La llegada de un hijo es un momento mágico y deseado, y dice el refranero español que un hijo viene con un pan debajo del brazo, pero...
A veces, por desgracia, no es un pan lo que trae y debajo del brazo trae un Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) y ese momento mágico empieza a convertirse en un infierno lleno de dudas, dificultades y malos momentos. Hoy en día existen muchas herramientas que nos permiten convivir mejor con este trastorno y ayudarnos a gestionarlo.
Javier fue un niño muy deseado por sus padres. Estos se conocieron cuando tenían 17 años, pero no empezaron a salir formalmente hasta al cabo de un par de años. Andrés no se atrevía a decirle a Eva que le gustaba, y Eva, por aquel entonces, le hacía ojitos a Tomás, un chico estudioso y muy formal, cualidades que Andrés no tenía. Andrés era un chico inquieto, algo rebelde, y que de vez en cuando se metía en algún lío en el instituto, para nada era el perfil de Eva.
Un día, Eva y Andrés coincidieron en una fiesta de un amigo en común, y sin saber muy bien cómo, el ‘malote’ de Andrés cautivó a Eva. Después de unos años de noviazgo, Andrés y Eva se casaron. Fue en una boda íntima con algunos amigos y la familia más cercana. Pasado un año de la boda, decidieron intentar tener un hijo.
Fueron unos años muy duros, ya que a los dos les hacía ilusión tener niños pronto, pero a pesar de poner todo de parte de ambos, el deseado embarazo no llegaba. Acudieron a ginecólogos, clínicas de fertilidad, a reproducción y un largo etcétera. Eva siempre era muy puntual con sus reglas, así que en cuanto una de ellas le falló, lo supo enseguida…
Cuando nació Javier, Eva y Andrés se habían leído como un millón de libros sobre la educación de los hijos (ya se sabe, padres primerizos), habían consultado internet y visto mil videos de cómo educar a tu hijo, qué debe comer para estar sano y todo lo relacionado con la crianza de un niño. Así que Javier fue creciendo, siendo un niño educado y muy listo como su madre o por lo menos eso decía la madre de Eva, de su padre heredó el ser un poco bruto jugando.
Cuando Javier llegó a primaria, le costó mucho la adaptación. Siempre estaba en las nubes, no paraba quieto en la silla e interrumpía continuamente en clase. El profesor llamó a Eva y Andrés en varias ocasiones contándoles el mal comportamiento de Javier, Eva y Andrés no paraban de recriminarle a Javier que en el cole se tenía que portar mejor, que no podía hacer ciertas cosas que en casa le permitían (no les quedó otro remedio porque no conseguían corregir a Javier ni con castigos ni con premios). Los padres de Eva no paraban de repetirle que Javier estaba siendo demasiado mimado, que solo buscaba atención y que eso, en su tiempo, se arreglaba de otra manera, los padres de Andrés sin embargo sostenían que él era igual de pequeño, que ya se le pasaría.
En casa era imposible que hiciera los deberes. No había manera de que se sentara y se concentrara en una tarea más de 15 minutos. Además, no paraba de tener continuamente rabietas por todo. Últimamente, ya empezaba a tirar lo primero que pillaba al suelo cuando tenía rabietas, daba igual que fuera un movil que el mando de la tele. Además, estaba el tema de vestirse. Podían tardar perfectamente 3 horas de reloj en conseguir que Javier se pusiera una camiseta nada más. Todos estos problemas no solo no se corregían según iba haciéndose mayor Javier, sino que iban a peor. Se juntaban los problemas de casa con los de la escuela. Eva y Andrés estaban desesperados.
Eva, un día, no soportó el vigésimo comentario de un profesor en 2 semanas hablándole de Javier (evidentemente, nada bueno) y rompió a llorar mientras repetía con voz entrecortada cómo habían hecho con Javier todo lo posible para que fuera un niño educado y bueno, y que ella no sentía que le hubiesen mimado en exceso, pero que, en vista de los resultados, algo no estaban haciendo bien. Laura estaba recogiendo del cole a Luis cuando vio la escena de Eva llorando. No lo dudó y se acercó enseguida, le explicó que a Luis le pasaba lo mismo y que lo llevaron a un psicólogo que le diagnosticó TDAH. Parecerá una tontería, pero Eva se sintió por unos segundos aliviada, ya no sería culpa de ellos, sería que Javier tenía un trastorno que le hacía comportarse mal. Así que no dudaron en llevar a Javier a un psicólogo que, efectivamente, le diagnosticó TDAH. A partir de ese momento, médicos, psicólogos, psiquiatras, etc.
No fue milagroso, pero notaron un cambio en el comportamiento de Javier, que desde entonces tiene más capacidad de concentración y puede ir progresando en sus estudios con total normalidad. El colegio, en cuanto supo lo que tenía, se mostró muy participativo e implicado en ayudar a Javier. Eva y Andrés ya no tienen que pensar que son malos padres ni dejar que nadie se lo insinúe. Ahora se sienten más seguros afrontando el día a día de Javier y la llegada de su hermanita que se va a llamar Laura, como la mamá del cole de Javier, que les dio un poco de esperanza y les abrió un nuevo camino.