Cuestión de dignidad ( 1 )

Cuestión de dignidad ( 1 )

Con la venia: Facundo Alamillo Iniesta, alias Cundo, natural de Tormos y vecino desta población, pone lañas y varea colchones a domicilio. Eso en laborables. Los domingos y festivos es limpiabotas.

 

Quien de cerca lo viera pasar hoy, de camino a lo suyo, notaría que camisa y pantalón, grisclara y negro, los lleva limpios y sin arrugas. En sus zapatillas de lona, negras también, no hay ni la sombra de un rozón de polvo. Por lo demás, en la calle no destacaría, si no fuera porque carga una talega azul con las cosas del trabajo.

El Cundo ha sabido siempre, y lo practica, que un limpiabotas debe vestir correcto, pero sin sobrarse ni una mijita, que ya están los clientes pa’ir de pintón. Su negocio es darles relumbre a los demás, y no joamos.

Es mediodía cuando llega a los soportales de la plaza grande. Saca la banqueta y se sienta -la talega, con la caja, en el regazo- a dos pasos de la puerta del bar de Adrián, enfrente de la iglesia. Mordisca un palillo mientras lia la picadura, bien prieta, como a él le gusta. Prende con parsimonia, apoya la espalda en la pared, y fuma sin prisa, descansando.

En un rato le va a tocar pencar de firme. Seguro que hasta pasadas las tres. Hoy hace bueno y eso traerá bastante gente, por lo que confía en sacarse unos cincuenta duros largos. Da otra calada y, soltando el humo, marmulla un Asíséa.

Le da vueltas a la falta que les hacen esos dineros. A él y a la Gloria. Su parienta. Su morena. Formal, maja, limpia, dedicá, cariñosa. De Ronda nacida ella. Más buena quel pan blanco en tiempo ‘e guerra. Que siempre mira de traer algo pa’ la casa, planchando pa’ las señoras que lo pueden pagar, la Gloria.

La cual, que lleva ya dos días, que lo único que plancha la pobretica, son las patatas con el tenedor, buscando de dejar el puré amontonao, para que parezca más lleno el plato, aunque sepamos los dos que hay sobra de aguacaldo, pocas patatas, tocino menos, y de chorizo ná, recuerda el Cundo.

A cuatro calles de la plaza, sentadica en su silla de la cocina, la Gloria también hace recuento de escaseces, algo amohiná. Queda pan bastante, y hay dos güevos que irán fritos con aceite del colao. Y algún repitajo habrá por la fresquera, digo yo. También una de tinto, dese qués amarguillo, como la necesidá.

Pero mira tú por donde, que postre si tendremos -se anima ella- que acaba de traerme la cuñá medio capazo de mandarinas de las dulces. Encima del hule de la mesa están, y perfuman que ponen otra gloria más en esta casa. Se sonríe de su chiste y se levanta, que ya es hora de empezar el avío del tapiñe. Mientras busca las cerillas, canturrea por la Jurado, y cavila en cuantas perras traerá hoy su hombre.

En la plaza, repasa Cundo su surtido, por si acaso. Queda poco betún marrón, pero desa color solo hay tres pares de zapatos domingueros. Los calzan el Lagartijo, el Corbata y Vicente el Mahón. Llegará pa’ los tres, si es que se vienen.

De la marca del Búfalo, en negro queda lata y media, y dos del incoloro. No hay zapatos blancos en el pueblo, así que menos gasto. De salvaderas, son tres juegos en uso y otros dos de nuevos. Cumplen los trapos de dar frote, y los cuatro cepillos están sin despeluches. Cierra la caja, da candela al medio cigarro que le queda y fuma en paz. Qué bien, coño. Qué bien. Ahora a esperar.

Al poco, en abriéndose la puerta de la iglesia, el Cundo escupe el palillo, apura y pisa la chisca del cigarro, se levanta, recoge lo suyo y, en dos trancos, entra al bar. Saluda al Adrián, y pasa a ocupar el rincón ese, en donde sabe que se le vé, pero que no molesta.

