Amor, lealtad, educación y vivir en sociedad.
Nunca he tenido animales, más allá de un hámster, un pollo o un canario. Pero los he respetado y a quien los tuviera. Hoy en día raro es encontrar a alguien que no tenga un perro (o más), un gato (o más), iguanas, serpientes, cerdos vietnamitas…
Hace poco, una persona muy muy cercana me hizo llegar unas palabras que había pronunciado un conocido actor tras faltar su mascota. En realidad era una carta que había publicado en su cuenta de una red social; en ella, le agradecía la suerte de haber compartido su existencia con él, de haberle convertido en una persona mejor, y de haberle abierto las puertas del amor por todos los animales.
Reconozco que hasta hace un tiempo, unos años, no me imaginaba que los sentimientos que se podían albergar hacia un animal fueran tan fuertes, tan nobles y tan mutuos.
La persona a la que me refiero, que está atravesando una negra temporada porque ve irse poco a poco a su compañera de vida, me decía que las palabras del actor bien podrían ser las suyas propias. En ocasiones me ha hablado de cómo fue ella (su perra) la que eligió dueño, y no al revés; de cómo en los momentos más oscuros de una mala racha fue su única compañía; de cómo se entienden sin hablar, y de cómo se enfadan sin hablar también… Gracias a ella encontraba una razón para levantarse cada día, para salir cada día a la calle, para no perder la cordura. En fin, para él era en aquel momento más que si hubiera sido su pareja humana. Ahora también, pero sabe que se va apagando, aunque se agarra a la vida con las fuerzas que se le van mermando. Por anécdotas y vivencias que he ido conociendo de los dos, hombre y animal, puedo entender esos lazos, ese vínculo tan recio. Deseo, y lo sabe, que el desenlace sea lo menos devastador posible.
Pero (siempre hay un pero), y volviendo a lo general, también estaría bien que ese amor se repartiera entre los humanos, que se pensara un poquito más en el prójimo, aunque no fuera necesariamente en forma de amor, sino como mero acto cívico. Me refiero en concreto a los excrementos de los animales: es vergonzoso cómo están las calles, los parques, la acera de delante de tu puerta.
Ahí es donde realmente se ve el saber estar de las personas; los animales, animales son, y hacen lo que se les ha enseñado a hacer. Es por eso que se ha de dejar de pensar en uno mismo, en que quizá a no todas las personas les gusten los animales, y empezar a pensar en lo desagradable que puede llegar a ser el olor de algunas calles, la suciedad manifiesta de las mismas, y, desde luego, llegar a casa con “algo” en la suela que no es tuyo. Dejo una pregunta en el aire, ¿quién es más animal? ¿El animal por serlo, o el hombre, por comportarse como tal?
Lo digo desde el respeto, el mismo que pido.
Elena Rodríguez
Docente discente