Con la venia: versionaré -mal- a Lope de Vega.
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés te sigue ácaro mío, que mi móvil rellenas con mil bríos, pidiéndome que te asista con premura?
Nos hemos visto no más de cuatro veces, pero cometí el error de darte mi Face, y me tienes el terminal podrido con tu oferta gastroenológica.
Esa que perpetras en un local laberíntico, con techos altísimos y gélidas corrientes continuas, en el que ya se dieron el barrigazo cuatro equipos de sobraos, desos que nos iban a traer «el sitio que esta Ciudad necesita.»
Digamos pues que el localito está una mijita mardesío. Lo que habrá sido bueno para ti, porque el traspaso no ha podido ser muy alto, aunque sea céntrica la ubicación.
Al asunto que íbamos; cansadico de tus gemebundas llamadas giré mi primera visita a tu queo, y no estabas. Pero vi varias cosas chungas.
La primera: el arreglo mobiliario que has pergeñao -buscando ser moderno- resulta un poutpourri y un destartale.
Ítem más: la gama de colores que elegiste para las paredes no te hará famoso ni en el Museo del Coproarte Kischt. Así es de cenicienta y deslavazá.
De la iluminación solo diré que me hizo desear fervorosamente lo de «Lux perpetua luceat eis.»
También descubrí que tu música ambiental se nutre exclusivamente de sevillanas, en versiones baratillas y sobrepasás de agudos. Debe ser porque según tu publicata vais de andaluces a tope.
Visto el escenario, y no siendo de mi gusto, me hice humo antes de sufrir un ataque de zurriburdio.
Por decir algo bueno, tengo que reconocer que la cerveza estaba fría.
En mi segunda incursión -que quise fuera más reposada- aparecí a la hora de comer, noté que tampoco estabas, pedí y leí la carta, e hice una inspección ocular y olfativa en el comedor.
Y como me temía encontré la tradición resignada:
Entrantes de centromesa, pocos y resabidos.
Ensaladas a la manera de la casa, o sea; al quetedije.
Crustáceos en friturita y/o plancheo de verduritas de relleno.
Arrocitos diosmediante.
Carnupias torrefactadas al uso y salseadas con abuso.
Y la lista de postres maltrazá y cortita.
Pero como no mastico entre copas, y mi problema no es la bulimia si no más bien la sed, pasé a mayores. Es decir, a los caldos.
Como «vais de andaluces a tope» pedí una manzanilla, con la esperanza de sirotarme una Papirusa cuanto menos. Craso error mío.
Hube de parar al barrero, que ya trajinaba en la zona de tisanas, y decirle que yo quería vino de Jerez, no agua caliente con ligero sabor a yerba.
Pues no hay, me espetó el mozo. Y luego aclaró que no solo carecéis de manzanilla y fino, es que no tenéis ningún Jerez. O sea que no estáis federaos.
En vista del éxito me tomé un Ribera pasable, que no estaba helao, como ahora es costumbre.
Aboné cuatro monedas y media por la copa, me borré, y en la jamba izquierda de la puerta dibujé mentalmente una cruz de saliva.
Mi diagnóstico como usuario, con el que naturalmente te cabe estar en desacuerdo, es que perpetras una cocina al comosalga, por lo que menosprecias al cliente.
Y para mayor abundamiento caes en la apropiación de un folclore que no conoces ni respetas, tiñéndolo de banalidad.
A lo que parece, crees que basta con ejercer de ignaro enológico y gastrolistillo, arramblar dineros por Navidad, Semana Santa y Magdalena, soportar el largo verano, y repetir la jugada un año y otro.
En resumen: por lo que a mi respecta, estás bloqueado in aeternum pero -por si acaso sigues esperando mi tercera visita- comprate un tresillo. O mejor dos.
Yo no volveré, pero al menos estarás descansadico.
Manolodíaz.