Luis Andrés Cisneros
En estas fechas de gozo y alegría hay que intentar abstraerse de los males que nos acechan y procurar, por todos los medios, rememorar el Nacimiento de Jesús. Este acontecimiento marcó el alumbramiento de toda una civilización y unos valores basados en el respeto, el amor y la familia como eje vertebrador de la sociedad. Algo que no debemos olvidar y tenemos que preservar por encima de todas las dificultades que se nos presenten.
Nos encontramos en el momento de demostrar a nuestro prójimo la importancia del amor y, algo muy importante, el respeto a los demás. Tampoco debemos olvidar la capacidad de perdonar a los que nos ofenden gratuitamente y demostrar compasión hacia los que se sienten infelices en estas jornadas tan llenas de felicidad.
Viendo las actitudes que muchos de los protagonistas de la actualidad política están teniendo en estos momentos, con desprecio y expresiones de odio hacia una gran parte de nuestros compatriotas, nos lleva a pensar que todo ello tiene que obedecer a algún trauma, quizás producido por una infancia infeliz.
De otra forma no se puede entender todo este inflamado rencor hacia diversos aspectos de nuestra vida y su empeño en destruir, sin importar el coste, todo lo que tenga que ver con la historia que nuestros antepasados, y los suyos, tuvieron la oportunidad de vivir.
En vista de todo lo que están haciendo con las menores tuteladas por las distintas administraciones, con los ataques a los niños que acaban siendo asesinados por psicópatas, mientras que vemos con asombro el respeto y veneración que adoptan con los delincuentes (claro síntoma del Síndrome de Estocolmo), podemos sospechar que su trauma infantil tuvo que ser de manual.
Además, no hay más que contemplar sus miradas llenas de resquemor, la ausencia de empatía en sus rostros, el rictus de saña en sus labios para colegir que su desestructurada infancia tuvo que ser un auténtico infierno del cual no se han podido recuperar.
Su encono y guerra contra los hombres demuestra, bien a las claras, que la figura paterna en su casa no les dio el cariño que esperaban, difícilmente recibirían regalos en la fiesta de Reyes, están huérfanos de besos y caricias de sus padres y sería posible que alguno pudiera haberse sentido acosado en su ambiente familiar. De otra forma no se entiende la inquina hacia los niños, incluyendo su afición al aborto.
Tampoco tendrían el afecto de sus abuelos ni, seguramente, de ningún familiar. Las relaciones mantenidas con sus amigos tampoco serían nada halagüeñas ya que, como podemos ver en la actualidad, las puñaladas traperas que vuelan en el entorno de los partidos social-comunistas, son dignas de la peor versión de la tragedia de Puerto Hurraco.
Para corroborar lo que aquí publico les señalo a continuación una serie de nombres para que los asocien con sus rostros y verán como su gesto es de asustar: Pedro Sánchez, Mónica Oltra, Pablo Iglesias, Irene Montero, Ione Belarra, Juan Baldoví. Gabriel Rufián, Chimo Puig, Marlaska, Echenique, Verónica Ruiz, Merche Aizpurúa…… Les dejo espacio para que añadan a los que quieran.
Encontrar un gesto de sonrisa, cariño o amor, es una tarea imposible. Sólo son felices cuando la desgracia se cierne sobre los seres humanos o cuando, cada mes, reciben sus soldadas en la cuenta corriente. Su sonrisa maquiavélica resuena por el aire como una jauría de hienas.
A pesar de todo ello, su vida triste y vacía, y más en estas fechas, nos mueve a la compasión. Tener una vida tan vacía, donde la cultura de la muerte, desde el aborto a la eutanasia, pasando por el uso indiscriminado de la violencia es el norte que guía sus desesperadas vidas.
Por eso, al adentrarnos en el aniversario del Nacimiento de Jesús y poder contemplarlo en la cuna, en el pesebre, acompañado de su padre y de su madre y con una sonrisa de felicidad, esta escena les retrotrae a su infancia y eso les hace ser más infelices todavía. Les gustaría que la gente hubiera pasado lo mismo que ellos.
En cambio, nosotros, desde nuestra perspectiva cristiana y desde los valores que nuestros antepasados nos han inculcado y transmitido, sólo podemos desearles que puedan superar sus desgraciadas experiencias infantiles y que consigan alcanzar la felicidad que les ha faltado y que tanto añoran.
Desde estas líneas les deseo una Feliz Navidad a todos ellos y, como no, a todos los lectores de mis artículos de opinión. Una Navidad llena de amor y compartida con toda la familia y los seres queridos, los abuelos, hijos, esposas y esposos, nietos y amigos. En resumen, con las gentes queridas que son las que nos llenan de felicidad.
Y hoy más que nunca, acabemos con las autonomías antes de que ellas acaben con nosotros y con nuestras tradiciones.
Luis Andrés Cisneros