antes del famoso apagón (que abordaré en un próximo artículo), mi amigo Javier nos invitó a una cena literaria/temática en su casa para compartir conocimientos. En esta ocasión, se eligió un tema sobre el cual me gustaría compartir algunas pinceladas con las personas lectoras de Castellón Diario. Este tema es muy actual, tal como lo demuestra el hecho de que la ONU haya declarado 2025 Año Cuántico para celebrar la extraña física que hace funcionar tu móvil. Hace ahora un siglo, un puñado de “cerebritos” destrozó nuestra concepción de la realidad con una teoría incomprensible. «Y el que diga que la entiende miente», añadiría el premio Nobel Richard Feynman. Uno de los hilos conductores de la cena, aparte de fenómenos cuánticos en diversos contextos, fue que vivimos en la incertidumbre.
¿Qué sabemos sobre las certezas?
Las certezas son islotes en un océano cuántico.
La física moderna nos muestra que hasta lo más «sólido» es un vacío vibrante de partículas probabilísticas. ¿Acaso el electrón sabe dónde está antes de que lo observes? La realidad, como nosotros, parece decidir en el acto.
La paradoja humana
Buscamos certezas como abrigo, pero la vida es campo abierto —como alguien querido dijo en aquella poesía en la masía de la Perla de la Montaña: imprevisible, fértil y sin vallas. Hasta las matemáticas, reinas de lo exacto, tropiezan con teoremas de incompletitud (Gödel) o el caos determinista.
Certero = ¿adaptable?
Quizá la única certeza sea que todo cambia, como decía la canción. Las células se renuevan, las culturas mutan y las parejas envejecen, todo cambia, y hasta las leyes físicas podrían ser locales (multiversos). Pensar en lo fijo es nadar contra el flujo de lo real.
Quien no lo tenga claro es porque no meditó lo suficiente sobre la impermanencia de la existencia.
¿Y entonces? ¿Estamos preparados para lo improbable y la incertidumbre ?
Una guerra, un colapso, otra inundación, que nos toque la lotería… Nadie lo espera, pero todas las personas lo tenemos al acecho aunque no lo tengamos presente. Desde algunos sectores se aboga por entender mejor el contexto y los nuevos paradigmas hacia una transición de VUCA hacia BANI, pero la pregunta es:
¿Estamos realmente preparados para lo improbable? ¿Vivimos más en el paradigma de la certidumbre inconsciente o en el de la incertidumbre consciente? ¿Somos conscientes plenamente de que la vida es incertidumbre?
Abrazar la incertidumbre no es rendirse, ni una frase hecha de la New Age, es aceptar que lo “improbable” puede suceder, tal como vimos con el COVID, con la DANA o con el apagón. Con la información que la comunidad científica tiene actualmente, no se deben descartar otros sucesos. No deberíamos descartarlos, como bien nos relata el científico del CSIC Fernando Valladares. en su recomendable y excelente blog.
Estos eventos no son anomalías, sino recordatorios de que somos muy frágiles, hiperdependientes de tecnologías y vulnerables. No aguantaríamos ni 2 semanas sin la tecnología, la cual a su vez depende de la energía y los recursos naturales, y este sistema es más frágil de lo que queremos admitir y podría colapsar.
El profesor emérito Serge Latouche afirmó,
El que crea que en un mundo con recursos naturales finitos, el crecimiento puede ser infinito o es un loco o es un economista.
Abrazar la incertidumbre no es rendición, sino lucidez. Es reconocer que el futuro no es lineal, que las partículas —como nuestras vidas— existen en superposición de posibilidades. ¿Y si la próxima catástrofe ya estuviera en camino? ¿O la próxima oportunidad? La clave está en hacernos las preguntas incómodas: ¿podríamos sobrevivir sin energía?, ¿sin internet?, ¿o solo fingimos control sobre lo incontrolable? Nuestras actuaciónes son reactivas, no preventivas. Seguimos manteniendo sistemas frágiles e insostenibles.
Quizá, quizás, quizás, la única certeza sea esta: vivir es navegar en un mar de incertidumbre. Y solo los que se atreven a mirarlo de frente —preparados para lo peor, abiertos a lo mejor— encuentran puerto.
Y, para terminar, algo compartido por mi amado padre:
“Cuenta la leyenda que en cierta ocasión en una conferencia de Bertrand Russell fue abordado por una joven estudiante visiblemente frustrada y le dijo, señor Rusell he leído y estudiado sobre lógica, psicología, matemáticas, sobre filosofía. Pero cuanto más estudio más dudas tengo. Me siento como si todo lo que aprendo solo me alejara de la verdad. Russel la miró con amabilidad y le pidió que lo acompañara a la sala de descanso. Allí tomó una taza de té vacía y le dijo: “Imagina que esta taza es tu mente. Si la llenas con lo primero que encuentras, no habrá espacio para nada nuevo, pero si la mantienes vacía, puedes recibir, cuestionar y transformar lo que entra”.
La estudiante frunció el ceño: “¿Está diciendo que no debo buscar certezas?” Russell sonrió ligeramente: “Buscar certezas es humano, pero vivir como si ya las tuvieras es un error. La sabiduría no está en tener todas las respuestas, sino en formular las preguntas correctas una y otra vez”. Desde ese día, la joven entendió que dudar no era un signo de debilidad, sino de profundidad y que, como enseñaba Russell, la filosofía y psicología no existen para darnos seguridad, sino para mantenernos despiertos”.
Las certezas son espejismos de mentes que temen al vacío. No olvidemos que el universo juega a los dados… y nosotros somos parte del juego.
Dionis Montesinos, Bombero de la SGISE de la Generalitat Valenciana y estudiante de Psicología.