Bailar sin saber qué canción va a sonar

Bailar sin saber qué canción va a sonar

Es mucho mejor bailar, morir vivo abrazando la incertidumbre y arriesgarnos a ver qué pasa, que vivir estando muerto y al borde de la pista de baile.

 

Hace unos meses escuché en un anuncio una canción que me atrapó desde el primer momento por el mensaje de su letra y el buen rollo que me transmite su música: Imaginar de Guillem Roma. Desde entonces me ha resonado en diversas ocasiones, sobre todo esta parte que, de modo inadvertido, para mí habla de la incertidumbre que impera a veces sin darnos cuenta en nuestras vidas:

Ir a bailar sin saber qué canción va a sonar

Imaginar dónde quieres estar

Poder amar cada paso que vas a dar

Saltar a ver qué va a pasar

En la vida, la mayoría de las veces bailamos sin saber qué canción va a sonar, bailamos al son y al ritmo que vamos escuchando según los acontecimientos que nos suceden y las situaciones en las que nos vamos encontrando, aquellas que la vida nos va poniendo por delante a cada paso. Quien más y quien menos, hemos salido a la pista de baile sin saber la canción iba a sonar, sin plantearnos nada más, solo atendiendo a las ganas de bailar, a escuchar la música y dejarnos llevar. Es cierto que en ocasiones nos quedamos al borde de la pista esperando a que suene una canción que nos gusta y es solo entonces cuando nos lanzamos a mover el esqueleto, pero tentar a la suerte y gestionar la incertidumbre de no saber si pincharán un reggaetón o un chachachá es una oportunidad que nos ofrece múltiples posibilidades de éxito y aprendizaje. Y esto se puede extrapolar y aplicar fácilmente a otras facetas de la vida y, de hecho, a la vida misma.

Cómo gestionamos esa incertidumbre y aprender a hacerlo es una de las claves de la sociedad en la que vivimos, en la que todo o casi todo es cambiante y el abanico de posibilidades que se nos abre en todos los ámbitos hace que determinadas personas se rindan y no puedan decidir. Otras van capeando el temporal saliendo airosas de las dificultades en algunos momentos. Aquellas más afortunadas aprenden a ser resilientes, o llevan de fábrica esta capacidad como algo innato, y no contemplan dejar paralizar sus vidas.

Pero ¿acaso sabemos qué es la incertidumbre?

La definición más común y resumida nos dice que se trata de falta de certeza, de un estado de conocimiento limitado que hace imposible describir un resultado futuro. También se puede describir como la falta de conocimiento claro y seguro de algo, especialmente cuando éste provoca inquietud en quien la percibe y la siente. Se trata de una reacción normal y adaptativa ante una situación imprevista y su función es la de ayudarnos a poner en marcha planes de acción, si bien en algunos casos y en personas más proclives a ello, lo que provoca es una paralización de las acciones ante situaciones inciertas.

Ante esta definición que a priori puede parecer negativa, debemos recordar que la propia Física, ciencia exacta donde las haya, también se plantea si todo es predecible y ya en 1927, Werner Heisenberg desarrolló una innovadora teoría sobre la indeterminación que nos habla del principio de incertidumbre. Según ella, es imposible tener en cuenta todas las variables dinámicas de una partícula en un momento determinado.

¿Qué nos quiere decir esto y cómo podemos aplicarlo a nuestra realidad cotidiana?

Pues que si una ciencia exacta como la Física nos dice que no se puede controlar todo, razón de más para no esperar poder hacerlo nosotros, humildes mortales, sobre todo esperando adivinar lo que va a pasar en el futuro y pretendiendo saberlo a ciencia cierta. Por lo tanto, cabe cuestionarse por qué dejar que el miedo a la incertidumbre guíe nuestra vida diaria. La ciencia nos enseña que la incerteza nunca puede ser reducida a cero, por lo tanto, abracémosla, agradezcamos su presencia y aprovechemos la oportunidad que nos brinda.

Nada dura para siempre, tal como dicen Lucas Maziano y Rozalén en la canción Siempre y cuando, pero es mucho mejor bailar, morir vivo abrazando la incertidumbre y arriesgarnos a ver qué pasa, que vivir estando muerto y al borde de la pista de baile sin dejarnos llevar por la música de la vida. Es preferible respirar y sufrir, porque de todo se aprende y todo vuelve a suceder, de repente. Lo que se ha ido volverá de forma inesperada y quizás de otra manera.

La incertidumbre no tiene que hacernos sentir miedo, ya que supone una oportunidad, incluso cuando nos parece que hemos cometido un error en alguno de los pasos de baile, puesto que a través del error se produce un aprendizaje. Ya decía Voltaire que, «la incertidumbre es una posición incómoda, pero la certeza es una posición absurda», ya que es imposible estar seguro de todo en esta vida. La incertidumbre es natural y en ciertas ocasiones puede resultarnos útil porque nos hace tener cierta cautela. Es normal querer conocer el futuro y sentir curiosidad por saber qué pasará, pero lo importante es que este sentimiento no nos paralice.

Salgamos a bailar teniendo en cuenta si esa precaución nos limita o nos beneficia y bailemos al son.

Nada va a mantenerse siempre de la misma forma que tiene en este momento, de igual modo que las estaciones del año hacen que cambie el paisaje, igual que la tranquila lámina de la superficie del mar se altera y ondula en función del viento y de las tormentas, igual que nuestro cuerpo y nuestra mente evolucionan y cambian con el paso de los años. Inundar nuestro presente de pensamientos sobre un futuro incierto nos impide vivir y disfrutar del presente. Solo las certezas, los hechos probados que son comprobables, deberían guiar nuestro camino para gestionar de manera óptima los imprevistos que van surgiendo a lo largo de él. Este es uno de los grandes retos del ser humano: aceptar la incertidumbre, acoger los imprevistos y transformarlos para gestionarlos de manera óptima con el objetivo de construir un futuro mejor. Se trata de vivir el aquí y el ahora de manera que vayamos creando oportunidades para vivir el presente como si no hubiera un mañana.

Otra cuestión que nos podemos plantear es qué cantidad de incertidumbre somos capaces de soportar. Esto depende de cada persona, pero es cierto que podemos aprender a aumentar nuestra capacidad de gestión. Es difícil soltar y confiar, pero vale la pena hacerlo. Una manera es aprender a ser flexibles como el junco, que se dobla pero siempre sigue en pie, tal como dice el Dúo Dinámico en su canción Resistiré. Recordar cómo superamos momentos como aquellos que vivimos hace escasos cuatro años en los que la incertidumbre era enorme y cada día nos suponía un reto de supervivencia, es una buena manera de hacernos fuertes frente a las vicisitudes de la vida. Si en aquel entonces conseguimos superarlo, costara lo que costara hacerlo, y ahora apenas lo recordamos como una anécdota más en el camino de la vida, quiere decir que podemos volver a hacerlo. No en vano, lo que no nos mata nos hace más fuertes. De eso trata la resiliencia en tiempos modernos, entre otras cosas.

Como dijo el filósofo Immanuel Kant: “Se mide la inteligencia de un individuo por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar”. Seamos inteligentes, pues. Salgamos a la pista de baile sin saber qué canción va a sonar, bailemos sin pensar en lo que pasará, imaginemos dónde queremos estar y dejémonos llevar por la música y el compás. Porque, como dice alguien muy cercano a mí: lo que sucede, conviene. Nuestro baile acompañará al suceso y de alguna manera lo determinará. Lo que tenga que pasar, pasará y será para bien. Ama cada paso que das, salta sin saber qué va a pasar, sácame a bailar.