De Emojis y otras cosas

De Emojis y otras cosas

La importancia de saber no solo utilizarlos sino encontrarlos.

 

Solemos decir a menudo de los italianos que gesticulan mucho, incluso cuando hablan por teléfono que nadie les ve (bueno, nadieeee, su interlocutor no, pero todos aquellos que se cruzan con ellos sí). Y a lo mejor es que no nos hemos visto bien a nosotros mismos, que tampoco nos quedamos atrás en cuanto a gestos se refiere: ¡lo que nos gusta acompañar cada frase con una mueca, o más, de la cara o con aspavientos de las manos!

Eso, en los tiempos de la comunicación verbal, directa, cara a cara, porque ahora ya no se habla tanto. Ahora lo solucionamos a golpe de WhatsApp, que no digo que esté mal, que tiene sus cosas buenas por supuesto, pero limita mucho la interpretación y la explicación entre interlocutores. Si ya es difícil muchas veces en la expresión oral captar o manifestar exactamente el sentido de lo que se quiere decir, imaginemos sin ver a la otra persona, y más en un medio escrito.

Ahí es donde aparecen los emojis, que nos ayudan a reforzar con dibujitos el matiz que queremos dar a lo que decimos. Y aun así… cuesta. Porque o bien pensamos que significan algo que para nosotros está muy claro o bien los usamos en exceso. De hecho, en internet existen “manuales” de cómo descifrar algunos de estos iconos. Los corazones, por ejemplo, según el color significan una cosa, ¿lo sabían?  En cuanto a lo de usarlos en exceso, cuenten, cuenten si no cuántas veces los hemos colocado en nuestro último chat en el whats. Y no solo todos los que utilizamos, sino las veces que repetimos en el mismo “turno de palabra“ una cara sonriente, por decir algo, para indicar que algo nos hace gracia.

Al final hay que ir casi rastrillando de emojis las conversaciones hasta llegar a una sucesión más o menos coherente de palabras. Que esa es otra, porque hay que ver la forma de escribir tan particular que tiene cada uno (sí, yo también) en los canales de mensajería instantánea: abreviaturas, iniciales, faltas (de ortografía propias y del corrector, que suele jugar malas pasadas).

¿Y encontrarlos? Se van guardando los más utilizados recientemente, pero ponte a buscar por las diferentes categorías alguno nuevo o no usado tan habitualmente. Cuando quieres dar con él ya no viene a cuento con lo que se estaba diciendo en el momento inicial de rastreo, o se ha cambiado de tema dos o tres veces en la conversación. Me imagino la cara del receptor cuando lea: “…Elena está escribiendo…”, viendo que pasa el rato y no termino de escribir, con la dichosa búsqueda.

Menos mal que en la versión que se lee de estos pseudoartículos no se ven los puntos suspensivos de estar escribiendo.

Elena Rodríguez.

Docente discente