La lógica como los colores depende del gusto y de los disgustos de cada cual o de lo que sabemos o ignoramos. Un amigo era un tipo estupendo, no te devuelve los veinte duros, y ahora es un conocido al que no tratamos. Las premisas, los silogismos, esas cosas, como los juegos infantiles, se pierden,...
La lógica como los colores depende del gusto y de los disgustos de cada cual o de lo que sabemos o ignoramos. Un amigo era un tipo estupendo, no te devuelve los veinte duros, y ahora es un conocido al que no tratamos. Las premisas, los silogismos, esas cosas, como los juegos infantiles, se pierden, como las fotografías en los trasteros, en los años escolares, cuando todavía creíamos que la Historia era cierta y era la explicación que concluía, eso sí, aunque por motivos mal explicados, en el lamentable presente de perra gorda. Lo que es evidente es que cada uno se gana la vida como puede. O lo intentan algunos de cualquier manera. Esa es la lógica. La mentira nos hace ahora -a menos que despacio y con buena letra se reescriba todo ante notario- y para siempre, a todos, como un epitafio, culpables de inocencia. Contemplemos el espectáculo de los políticos profesionales de cuando menos las últimas décadas. Quien escribe la Historia es el ser más abyecto inimaginable (de la evolución), pues decir ‘el más abyecto de la creación’ como se suele decir, ya sería aventurado para mí y, desde mi punto de vista en el entierro, sino echarle ganas, muy atrevido. Las conclusiones nada tienen que ver con la lógica. Todo depende de la perspectiva, de la ubicación o del dicho punto de mira que a menudo se tuerce a conveniencia, frecuentemente con usura, sin medida. Nada más inmoral. En un entierro, si estás a diez metros del ataúd no puedes hablar de fútbol, quizás del buen o del mal tiempo y de la lluvia; si estás a cuarenta metros, puedes hablar de cualquier cosa y no es de extrañar que antes o después alguien te pregunte quién es el muerto. Cuanto más rico es el muerto, menos se le llora y las distancias que permiten las faltas de respeto y de ortografía política se acortan. La Historia, ese duelo, se escribe según las distancias y las conveniencias. Hay entierros en los que se oyen voces de contento justo detrás del féretro. Eso también es severamente lógico, y, por una vez –aunque todo es discutible-, indiscutiblemente cierto. Si uno quiere que le lloren, es mejor que se muera pobre, al menos sabrá –sabrá la Historia- que las lágrimas son sinceras. Si se ven muecas compungidas y gafas oscuras que ocultan la codicia, es que hay oro de por medio y todo será fingido, así es la Historia.
La lógica tiene sus exigencias. Puede que alguno que iba al bar de la esquina, se haya encontrado con el duelo. O se venía ya muerto de risa y ahora le critiquemos por estar de broma en el entierro porque anda preguntando quién se ha muerto y adonde lo van a esconder. Dice que enterrar ya no se entierra. De hecho, sólo aceptamos como lógico aquello que entendemos. Los asnos no entienden nada, por eso pretenden darnos paja envuelta en papel de periódico, esas hojas parroquiales que dan doctrina por información. Ahora resulta que la culpa del desastre histórico y presente de España la tienen los nacionalismos en general y el catalán en particular, y lo razonan lógicamente (Digo yo que lo harán esos pacotilleros apoyados en sus tesis doctorales, en esa calderilla) Alguno que viene despistado por la calle de tomar vinos, se da de bruces con la procesión de Semana Santa y le critican por darse la vuelta en la esquina y salir corriendo. Qué si no, cada uno se asusta de lo que le da la gana. También es lógico que si uno aprieta el botón número siete, es que va al séptimo piso, pero si está en el séptimo piso y se tira por el balcón, es que quiere suicidarse, no que no quiere apretar botones. Lo que quiere es largarse. Luego nos dirán que se suicidó porque no quería bajar en el ascensor. Eso está claro. Pero veamos si siempre se cumplen esas exigencias. El metropolitano, el ‘metro’ de las ciudades importantes lo ha costeado el ayuntamiento de la ciudad, sea Barcelona, Madrid, cualquier gran metrópolis, es decir, lo han pagado los ciudadanos de esa ciudad. Entonces, si los barceloneses son los dueños del metro de Barcelona. ¿Por qué pagan el metro si son los dueños? Si viene de visita a Barcelona uno de Zaragoza, es lógico que pague al coger el metro, u otro de Madrid, pero ¿por qué paga uno de Barcelona? Bien, eso en el caso de que los que vienen de fuera lleguen vivos al metro, porque ya se sabe que los catalanes somos violentos como se sabe de los peligrosos tumultos en las calles. También tendría su lógica -en el supuesto de que llegue al metro sin ser estrangulado- que pagara el doble, siendo que los dueños pagan billete sencillo. ¡Dónde se ha visto que el dueño pague billete para darse una vuelta en su propio coche! En el metro hay multitudes que lo hacen todos los días. Sin duda es lógico, dado que se cumple, dado que ocurre. ¡Pues no! Qué tiene de lógico como también ocurre que esos políticos se pasen la vida dándonos filosofía y lecciones de democracia. Esos, en todos los aspectos corruptos con agravante de mediocridad, que ésa es la corrupción, y viceversa.
Es cierto pues que en la vida hay que estar adivinando la lógica de los demás para no equivocarse. Sin ser una proclama, yo prefiero austeramente que en algunos asuntos cada palabra se use para su significado y se diga y se sepa la verdad, ahorrándonos las políticas innecesarias y la desgracia de la mayoría de los políticos, que Catalunya sea un Estado independiente y, ‘lógicamente’, que en el metro no pague nadie.