¿El animal más estúpido del planeta?
La frontera entre la vida y la muerte es una línea tan incierta y frágil que no puede sino resultar angustiosa. De la misma manera que se trunca la vida de un mosquito de un súbito manotazo, puede terminarse de repente nuestra existencia a causa de infinidad de circunstancias. Cuando piensas en ello cobra significado el título del sublime libro del escritor checo Milan Kundera, “La insoportable levedad del ser”.
Al escribir estas líneas se cumple un mes de la mortífera avalancha que arrasó las poblaciones del sur de Valencia con una mezcla de agua, de lodo y de todo aquello que encontraba a su paso. Un afectado me contaba cómo en segundos pasó de estar preocupado por un asunto laboral sin importancia a pensar que eran sus últimos momentos de vida. Afortunadamente se agarró a una verja y pudo salvar la vida.
Tomar consciencia de la insoportable levedad de nuestro ser nos lleva a alterar el orden de nuestra escala de valores, a apreciar lo que realmente tiene sentido en la vida.
En un reciente viaje a Sri Lanka pude visitar el museo del Tsunami. El 26 de diciembre de 2004 un terremoto con epicentro cercano a Indonesia produjo una ola gigante que avanzó a 800 Km/h y que arrasó las costas de diez países. Uno de los más afectados fue esta preciosa isla del Índico, donde causó 40.000 muertos. De repente, como en la DANA de Valencia, se apagaron muchas vidas humanas y cambió la existencia de otras muchas, con miles de desplazados, desaparecidos y afectados por la catástrofe. El responsable del museo contaba que los animales huyeron a tiempo mientras los seres que se autodefinen como más inteligentes del planeta estaban contemplando la extraña curiosidad de la retracción del mar que precedió a la ola mortal.
En Valencia tampoco nadie huyó a tiempo.
La maquinaria que este ser tan inteligente ha montado para prevenir a la sociedad de peligros colectivos derivados de las inclemencias de la naturaleza no sirvió para nada. Tal vez, como colectivo, no seamos tan inteligentes como nos pensamos. Y si a eso le sumamos la negligencia y la ineptitud de los que elegimos como responsables de velar por nuestra seguridad, el resultado puede ser trágico. Afortunadamente, en una endiablada paradoja, el ser más estúpido del planeta también puede mostrar una gran solidaridad, capacidad de esfuerzo y generosidad, como han demostrado los voluntarios del desastre valenciano.
También el viaje a Sri Lanka me ha hecho ver que dentro de este rebaño de soberbios animales con la creencia de tener más derechos que otros seres vivos del planeta, hay personas con una increíble inteligencia (emocional) y con desbordante humanidad. Visité un orfanato de personas con discapacidad psíquica, la Meth Sewa Foundation, en el que viven 104 personas gracias a la iniciativa y a la sacrificada labor de su fundador, Meth Sewa. Esta institución, sin ninguna ayuda del Gobierno, acoge a niños, niñas, hombres y mujeres, huérfanos o abandonados por padres que no pueden hacerse cargo de ellos, y que, a bien seguro, habrían muerto de no ser por su amor y generosidad. En el orfanato trabajan quince empleados para atender a personas que necesitan una constante ayuda para realizar las tareas cotidianas. No obstante, comprobé que era el propio Meth quien daba de comer a una niña sentada en una silla de ruedas e incapacitada para poder comer sola. La baba de la pequeña se deslizaba por el brazo de Meth sin que él perdiera la sonrisa. El donativo del grupo con el que viajo sirvió para comprar un frigorífico, pero, según nos dijo Meth, fue la propia visita lo que más agradecieron los niños.
Por cierto, me llamó la atención que un camarero de un restaurante de Tangalle, en la costa sur ceilandesa, al advertirle de que rondaba un mosquito por la mesa, lo atrapó delicadamente en el hueco de las palmas de las manos, salió a la calle y lo soltó. Un significativo gesto de respeto a la vida, sea de quien sea, que me conmovió.
Vicent Gascó
Escritor y docente.