Se tiene como una presión por hacer cosas, por ir quemando una serie de etapas en un determinado orden.
Hay momentos en la vida en los que, sí o sí, se tiene como una presión externa por hacer cosas, por ir quemando etapas. Cuando eres adolescente, que qué vas a querer estudiar en la universidad; cuando te echas novio o novia, que cuándo te vas a casar; cuando ya te has casado o ido a vivir con esa persona, que cuándo vienen los niños. Luego parece que la situación se calma un poco, de preguntas, hasta que te ves en una edad provecta (aunque no tanta, oiga) en la que hay un tema recurrente de conversación, y es la jubilación. Te relacionas con gente que más o menos tiene tu edad, y ves que el que no se ha jubilado ya está a punto de hacerlo, o ya empieza a pensar en ella y a hacer cálculos, o a desear que ese ERE soñado les llegue lo más pronto posible.
Supongo que es ley de vida, que cada etapa tiene lo suyo, y que hay que adaptarse a lo que venga, en la medida de lo posible. Me hacen mucha gracia, de la buena, las personas que están deseando dejar de trabajar y tener tiempo para, en muchas ocasiones, tener un horario tan completo y tan cargado como el que tenían mientras estaban en activo: todas las horas del día con actividades para llenar el tiempo que tienen libre…¿No es un poco raro? No sé, que a lo mejor llego yo cuando me toque y hago lo mismo, pero no deja de resultarme chocante.
Una conocida me comentaba un día que no daba abasto con las clases de costura, de idiomas y varias más, porque en todas les mandaban deberes; y que ella, que había sido profesora, se deshacía ahora en las mismas excusas que le habían dado sus estudiantes a lo largo de toda su carrera (es que no he tenido tiempo, es que tenía que estudiar otra asignatura, es que no he podido…). Es gracioso, la verdad.
En el fondo repetimos los esquemas que llevábamos a cabo con nuestros hijos (hablo en general), de apuntarlos a extraescolares para que no se aburran; con lo sano que es aburrirse: está comprobado que, al igual que el hambre, agudiza el ingenio.
Queremos tener todo el tiempo de ocio ocupado, y dejamos de lado lo importante, el disfrutar del momento con calma, sin prisas, sin estrés, sin obligaciones…. Tampoco estoy diciendo estar procrastinando todo el día, todos los días; no, eso no. Pero sí dejar un poco de margen a la improvisación, a los impulsos de “dicho y hecho”; en fin, que ahora digo esto pero mañana quizás haya cambiado de opinión.
“Carpe diem”.
Elena Rodríguez
Docente discente