Comienza el nuevo año litúrgico con la preparación a Navidad.
Tiempo para la esperanza
El tiempo del Adviento nos asegura ante todo que Dios “viene”. Ya al comienzo rezamos: “Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, Dios viene, nuestro Salvador”. Se trata de un presente continuo, de una acción que está ocurriendo ahora y ocurrirá también en el futuro. En Jesús, Dios mismo ha venido y viene a estar con nosotros en todas nuestras situaciones; viene a colmar las distancias que nos dividen y separan; viene a reconciliarnos con Dios y entre nosotros; viene a salvar y sanar.
Por eso el Adviento es el tiempo para la esperanza, en el que se nos invita a permanecer en una espera vigilante y activa de Dios, que viene, alimentada por la oración y el compromiso concreto del amor. Por la virtud de la esperanza aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no sólo en nuestras fuerzas, sino sobre todo en los auxilios del Espíritu Santo. Esta esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre y mujer; no sólo mira al futuro sino también a nuestro presente; asume las esperanzas que inspiran nuestras actividades humanas; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; nos protege del desaliento; dilata nuestro corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad.
Dios nos ama y nunca deja amarnos. En este tiempo de pandemia, el Papa Francisco nos insta a mirar con nuevos ojos nuestra existencia, sobre todo ahora que estamos pasando por una dura prueba, y a mirarla con los ojos de Jesús, “el autor de la esperanza”, para que nos ayude a superar estos momentos difíciles, con la certeza de que las tinieblas se convertirán en luz. “La esperanza hace que uno entre en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. La virtud de la esperanza es hermosa; nos da fuerza para caminar en la vida”.
Ante los contagios del Covd-19, el Papa habla de otro contagio: el contagio de la esperanza: “¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!”. No es una fórmula mágica que haga desaparecer los problemas. Es la victoria del amor sobre la raíz del mal, que no ‘evita’ el dolor y la muerte, sino que los transforma. La resurrección de Jesús pone en nuestros corazones la certeza de que Dios sabe convertir todo en bien, porque incluso de la tumba saca la vida; y nos impulsa a implicarnos en la superación de la actual crisis sanitaria, económica y social. Si falta Dios, falla la esperanza, y todo pierde sentido.