Dánae y La Lluvia Oro

Dánae y La Lluvia Oro

Con la venia: Para romper el hielo hicimos el circuito barrero de Tascas y Campoamor, con la guinda en Pescadores. De pronto, teníamos ambos pies esféricos, vista turbia, gaseosa la cabeza, la libido en directa, la prudencia en el pozo.

 

Chispeaba un poco fuera en la calle; mucho dentro nuestro. Optamos por llevar el festarrupio a la Avenida de la Mar, pared por medio con los militares. A casa mía. Un trayecto de cuatro pasos nomás, en días normales.

Muy entrelazados, para dar batalla a los resbalones y de paso conservar el calorcito amoroso, salimos de Pescadores con un paso lento, pero inseguro. Así pues…topetazo contra la cortina metálica del Sportium. Grande fragor y susto tuvimos. Pero se decidió que era el pistoletazo de salida de una carrera que había que ganar. Con este ánimo optimista trastabillamos lo necesario para tropezar con un cercano buzón de correos que, grandote y amarillo de ordinario, fue invisible a nuestros ojos. Una vez recompuestos equilibrio y visión, hicimos frente a la faena de cruzar Gobernador.

Se produjo un efecto a dos bandas. No me preguntéis porqué, pero os aseguro que rebotamos en la esquina del Asilo, yendo a parar ante la sonriente muchacha que anuncia delicias mil si estás con la piel bien cuidada. Justo en la cristalera de lo que viene siendo Solmanía.

A grandes males, soluciones tontas. Pedí ayuda a las Musas para mantener una cierta dignidad en nuestro deambular. Tras un par de desafinos, logré silbar aceptablemente una versión de la Danza de los Caballeros, con el ritmo majestuoso y bien marcado, que nos sirvió para llegar a la esquina de la tintorería, remedando el anadeo de las ocas más torpes.

Bastaba con pasar la calle Peñíscola, seguir silbando, y en la casa amarilla de Avenida con Benicarló, estaba la puerta de mi quierito. Habríamos llegado a seguro en veinte trancos.

Pero teníamos enfrente una sucursal bancaria, con la que yo siempre mantuve una relación digamos tempestuosa, hasta el punto de apodarla MiBanqueja. Tal vez por esta causa o por otra cualquiera, incluido el ya dicho efecto rebote, atravesamos la Avenida en diagonal y llevamos nuestros huesos a la acera opuesta, al entonces escaparate de un quiosko.

Afianzados en los muros, logramos perpendicularizarnos con la puerta ansiada. Apoyadas nuestras espaldas en, o contra, la Seguridad Social, – como mejor proceda en derecho,- pudimos recuperar el aliento un tanto. Tanto que atacamos una pieza de Beodo Bel Canto. Un ostinato feliz improvisado para la ocasión. «¡¡ Yáamossyegáo, Yáamossganao !!» era su título y letra. Horro de pulimentos.

El vigilante del negro y cristaloso edificio encendió la luz de una ventana a nuestra espalda, digo yo que alertado por las medioliosas notas con las que ya celebrábamos el cercano éxito. Golpeó el cristal el jurado vigilante, como advertencia. Apagamos los trinos. Comenzó un corto pero no muy claro diálogo:

– …Quilla, ‘ámonoz rezto pala puelta ‘quella d’enflente…-
– …la detráz delárbolico…-
– …mizma..-
– …’énga, ‘ámonoz deltirón, qu’eztóy calá…-

La lluvia y el fresco de la noche, nos dieron alientos nuevos. Cogidos de la mano, riéndonos de todo, en un último esfuerzo corrimos directos a la casa, a la puerta, al arbolico.

El vegetal de marras era, y aún es, un naranjo asentado en un recuadro de tierra, embarrada aquella noche. El naranjo, que era y seguro que aún es, pero que muy borde, se interpuso entre los dos berzotas corretones. Estos no separaron sus manos con la premura requerida, toparon con el tronco, y resbalaron dándose de grupas en el barrizal.

Para más inri, abundantes, gordas, bordes, naranjas cayeron del arbolico de marras, y se rompieron algunas en las testuces de entrambos bobos, disipando la trompeta con tanto esfuerzo conseguida, abismándoles la libido en la Fosa de las Marianas, dándoles un aspecto tan inquietante como repugnantillo. En la finca aún es leyenda el estado lastimoso de entrada y ascensor, tras su uso por la parejita.

Por fin en el piso, se intentó desfacer el entuerto, pero de nada sirvieron duchas calientes, secadores, toallas limpias, livais guays, consomés al jerez, ofertas de paz, ni cucamonas mil que el mozo prodigó a la morena de la copla. Cuando esta se halló en sus potencias exigió, sin discusión posible, la presencia urgente de un taxi que la devolviera a un mundo más tranquilo, en el que copas no trajeran tormentas, fueran rectos los caminos, y los árboles no atacaran a los peatones.

Años después, se reencontraron en una fiesta. Él le citó el mito de Dánae, por hacer unas risas con la comparación. Ella replicó que naranjas pesadas y bordes no son gotas de oro, ni Zeus fue grauero nunca. Además, había casado con un vástago del Cornetín de Órdenes del Mariscal Rommel, o eso parecía el teutón aquel que se acercaba. Adiós Dánae. Vive l’Empereur !!!

Una retirada a tiempo es una victoria, ¡¡ Qué carajo!!
Feliz semana.

B.S.R.
En el Yutús.
Autor: Sergei Prokofiev.
Obra: Romeo y Julieta.
Pasaje: La danza de los Caballeros.

Manolodiaz.