¿Qué enseñamos a nuestros cachorros?
Sin querer agraviar a los lobos, que solo atacan cuando se ven amenazados y cuando tienen hambre, empleo el término “manada”, tan tristemente popular, y añado “de lobeznos” como título de este texto porque en las últimas semanas se han producido agresiones a mujeres por parte de grupos de chicos muy jóvenes, a veces niños que no llegan ni a la adolescencia.
Ya no son solo de “lobos adultos” las manadas. Por razones que vamos a intentar analizar son grupos de “cachorros” los que en la actualidad cometen abusos sexuales y violaciones en nuestra sociedad. Y, en muchas ocasiones, también las víctimas son menores de edad.
Las estadísticas del Ministerio del Interior indican que en 2021 hubo 27.016 delitos contra la libertad y la identidad sexual, el mayor desde que se contabilizan estas agresiones. Por otra parte, el abuso a menores por parte de grupos de más de una persona se ha multiplicado por cinco en la última década.
Ni la supervivencia ni la autodefensa son el origen de estas agresiones, como sería en el caso de los lobos. ¿Cuál es la causa de que los niños cometan tan atroces delitos?
Es a los diez u once años cuando nuestros hijos empiezan a ver pornografía. La edad se ha adelantado de forma considerable desde que hay acceso a las redes sociales y a las plataformas de televisión. Las imágenes están al alcance de todos los que disponen de un móvil, que son la mayoría. Podemos decir que el porno es gratuito, omnipresente e ilimitado.
Las prácticas que muestra la pornografía son, en su mayoría, falsas o exageradas. Los protagonistas son “supermachos” de enormes atributos y con una capacidad sexual irreal, que consiguen satisfacer siempre a sus amantes de una manera casi sobrenatural. Los niños que contemplan estas escenas todavía no tienen la personalidad desarrollada ni un sentido crítico para discernir la realidad de la ficción. Sus mentes comienzan a impregnarse de una idea equivocada del sexo y de la relación de pareja.
Pero peor que eso es la ausencia de amor, de cuidado y de respeto en dichas escenas. Solo importa la parte más primitiva, visceral e instintiva de la relación sexual. De hecho, cada vez se prodigan más las prácticas en las que el sexo duro, las agresiones y la presencia de dolor, son premisas que se plantean como necesarias para el placer. Y eso es lo que los niños observan.
Y aún hay más: la mujer suele aparecer como un objeto, un instrumento intercambiable, para satisfacer al hombre. El placer de la mujer es secundario si el hombre consigue el suyo propio, es una consecuencia menor del objetivo del varón.
A muy corta edad los niños observan e interiorizan un sexo agresivo, ausente de cariño, narrado de forma falsa o exagerada y en el que la cosificación de las mujeres es una constante.
En un par de semanas hemos conocido cuatro casos de violaciones grupales: En Pulpí (Almería) donde ha habido tres detenidos; en Burjassot (Valencia), con cinco arrestados, menores de edad, por violar supuestamente a dos niñas de doce años, en una agresión grupal y otra individual; en Vila-real, con cuatro menores, dejados en libertad con medidas cautelares (uno de ellos es inimputable por tener menos de 14 años), por la supuesta violación de una chica de 18 años; y en la Playa de la Malagueta (Málaga) donde se está investigando la falsedad de la denuncia.
En la gran mayoría de casos las víctimas son mujeres (o niñas, como estamos viendo) y los agresores son hombres (o niños).
En ocasiones se producen falsas denuncias de agresiones sexuales con consecuencias muy negativas para los acusados, incluso aunque se demuestre la falsedad. El señalamiento social y la degradación del honor se va a dar en cualquier caso, con terribles efectos emocionales para el falso acusado. Hay que señalar que estos casos son muy pocos comparados con los reales.
Los psicólogos estudian el efecto contagio en las violaciones múltiples. Siempre ha habido agresiones por parte de grupos, pero ahora la edad de los agresores es menor. Es paradójico que la repercusión en los medios de comunicación de estos hechos, aunque se repruebe y se intente conferir un efecto disuasorio y preventivo, produzca un efecto mimético en los más jóvenes.
Por otra parte, se considera que solo entre el 20 y el 30 por ciento de las violaciones se denuncian en España. En 2015 hubo en Suecia veinte veces más violaciones que en nuestro país, que es uno de los que cuenta con menos denuncias de la UE.
Las estadísticas en esta materia dejan mucho que desear, precisamente por la ausencia de denuncias. Tal vez la realidad no sea que en Suecia hay muchas más violaciones, sino muchas más denuncias.
Es comprensible que la mayoría de mujeres no acudan a la policía: se trata de una agresión en la que la propia víctima es diana de las críticas sociales. Con frecuencia las redes sociales se llenan de comentarios que, lejos de apoyarla, la acusan de conductas inapropiadas como causa de la violación. Se estigmatiza socialmente a quien se debería de apoyar. Esto es difícil de sobrellevar si, además, el proceso judicial es engorroso y hay que revivir los hechos (la llamada segunda violación) y soportar preguntas del estilo “¿por qué no se resistió?”. El miedo al agresor, la falta de confianza en la justicia y la negativa repercusión social son las causas de que sean tan pocas las agresiones denunciadas. También se consideran numerosas las violaciones en el seno conyugal, aunque la mayoría no se denuncien y se mantengan en secreto.
En mi opinión, no solo la pornografía de imágenes y vídeos condiciona las mentes de los niños y de los adolescentes. También cierta música, con mensajes machistas directos y acentuados, infiere un daño continuo y a veces inconsciente en las creencias y valores de los más jóvenes. En el reguetón encontramos abundantes letras machistas y agresivas. “Ladyes, bienvenidas al hogar del castigo (…) a ella le gusta agresivo, que la calienten con dembow, tú sabes que no me quito, dale más látigo” dicen en uno de sus temas Arcángel y Jowell & Randy. Y los vídeos promocionales muestran al hombre en actitud dominante, rodeado de lujo y de bailarinas con escasa ropa, sumisas a la voluntad del macho, como si se trataran de un artículo más que poseer.
¿Dónde termina la libertad de expresión y empieza la apología del machismo y de la violencia? ¿Es el hombre con acceso al dinero fácil, con ideología machista y denigrante para la mujer, y con prácticas violentas hacia ella lo que queremos que incorporen nuestros hijos e hijas como modelo a seguir? ¿Son capaces los niños y adolescentes—como piensan los defensores de este “arte musical”— de tener sentido crítico? ¿o son influenciables con facilidad y construyen sus valores en base a esas creencias?
Creo firmemente que, como en otras lacras sociales, la solución a la violencia sexual está en la educación. Aunque algunos partidos políticos contemplen en sus programas electorales la negativa a que se imparta educación sexual en las escuelas, considero que es esencial. Y no solo educación para conocer nuestros cuerpos y su funcionamiento con el fin de tener un sexo libre, placentero y seguro, sino educación en valores y en emociones, en el trato afectivo con la pareja y en el respeto mutuo.
De la misma manera, el papel de la justicia y de la sociedad para arropar a las víctimas es fundamental para que se denuncien todas las agresiones.
En las familias españolas no se habla de sexo. Es necesario también que los padres y los hijos aborden estos temas, incluyendo el de la propia pornografía para que expliquemos a los jóvenes la realidad frente a la ficción y las consecuencias de interpretar las escenas de forma literal. Hemos de aportarles conocimiento y despertarles el sentido crítico o seguirán habiendo manadas de lobos y de lobeznos.
Vicent Gascó
Escritor y docente.