Afuera, los hombres ya están mandando las familias a sus casas. Ellos irán luego, a la hora de comer, porque de momento se vendrán a tomar el vermú y hacerse limpiar los zapatos, mientras comentan la semana copa en mano. Es un lujillo salao este del lustrar, que los buenos oficios de Cundo han hecho costumbre en el local. Y el Adrián no le pide parte en los dineros, al contrario, cuando acaba la tarea, antes de que se marche, siempre le sirve una caña de balde y charlan de la vida. Buena gente el Adrián.

En minutos se llenará el bar. Cundo desde su rincón, sonreirá a los parroquianos, y ellos le indicarán con un gesto si quieren el servicio, mientras encargan sus bebidas en la barra. Hará memoria él del orden de pedidos -nunca se equivoca en quien tiene la vez- y al punto, sentao en su banquetilla, hincará las rodillas en tierra, acomodará un pie del cliente en el reposador de la caja, pondrá las salvaderas por no manchar los calcetines, y se dedicará a sacar brillo con presteza y aseo, mereciéndose el estipendio. Y a lo mejor alguna propinilla. Asíséa.

Ya va entrando el personal. Los hombres piden copas, y hacen corrillos, y beben, y comentan. Pero nadie solicita una lustrada. Y todos le apartan un poco la vista. A Cundo se le ocurre si llevará la portañuela abierta, o tendrá un perdigón o un moquillo en la tocha, o algo. Se aparta un poco, dando la espalda al grupo, para mirarse la cara en el espejo del coñác Decano -¡Caballéro, qué coñác!- y pasar las puntas de los dedos de la diestra por su bragueta. Todo en orden. Recomprueba. Está bien. Se alisa los aladares. Vuelve a su sitio y hace paciencia. Ya dirán. Estarán con algo gordo que habrá pasao. Ya dirán.

Pasa más de un cuarto de hora antes de que Pepe Alcarria, el conserje del ayuntamiento, le haga seña de que se acerque, pero sin las cosas de la faena. Cundo obedece y se arrima. Se abre el corro grande, el importante, dejando en el centro a Don Antonio, el alcalde, que le señala un vaso de blanco servido en la barra, y le dirige la palabra.

-Hombre, Cundo, hola. ¿Qué tal? Pasa, pasa, y tómate este vino con nosotros, que te convido yo. Porque te aprecio, que lo sepas-

– A los güenos días, Donantónio. Munchas gracias. A su salú se beberá. Y que no le falte a usté. Ni a la compaña-
-Eso, eso, que no nos falte salud ni buen vino. Venga, cátalo, a ver si te gusta-
-Con su permiso, Donantónio-
-Claro, hombre, bebe, bebe…-

Asiente el Cundo, toma el vaso, lo levanta con respeto, se lo emboca, y lo prueba.
¡Mariasantísima qué vino! Es como besarse con la Gloria cuando los dos se buscan las ganas. Y eso que fue un sorbo, y no un trago.

-¡Madremía, Donantónio, menúo vino éste..!-
-¿A que está bueno? Es de Monóvar, de tu tierra. Lo ha traído Adrián de una bodega nueva que han abierto en la capital-
-Si questá bien güeno. Muncho. Munchas gracias, Donantónio-
-Que sepas que tienes otro pagao. Pero te lo beberás luego, conmigo, porque tenemos que hablar-
-Lo que usté mande, Donantónio-
-Ahora nos dejas un ratico que acabemos la tertulia, te me sientas en una mesa de las de fuera, te vas bebiendo el vino, y esperas que te llame-

-Puedo quedarme de pie, si usté quiere, Donantónio-
-Nada, nada, te me sientas y descansas. Y para que fumes si te apetece, que te dé Adrián una faria y la ponga a mi cuenta. Luego hablamos tú y yo un rato, Cundo, majo-

-Como mande, Donantónio. Con su permiso me voy pa’fuera. Y munchas gracias tamién de la faria-
-Que la disfrutes, hombre. Hasta luego. Bueno, señores, pues como les estaba diciendo antes..-
Se pierden las palabras del alcalde de los oídos del Cundo, mientras recoge vaso, faria y talega, y emprende el camino de la puerta.

Banda sonora recomendada: Speranze di libertá, en la version dirigida por Morricone.

Manolodíaz.