Cosas que nos hacen ser menos cívicos, más egoístas.
Que nadie se me escandalice, no, que no voy a dar una charla sobre ética y moral. Simplemente quiero destacar algunos usos o comportamientos que antes se consideraban de buena educación y ahora están cayendo en desuso.
Algunas compañeras han tenido la oportunidad de estar en tribunales de oposición, en el otro lado, examinando a gente. El comentario general de ellas es que se han visto obligadas a descartar algunos (bastantes) exámenes por la mala redacción: personas que piensan que están escribiendo por whatsapp con sus colegas, con abreviaturas, siglas, emojis, etc., y no se paran a reflexionar ni una décima de segundo que no solo se están jugando su futuro con ese examen, sino que hay momentos para escribir de una manera más informal y otros para hacerlo más formalmente. Al hilo de esto, recuerdo hace algunos años que en otra convocatoria de exámenes oficiales, muchos de los aspirantes se vieron fuera por las faltas de ortografía. A ver, que un acento o una coma se nos puede pasar a todos, pero no concibo yo que
Una persona que ha estudiado una carrera universitaria (me da igual cuál, si de ciencias o de letras) tenga faltas de ortografía.
Recuerdo también a una conocida que había entablado relación a través de internet con el que ahora es su marido, y comentaba que el requisito que ella pedía al candidato (se ve que había habido alguno ya anterior), “más que el aspecto físico” es que no cayera en ese despropósito de cambiar “bes” por “uves”, o “ges” por “jotas”.
Por no incurrir en un exceso de pedantería por mi parte, con las faltas dichosas, voy a dejar a un lado la gramática con otra de las cosas que sabemos que se deberían hacer y no se hacen: pides cita en el médico, peleas para conseguir una hora que sea temprana o a última hora de la mañana para no interferir mucho en el trabajo. Finalmente te dan a las 12:30, pongo por caso (mala hora, para mi, porque supone ir al trabajo, salir para esa hora, volver y salir ya a tu hora normal).
Bueno, vas a la hora que te han dado y te encuentras con que de tooodas las personas que hay delante de ti, y a las que van llamando por riguroso orden de lista, resulta que faltan varias, que no han acudido y que posiblemente no han cancelado su cita.
¿Pasa? Sí, está pasando. Que es que no cuesta nada una llamadita y anular, de verdad, que no cuesta nada. Luego, que si las listas de espera. Así no me extraña que cuando yo he tenido que llamar para cancelar alguna cita, me han dado muy amablemente las gracias. ¿Gracias por qué? ¿Por lo raro de avisar?
No sé, pero veo que esas pequeñas cosas nos asilvestran, nos hacen ser menos cívicos y más egoístas. Primero soy yo y luego los demás.
“¡Ah! Y poco he hablado de los que aparcan el coche ocupando el puesto de tres”.
En fin, ¿estamos abocados a la extinción?
Elena Rodríguez
Docente discente