Camelot on fire

Camelot on fire

Los vecinos están supercontentos de compartir risas, mesa, mantel, incienso y cera con los 'royals' patrios de este enclave urbano en el que todo es bonito.

 

Que bien se vive en Camelot. La reina Ginebra, que sonríe todo el rato, es feliz viendo como sus súbditos, están en un estado de ataraxia gratificante y que no se plantean ni existen problemas ni tampoco situaciones de conflicto. Los habitantes de esta bendita ciudad y la corte real van de fiesta en fiesta.

Durante el mes de enero, las ‘santantonadas’ centraron la actividad de un emporio de sensaciones placenteras en la que todos han disfrutado de las hogueras, procesiones y excelentes sesiones gastronómicas. Como no, la corte del rey Arturo no faltó a ninguna de las citas.

Los vecinos estaban supercontentos de compartir risas, mesa, mantel, incienso y cera con los ‘royals’ patrios de este enclave urbano en el que todo es bonito. Pero, acabadas las celebraciones de San Antón, tras atravesar la semana de los santos barbudos, vino San Blas, y de nuevo todos, pueblo y autoridades, se fundieron en un abrazo festivo.

Que hermosos son los reencuentros en una permanente vivencia de alienación sobrevenida. Si a eso le sumamos que, para que estén satisfechos los colonos, se les facilitan dulces sabrosos (como los que se repartieron en San Valentín) como si esto fuera Matrix (pastilla roja o pastilla azul). Todo en beneficio de la comunidad y que no se disperse y no entre en el juego de las herejías que circundan este universo de la felicidad radiante.

Ahora vendrá Magdalena y, Dios guarde a los caballeros de la mesa redonda, llega un maratón de presencias continuadas de los miembros de la casa real, desde el rey Arturo, con sus planos, mapas y capa de castellonero, a Merlín, y sus discursos progresivos de ocurrencias dominadoras, pasando por Morgana, quien desde los ventanales de la calle Mayor podrá otear el Pregó, o mejor en la tribuna de autoridades donde podrá exhibir su poderío.

Será una semana frenética en la que Camelot duerme el sueño de los justos y se entrega al ‘dolce farniente’, como si no hubiera un mañana, mientras, la gestión brilla por su ausencia. Eso de trabajar en el castillo de Camelot no es práctica habitual. No quieren, o no saben. Aunque lo que de verdad importa es que los residentes en Camelot tengan cubiertas las necesidades del disfrute y el placer imbuido para que no piensen, para que no sean críticos con el sistema establecido.

Vicente Cornelles
Escritor y periodista