Hay situaciones que me pueden, que sacan de mí la parte más analfabeta.
Vaya por delante la explicación de lo que significa serlo: podría ser la incapacidad de alguien de utilizar de manera eficiente sus habilidades de lectura, escritura y cálculo en las diferentes situaciones de la vida.
Pues esa soy yo.
Sé leer, sé escribir, sé calcular (algo, que soy de letras), pero hay situaciones que me pueden, que sacan de mí la parte más analfabeta.
Por ejemplo: estos días ando rellenando formularios para la Administración (pfff). Ya no es aquello de “vuelva usted mañana”, no, que ahora se hace todo telemáticamente. Es el aburrimiento de rellenar las solicitudes y el tiempo (tanto el que se pierde como el que se ahorra). Se pierde porque aunque estamos todos fichados por todos los sitios, y no por el 5G ni las vacunas, que eso sería meterme en un berenjenal que hoy no me interesa, tenemos que insertar nuestros datos una y mil veces, esperar que la página cargue la nueva información que introducimos, pasar a la siguiente y volver a esperar ese guiño de la pantalla que indica que se ha actualizado correctamente, y así ad eternum.
Evidentemente, se ahorra el tiempo de pedir cita, tener que ir a la ventanilla en cuestión, esperar colas (sí, aun con cita previa) y dar con alguien agradable que te quiera solucionar la papeleta.
Otro ejemplo, leer las instrucciones de cualquier cosa, ya sean aparatos electrónicos, prospectos médicos (algunos, auténticos pliegos con dobleces y dobleces y más dobleces que más parecen un testamento), recetas de cocina o cómo montar un mueble del que siempre me sobran o faltan piezas. Que no las entiendo, que no. En esos casos prefiero ir probando con ensayo-error hasta que doy con el quid de la cuestión.
Porque, vamos a ver, yo soy sintética (no de fibra, sino de síntesis). Intento no extenderme mucho a la hora de explicar alguna cosa, dar una idea general clara; que lo intente tampoco quiere decir que lo consiga siempre. Pero eso es lo que espero en general, que con pocas palabras quede la cosa dicha y explicada.
¿Es necesario, en el caso de las etiquetas de la ropa, esa profusión de “páginas”? Que digo yo que con poner si se puede lavar en lavadora o no y si se puede planchar o no, y la composición, ya estaría bien. Es que hay ocasiones en que las etiquetas abultan más que la propia prenda en sí.
En fin, que como creo que ya he aclarado mi condición, y para ser consecuente conmigo misma, no voy a alargar más la escritura por esta vez.
Las cosas claras.
Elena Rodríguez
Docente discente