Con la comida no se juega

Con la comida no se juega

Como me dijo en cierta ocasión el poeta grauero recientemente fallecido, Dave Viciano: "Piensa, piensa, piensa y actúa en consecuencia".

 

La comida, esa necesidad básica, ese placer, esa excusa para juntarse con los seres queridos, esa paelleta y carajillet, esas entrañables comidas familiares, esmorzarets o cenas románticas.

La comida, esa necesidad que debería ser intocable, sagrada, se ve desafortunadamente maltratada en demasiadas ocasiones en todas las etapas, en su cadena de producción, selección, transporte, almacenaje, venta y consumo. Desde las zonas agrícolas hasta nuestros hogares, restaurantes y supermercados, el derroche alimentario es una sombra oscura que no sólo acaece en Navidades en las sociedades/ casas opulentas pues se extiende por todo el mundo rico, desafiando nuestras conciencias, aumentando las desigualdades. Y mientras tanto, según organizaciones humanitarias de todo el mundo, una persona muere de hambre cada cuatro segundos.

Según diversas estimaciones se tiraron a la basura en toda España 1,17 millones de toneladas de comida y cada hogar desperdició una media de 65,5 kilos de alimentos o bebidas, los restaurantes españoles tiran 63.000 toneladas y los grandes supermercados 50.000 toneladas de comida fresca porque no pueden donarla, un auténtico vilipendio al valor de los alimentos y con este derroche sumamos riesgos a la sostenibilidad en las tierras, el mar por la pesca excesiva y otros ámbitos definidos por la comunidad científica en los límites planetarios.

El dislate es palpable cuando consideramos la cantidad de comida que se pierde en la cadena de producción y venta.

Los estándares de belleza impuestos por la publicidad del siglo 21 y los mercados, la demanda de productos perfectos llevan a una selección esnob que descarta miles de toneladas de alimentos perfectamente buenos pero que estéticamente no pasan los estándares de tamaño o estética. Esta práctica comercial, arraigada en la búsqueda de la perfección visual de la publicidad imperante, es un insulto a la naturaleza misma de la comida en el sentido amplio del término y es una afrenta a quienes no llegan a final de mes, pasan hambre o simplemente queremos vivir en un mundo mejor.

Pero el problema no termina en los campos, (en otro artículo abordaré el tema del mar y la pesca). En nuestros restaurantes y supermercados, el derroche es una realidad cotidiana. Fechas de vencimiento arbitrarias, sobras, estándares de frescura rígidos e intransigentes y una cultura de sobreabundancia que nos llevan a desechar, – forma culta de decir tirar – ingentes cantidades de comida, sea en panaderías, comidas para llevar, carnicerías, tiendas o supers.

Esta falta de aprecio por el valor de la comida, especialmente de las superficies comerciales, no solo es una muestra de unos privilegios indecentes sino una aberración obscena.

Las personas en entornos urbanos nos hemos alejado de la realidad que hay detrás de los alimentos envasados en cajas de plástico. Ignoramos que hay tierras, animales, agua, ganaderos, agricultores, transportistas involucrados en el proceso para llevar esos alimentos a nuestros supermercados. Esta falta de conexión entre el producto final y su origen, así como el camino que ha recorrido, facilita abusos tanto hacia la tierra, los animales y las personas que trabajan en condiciones mejorables.

La cantidad de comida que se tira o desaprovecha en los hogares de la terreta es un tema a revisar por cada familia . . .

Nuestros abuelos solían remarcar que no había que tirar la comida que sobraba. El consumismo nos ha acostumbrado a despilfarrar comida diariamente y somos incapaces de ver su valor real.

Dijo Francisco en su audiencia semanal en la plaza de San Pedro recientemente pues según la agencia Reuters – El papa Francisco denunció la «cultura del despilfarro» en un mundo cada vez más consumista y dijo que tirar comida en buen estado es como robarle a los pobres.

El impacto ambiental del desperdicio alimentario es igualmente alarmante. La producción de alimentos consume enormes cantidades de recursos naturales, tanto en el mar como en tierra, así como agua potable y genera desechos que generan una huella ecológica significativa en términos de emisiones de carbono y contaminantes de diversa índole. Además la enorme cantidad de residuos, especialmente plásticos, (generada por el modelo de producción extractivista, perpetuado y cómplice en nuestros estilos de vida), se acumula en numerosos vertederos invisibles al ciudadano, exacerbando así el problema de residuos, planteado posibles soluciones en otros países de la UE con proyectos de incentivar la economía circular.

La reciente iniciativa de Francia de prohibir a los supermercados tirar o destruir alimentos no vendidos es un paso más en la dirección correcta. Sin embargo, aquí es necesario un cambio de paradigma, una visión menos cortoplacista (pan para hoy y hambre para mañana o ande yo caliente que le den a la gente) y más cívica porque es muy fácil perpetuar nuestro comportamiento el sesgo de normalidad, parálisis de análisis o efecto avestruz pero se debe revertir esta tendencia.

Organismos como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) no pueden desempeñar su papel crucial en la promoción de políticas que reduzcan el desperdicio alimentario sin las implicaciones legislativas de los gobiernos locales y sobre todo sin la responsabilidad individual que cada persona realizamos en el día a día.

Es importante revisar nuestras creencias y costumbres hacia la comida, así como cambiar nuestros patrones de conductas a más éticos. Necesitamos educar y reeducarnos sobre la importancia de valorar y respetar los alimentos, fomentar prácticas de compra y consumo más conscientes y respetuosas. Asimismo, podemos fomentar el comercio local, de proximidad y familiar teniendo en cuenta las organizaciones y empresas que priorizan la sostenibilidad y la reducción del desperdicio.

La falta de soberanía en los alimentos, la agricultura en Castellón y la globalización y el derroche alimentario es un problema general que requiere una acción urgente y coordinada.

Con la comida no se juega y es hora de que asumamos nuestra responsabilidad individual y colectiva para poner fin a este flagelo que amenaza la sostenibilidad ambiental y nuestra moralidad cívica porque, como me dijo en cierta ocasión el poeta grauero recientemente fallecido Dave Viciano:

Piensa, piensa, piensa y actúa en consecuencia.

Dionis Montesinos, Bombero Helitransportado de Generalitat y estudiante de Psicología