Desde la comodidad del sofá.
Imagina toda la gente
compartiendo todo el mundo;
puedes decir que soy un soñador,
pero no soy el único
Esta estrofa es un fragmento del tema que John Lennon compuso en 1971: “Imagine”, un canto utópico al amor y al respeto entre los seres humanos.
Medio siglo después, las imágenes de nuestras pantallas arrojan escenas dantescas. Situaciones que ni la más macabra de las series de moda podría reproducir con tanta crudeza: el llanto perdido de niños que las bombas han convertido en huérfanos, las carreras a ninguna parte de padres con sus hijos muertos en brazos, la angustia de mujeres embarazadas presa de la incertidumbre que se avecina, la zozobra de familias compartiendo un vaso de agua o un mendrugo de pan, la mirada perdida y resignada de los ancianos, la soledad de cuerpos inertes sobre el asfalto, la desesperación de rehenes amenazados por sus captores, los gritos inútiles de los heridos y mutilados pidiendo analgésicos inexistentes o la impotencia de médicos operando sin anestesia y sin otra luz que las de sus teléfonos móviles. Todos inmersos en un caos de escombros manchados de sangre, un mundo sometido al más terrible de los fantasmas, el miedo, que llega desde un cielo rasgado por las estelas de los misiles y que aparece en las pesadillas de la noche, si es que alguien es capaz de dormir un rato.
Y esas escenas se alternan con la de señores de la guerra con impecables trajes o uniformes condecorados, los que nunca cogerán un fusil ni dejarán de tener un plato de comida en la mesa, los que, movidos por ideologías extremas, laicas o religiosas, soliviantan a sus seguidores para insuflarles en el cuerpo el odio al enemigo.
Junto a las miradas de miedo de la población se aprecian, también, pupilas henchidas de un profundo odio.
La guerra es la peor de las desventuras a la que la humanidad está expuesta. Pero hay que tener en cuenta que, a diferencia de la enfermedad, de las catástrofes naturales, o de los accidentes, la guerra está provocada por el hombre de forma consciente y deliberada.
Como dijo el escritor y Premio Nobel de Literatura, John Steinbeck, autor de “Las uvas de la ira”, “la guerra es un síntoma del fracaso del hombre como animal pensante”. Elevados valores que atribuimos al ser racional, como el respeto a la vida, la humanidad, la generosidad, el amor, la bondad, la empatía o la solidaridad, quedan fulminados cuando la violencia es el único método de afrontar un conflicto. La propia inteligencia queda en entredicho si no se es capaz de solucionar las diferencias con el diálogo y el acuerdo. No es que no haya soluciones pacíficas, es que, bien por el odio exacerbado, bien por unos intereses ocultos inmorales e inhumanos, no hay voluntad de buscarlas.
Y cabe una pregunta devastadora: ¿hay guerras provocadas por los intereses económicos y por la peligrosa megalomanía de unos pocos poderosos? Asesinar y torturar de forma organizada a nuestros hermanos de especie por el poder, la dominación de territorios o la codicia es la más vil de las conductas humanas, si es que se le puede atribuir la condición de ser humano a las personas que son capaces de actuar de tal manera. ¿Mentes psicópatas carentes de empatía e incapaces de sentir emociones?
Y habría que ver en qué medida la industria armamentística tiene una influencia determinante en el (des)orden mundial. ¿Qué sería del mundo si los presupuestos para “defensa” (que en muchas ocasiones son para “ataque”) se destinaran a infraestructuras para que el tercer mundo alcance niveles dignos de vida, a educación en valores y en paz para todos los niños del planeta, a investigación médica y a solidaridad con los damnificados por los desastres naturales. Sería cambiar la destrucción por la construcción. Construcción de pensamiento inteligente y construcción de riqueza. ¿Tan utópico es que las naciones acordaran un desarme global en beneficio de la raza humana? Algunas utopías lo son en la medida en que los responsables de que lo sean quieran que lo sigan siendo.
También el que se proclama vencedor en una contienda es, en realidad, un perdedor; porque nadie gana con la violencia, o muy pocos. Por eso, como dijo Eisenhower, la inutilidad y la estupidez son atributos que van asociados a las guerras.
Lo que define a un buen gobernante no es la capacidad para llevar a su pueblo a una guerra, la gane o no, sino la habilidad, el amor a su gente y la inteligencia para garantizar la paz.
Nuestra sociedad ha tenido la capacidad de constituir organismos internacionales, como la propia ONU, de acordar leyes transversales para todos los países, de proclamar la Declaración Universal de los Derechos Humanos y de establecer normativas que protejan a los civiles en los conflictos bélicos. Da la sensación de que es todo una monumental pantomima, una enorme farsa inútil e ineficaz. Los crímenes de guerra, la tortura, la desprotección de las personas civiles se producen con impunidad, sin más intervención por parte de los representantes de esas instituciones que intenciones vacías o unas diplomáticas palabras de reprobación.
Me gustaría conocer qué idea se desencadena en la mente de los otros animales del planeta cuando ven que una especie, aparentemente más evolucionada, se destruye a sí misma.
El mundo está lleno de personas que, como Lennon, no conciben las guerras, pero es suficiente con que haya unos pocos gobernantes de cerebros enfermos o pérfidas intenciones, capaces de influir en las masas —especialmente si ya adolecen de unas condiciones de vida dignas—con sus discursos capciosos, para que no desaparezca esta lacra que acompaña a la humanidad.
Aun así, desde la comodidad del sofá, no podemos caer en el riesgo de normalizar las imágenes que nos vomita la televisión, de considerarlas una película más; no podemos inmunizarnos y que nuestra empatía se desvanezca en la cotidianeidad de los telediarios. Es el momento de ser solidarios con los que sufren, ser conscientes de que todos estamos expuestos, sin olvidar la espeluznante y definitiva amenaza nuclear, y exigir a nuestros estados que trabajen por la paz mundial.
La utopía de “Imagine” dejará de serlo el día en que un niño vea en un libro la palabra guerra y el profesor tenga que remontarse al pasado para explicarle su significado. Sería un día tan extraordinario que no me extrañaría que John Lennon resucitara para verlo.
Vicent Gascó
Escritor y docente.