Cuando quieras hacemos un trío

Cuando quieras hacemos un trío

Una creencia tan equivocada como abominable.

 

Las creencias son ideas que desde que somos pequeños construimos en nuestras mentes en base a experiencias pasadas o a la influencia de los mensajes que recibimos de los adultos que son nuestros referentes. A edades tempranas no tenemos el criterio para cuestionar esos mensajes o para analizar de forma objetiva las experiencias. Nos tragamos sin digerir esas ideas. Después, durante toda nuestra existencia, determinarán la forma en cómo pensamos y en cómo actuamos. Los pensamientos condicionarán nuestras emociones y ambos serán determinantes para que tomemos unas u otras decisiones.

También en el sexo cada persona tiene unas creencias distintas: desde las que van ligadas a las prohibiciones religiosas hasta las que lo consideran como un oficio, pasando por un amplio espectro de consideraciones, prejuicios y formas de concebirlo. Unos pueden ver perversión donde otros ven simplemente unas prácticas poco convencionales. Lo que es indudable es que el sexo forma parte de nuestras vidas y que está íntimamente conectado con las relaciones humanas y con los sentimientos.

Mi particular creencia sobre el sexo es que debe partir de unas premisas irrenunciables: el respeto y la aceptación.

El desarrollo vertiginoso de las nuevas tecnologías de la comunicación están cambiando el mundo; es algo que experimentamos a diario y que, junto a enormes beneficios para la sociedad, también entraña riesgos importantes, especialmente para los menores de edad.

Esta ha sido una semana aciaga. En Crevillente, una niña de 13 años con discapacidad le contó a la orientadora de su instituto que ocho niños la habían agredido sexualmente. En Vélez-Málaga, un sacerdote ha sido detenido por agredir sexualmente a cinco mujeres a las que previamente narcotizaba. Su propia pareja, con la que convivía, descubrió un disco duro con imágenes que lo delataban. El asesinato machista de mujeres también ha sido triste protagonista en los pasados días. La víctima número 49 en lo que va de año en España (y la número 1233 desde 2003, cuando se iniciaron las estadísticas) murió el lunes en el rellano de su edificio de Villaverde con numerosas heridas de arma blanca. Ayer mismo, una mujer fue atropellada mortalmente por su marido en Toledo, después de que los vecinos escucharan como discutían en un bar. Podría ser la número 50. Septiembre está siendo el mes con más casos de asesinatos machistas, con una aterradora cifra que puede llegar a 10.

Es evidente que son muchas las cosas que están fallando. Los hombres que maltratan y acaban con la vida de sus mujeres no le tienen ningún miedo a las consecuencias penales. De hecho, a muchos de ellos ni siquiera les importa que también su vida termine y se suicidan tras cometer su delito. ¿Qué lleva a un ser humano a tomar una decisión que acaba con la vida de otra persona y, en el mejor de los casos, arruina la suya?

El machismo es una creencia. Las personas machistas, hombres y mujeres, creen que el varón tiene unas condiciones, unos derechos o unos privilegios superiores a los del género femenino. La socialización que recibieron de pequeños, que todos hemos sufrido, ha estado impregnada de esa creencia. Y, como tal, muchas de esas personas no han sido capaces de pensar por sí mismas para llegar a la conclusión de que ambos géneros, aunque evidentemente son distintos, son iguales en derechos. Sus pensamientos, sus emociones y unos hábitos aprehendidos desde niños son el motor de sus decisiones.

Si a esto sumamos que nuestra educación emocional es casi nula, la mezcla es explosiva y letal. El sentido de la posesión, “eres mía o de nadie más”; la incontinencia de la ira, y la arrogancia de creerse superior son la causa de maltratos psicológicos, de palizas y de muertes.

Y hay otras víctimas inocentes, los hijos. Solo en 2023 se contabilizan 48 menores huérfanos por violencia machista. Niños y niñas que han perdido a su madre o a ambos progenitores y que descubren que, si el agresor sigue con vida, está preso y nunca dejará de ser para ellos, más que su padre, el asesino de su madre. Un drama social inasumible, aunque empiece a ser tan habitual que corramos el riesgo de acostumbrarnos.

Las personas de mi generación difícilmente podíamos acceder a contenidos pornográficos antes de la pubertad. Y eran fotografías de desnudos, eso sí, femeninos siempre, en revistas innegablemente machistas. Pero poco más. Hoy en día, se considera que a los ocho años los menores ya tienen acceso, a través del internet de los móviles, a pornografía dura y en muchas ocasiones violenta. Esos vídeos son el referente que va construyendo inconscientemente una perniciosa creencia: el sexo se practica de esa manera machista y violenta que aparece en las imágenes. Incluso las chicas normalizan esas conductas. Y esto es el caldo de cultivo de la violencia machista, además de tener otros perniciosos efectos, como desnaturalizar el sexo hasta el punto de que la excitación de esos chavales queda supeditada a actuar de la manera que aprenden en esos contenidos.

La clave está en las creencias. Hemos de incorporar en el sistema educativo una nueva creencia: la de la igualdad entre géneros. Los niños han de absorber esta creencia en las escuelas, en los círculos de amigos, en la familia y en los medios de comunicación, en especial en las redes sociales.

También hay que incorporar asignaturas que enseñen a saber gestionar nuestras emociones, con lo que no solo paliaríamos esta lacra, también mejoraríamos la salud mental, la autoestima y las relaciones sociales en general.

Y hay que educar sexualmente a los niños, a cargo de profesores especializados, para que aprendan a vincular el sexo con el amor y la ternura y el placer con el respeto. Las familias y los educadores deben hablar de la pornografía, explicar a los niños —auténticas esponjas— que esa ficción es solo eso, peligrosa ficción para sus tiernas mentes. Si no somos los educadores y los padres los que educamos en una sexualidad saludable a nuestros hijos lo van a hacer —lo están haciendo— las redes sociales con una muy dañina influencia.

Y las autoridades deberían contribuir también en limitar el acceso, en poner unas pesadas puertas a esas páginas de pornografía, que solo los adultos puedan abrir. No sé la forma, se me ocurre que con el uso de la firma digital, pero es seguro que hay maneras, solo falta la voluntad de aplicarlas.

Mientras nos lamentamos sin actuar adecuadamente (es evidente que las medidas actuales son insuficientes o erróneas), hay escolares que abusan de niñas, sacerdotes pederastas y violadores ante la inacción y el encubrimiento de sus obispos; políticos, como el vicealcalde de Godella que, en el pleno del Ayuntamiento, se destapan con frases como “tan abierta que eres, cuando quieras hacemos un trío”; y muchas familias destrozadas por la violencia machista.

Todo por una creencia. Una creencia tan equivocada como abominable.

Vicent Gascó
Escritor y docente.