Con la venia: ¡No paro de recibir basura!
Consulté a varios de mis añosos colegas y, en mayor o menor grado, a todos les pasa lo mismo.
Digo yo si no será una campaña algorítmica destinada a rebajar la presión noticiosa en la que estamos metidos. O algo más pior aún.
Pero el caso es que, a punto de cumplirse un mes desde la fecha del Desastre, en mi móvil tengo mil invitaciones a distraerme. Per angostam viam, que diría Marco Aurelio.
Reconozco que suena conspiranóico, pero me da la impresión de que se programó -por quien puede hacerlo- una oleada de entretenimientos vulgarotes, destinada a estos supuestos tontos, débiles y desinformados que somos los viejos.
Tiene dos frentes este zurriburri.
El primero consiste en invitaciones que envían gentes y empresas -por mi desconocidas- para que juegue con figuritas frutales, o iconitos tontitos, o en guerrillas tan virtuales como inútiles.
Me azuzan prometiéndome recompensas, tanto en forma de vales de descuentos sobre compras desconfiables, como en atesoramiento de TrickyCoins. Mala cosa.
Por otro lado, recibo docenas de mensajitos que intentan mi implicación en grupos de sexo sobrexplícito, coleccionismo de ladillas, asociaciones de automartilleadores escrotales, hermandades coprogastronómicas, y un largo etcétera de atentados a mis partes pudendas.
Todo ello mediante abono de cuotas mensuales premium. Una lindeza.
Lo que ignoran los remitentes de tanta idiotez, es que hay dos prácticas de las que me curé en mi muy lejana adolescencia: el Burdelismo y el Juego.
Conocí ambos merdupios en Cartagena, antes del año 59 (en el Molinete para más señas) y desde entonces conservo para ellos un tremendo asco.
No más faltaría que a mi edad, y con mi larga carrera de errores vitales, cayera yo -¡ahora!- en los garlitos del ciberordeño sexual y del azar de pago. Que viene a ser lo mismo si bien se mira.
Me pide el cuerpo pelea ante tanta estupidez, que entiendo ofensiva. Así que estoy pensando en dar una respuesta a toda esta sucia faramalla.
Si cuajo lo que tengo pensado alguien va a comerse unos tequeños de esmegma rancio. Para que pruebe su propia medicina.
Amén.
Banda Sonora.-
Con el cabreo que traigo, recomiendo el toque del ejército mexicano ante El Álamo. Es decir: El Degüello.
Manolodíaz.