Con la venia: Hoy sí que hablaré de féretros. Con absenta a palo seco emprendo la tarea, para no divagar ni prolijarme tal que la semana pasada. Así pues; orden, método, y al grano.
Recordáis haber comido almendras. Os consta que tienen cáscaras leñosas, las almendras susodichas. Sabéis que en los pueblos con almendrerías, o como mejor se diga en derecho, las cáscaras mentadas generan muchos y enormes montones. No ignoráis que cuando hay un montón de lo que sea, hace falta quitarlo del medio. Pero desconocéis cual es la solución para eliminar del paisaje diario las cordilleras de cascarujas, con pingüe lucro económico además.
No gimáis. Este humilde narrador tecleará con denuedo para ampliar vuestros conocimientos, corroídos por el ácido que segregan las cagarrutas del microbio de la duda tributaria, en estos días atribulados por la inflación. Dicho sea cum ánimus iocundi. Amén.
Brevemente; si las ya muy nombradas cascaritas, se retiran de la vista ciudadana, se molturan bien y se amasan con resina, o cualquier otra cochinería industrial ad hoc, se obtiene una pasta que, ya seca, tiene las prestaciones de la madera y varios usos, el mejor de los cuales es rellenar moldes con forma de ataúd.
Adiós pues, restos molestos de las peladuras de la almendra. Hola, cajas a la venta, para las que no faltarán ni contenidos ni pagadores. El truco del almendruco deja de ser una rima cacafónica cualquiera, para convertirse en un negocio real.
El complejo castellonense donde se fabricaban sarcófagos, Dhema Ibérica se llamaba. A un tiro de piedra del Tio Alcampo. Entré allí «per angostam víam» una tarde de primavera, cuando ya no había actividad laboral y presentaba un cierto deterioro. Eran tres naves abandonadas. Con mucha verja. Sin vigilancia. Les di un recorrido perimetral, para entender el lugar, anotando datos útiles. Ninguna señal de vida humana reciente, ni un cagarro seco. Sin los típicos indicios de entrada de los niños del vecindario. La funebrería del lugar lo defendía de casi todos los intrusos. El caso es que yo era el casi.
Dentro quedaban abundantes restos de los trabajos; bancos, mesas, pinturas, brochas, rollos de gasa morada, de raso falso, plantillas que mentían recuerdos eternos, bandas de tela tan satinada como negra donde inscribir el llanto canónico de siempre y, ( ¡ Oh maravilla ! ), así como unos veinte magníficos ataúdes acabados y afinados hasta el pormenor, con herrajes símilbronce, que yacían en un rincón a la espera de ocupante.
Limpié mis gafas para la inspección ocular y, mientras me relamía, anduve entre las mortuorias unidades abriendo tapas, acariciando forros, comprobando cojines, palpando el ligero acolchado los fondos. Salvo un exterior empolvado, estaban en perfectas condiciones. Esperando.
Cuando se te ha hundido la flota, andas a la capa y no sobran dineros, te hartas muy pronto de dormir en los jodíos bancos, porque la única seguridad que te dan es que no estás seguro. Pedir plaza en catre prestado también carga lo suyo, que ya sabemos que acaba con las amistades más antiguas. En los tiempos que relato, destas circunstancias y de alguna peor ya andaba yo hasta la sutura escrotal, así que lo vi muy claro: con el ojo avizor, con las debidas cautelas, con mil cuidados, y sin confiarme nunca, pero…¡ Tenía dormitorio !
De inmediato me puse a la labor de elegir y acondicionar mi cama. Para tener acceso fácil, pero no obvio, moví los ataúdes necesarios, y apilé los que estorbaban, escondiendo mi escaso equipaje entre ellos. Tras alguna probatura, me decidí por una caja amplia, con tapa de dos piezas y ventanita con cristal, de las que llaman judas. Porque el fondo no era muy blandito, lo llené con las almohadas destinadas a testas de finados, y logré un ¡chéquébétú! cuando probé a estirarme dentro.
Ya caía la luz. Me senté a fumar un mái de fortuna. Tomé un trago celebratorio de mi caneco, que a mariasantísima me supo. Finado el mái, y ya tumbado, apresté el cúter a la diestra, (no fuera cosa, oye), y me dispuse a dormir en santa paz. Como así fue.
Os preguntaréis si no me dio mal rollo. Pues no. Nunca. Nada dello. Miradlo sin prejuicios; si un ataúd es bueno para el descanso eterno, para unas pocas noches no puede ser muy malo.
Pero nada dura mucho. Los Hados tuvieron celos de mi bienandanza, y desataron una catástrofe que me llevó a huir, abandonando mis muy felices pompas fúnebres.
Contendré mis sollozos mientras os describo los pormenores de aquella aciaga noche. Será en la próxima entrega.
Disfrutad en el ínterin de una suave semana.
Buenas tardes.
B.S.R.
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L’Artaserse. Dramma per musica.
Autor: Leonardo Vinci.
Libreto: Pietro Metastasio.
Aria: Vo solcando un mar crudele.
Canta: Franco Fagioli.
Manolodíaz.