Aunque este artículo parezca que caduca a cada instante, desde que se ha escrito hasta que los ojos de los lectores se detengan en su contenido, hay contradicciones y posiciones de fondo que -para España- hablando de petroleros y superpetroleros ninguna marejada debería esconder. Todo parece que comenzó con el secuestro de un superpetrolero iraní...
Aunque este artículo parezca que caduca a cada instante, desde que se ha escrito hasta que los ojos de los lectores se detengan en su contenido, hay contradicciones y posiciones de fondo que -para España- hablando de petroleros y superpetroleros ninguna marejada debería esconder. Todo parece que comenzó con el secuestro de un superpetrolero iraní por el gobierno gibraltareño en aguas españolas, y que -última hora seguramente ya caducada- ahora continúa con el apresamiento de un petrolero británico en el estrecho de Ormuz por la marina iraní.
Los hechos -puede que sean novelados por las distintas fuentes, y en momentos parezcan completamente surrealistas, pero tienen la consistencia de fondo frente a la marejada- consistirían en que el superpetrolero “Grace 1”, de 330 metros de eslora y con bandera panameña pero transportando 2,1 millones de barriles de petróleo iraní, tuvo que rodear toda África -dado que su envergadura está fuera de los límites del canal de Suez- para entrar en el Mediterráneo por el estrecho de Gibraltar. Todo ello controlado por los satélites estadounidenses desde su partida de un puerto de Irán.
Según el espionaje estadounidense -la más fuente más objetiva del mundo- el destino del crudo era la refinería siria de Banyas. Irán lo negaría posteriormente argumentando que su destino era otro y que además el superpetrolero, por sus dimensiones, no podría acceder a tal puerto. Debemos recordar que Estados Unidos mantiene al régimen sirio un embargo unilateral y discrecional.
Cuando se esperaba que el superpetrolero cruzara por aguas internacionales -como hacen muchos otros buques iraníes sin ser molestados- aparece inesperadamente en la medianoche del día 3 al 4 de julio -en lo que el Reino Unido califica como Aguas Territoriales Británicas de Gibraltar y que en realidad son aguas territoriales españolas- y fondea a solo dos millas al este del Peñón para, eso parece, aprovisionarse. Momento que aprovecha la Policía gibraltareña, apoyada por 30 marines británicos -o viceversa-, para llevar a cabo su abordaje en un acto de piratería. Se dice que una patrullera de la Guardia Civil se dirigió al petrolero pero que las británicas se lo impidieron.
Obviamente, según se desarrolla el relato, los lectores se preguntarán: ¿Qué llevó al “Grace 1” a acercarse a una guarida del enemigo? ¿Qué urgencia en fondear al alcance de la marina británica? Un relato coherente nos obligaría a aceptar el hecho de que algún miembro de la tripulación estaba al servicio de los asaltantes, y pudo engañar al capitán del buque.
Y no podría faltar en esta recopilación de hechos, una entrevista entre el Ministerio de Asuntos Exteriores iraní con el embajador español en Teherán, Eduardo López Busquets, para expresar la queja por la captura del superpetrolero en aguas territoriales españolas; ni tampoco la justificación del diplomático de que, aunque son legalmente aguas territoriales españolas, el Reino Unido las reivindica como gibraltareñas y actúa habitualmente sin contar con España como si fueran suyas. Bien es verdad que el gobierno español expresa de vez en cuando su disgusto por las incursiones británicas en dichas aguas.
Y esto es grave. Estados Unidos, promotor del abordaje y secuestro del superpetrolero, apoya la utilización fraudulenta de las aguas territoriales españolas por la marina británica. Con ello toma posición a favor del Reino Unido en contra de España en el persistente conflicto diplomático sobre tales aguas. Esto solo puede calificarse de nuevo paso en degradar a España. No se sabe a ciencia cierta si el gobierno español ha presentado alguna queja formal al respecto, ni al Reino Unido ni a Estados Unidos.
Sin embargo, nada más producirse el asalto británico al superpetrolero, el ministro español de Asuntos Exteriores en funciones, Josep Borrell llegó a declarar que: “Varias patrulleras de la Guardia Civil han estado vigilando la zona, pero estamos estudiando las circunstancias en las que se ha producido, puesto que ha sido una petición que ha dirigido Estados Unidos al Reino Unido”.
Demos un salto en el tiempo -tan acuciante en este siniestro juego de guerra de la administración Trump- porque después de dos semanas de secuestro del superpetrolero iraní, Irán –en explícita represalia- ha detenido un petrolero británico en las aguas del estrecho de Ormuz -por el que pasa diariamente el 20% del petróleo mundial-, lo que ha sido condenado inmediatamente no solo por Estados Unidos y el Reino Unido sino también por Alemania y Francia.
Es llamativa la absoluta dependencia del Reino Unido respecto de EEUU -será ya prematuro “síndrome de Estocolmo” post-Brexit- en su política de agresión a Irán, en la que destaca últimamente su contribución al crecimiento exponencial de la presencia de las fuerzas navales estadounidenses en el estrecho de Ormuz y zonas marítimas colindantes, ahora ampliables al estrecho de Gibraltar.
Lo que destaca respecto a España es que Estados Unidos -dentro de la política agresiva de la administración Trump, a lo largo y ancho del planeta- ha dado, con el asalto al superpetrolero iraní, un nuevo paso de degradación política y militar de nuestro país, a la vez que nos ata también a sus planes de guerra.
Esto es grave para España. Es sumamente importante dar pasos en la defensa de la soberanía nacional de España y por una política de paz y neutralidad de nuestro país en el mundo. Ha sido muy correcta y oportuna la decisión del Gobierno español de ordenar la salida definitiva de la fragata española “Méndez Núñez” del grupo de combate estadounidense encabezado por su portaviones “Abraham Lincoln”, situado en zona próxima a Irán. Es un buen camino. España no debe verse arrastrada involuntariamente a una guerra con Irán.
Eduardo Madroñal Pedraza