Descargando tensiones

Descargando tensiones

Con la venia: tengo un trabajo nuevo.

 

Ya sabéis como va eso: sin que olvides ni un instante que nadie necesita que te guste lo que haces -porque como es trabajo lo cumples y ya- tu desempeño empieza resucitando unos cuantos despertadores para no fallar en el laberinto horario, y sigue cuando intentas aprender las mil secuencias del curro. Las que diseñó algún Satanás con ganas de guasa.

Luego te esforzarás para lograr que transcurran unos pocos días sin meter la pata. Si lo logras, cogerás confianza y así volverás a cagarla en todos los etcéteras posibles. Lo normal en estos casos.

Pero hoy quiero contaros un par de extrañas situaciones en que me he visto por querer rebajar la tensión laboral con distracciones digitales.

En primer lugar, busqué en las Redes algún complemento alimenticio para animarme y no entrar en la tristor. Y consideré que igual algún lujillo oriental no estaría de más.

¿Recordáis la bayas de Goji? ¿Aquella especie de gusanitos rojizos y pétreos que se recolectaban en el Himalaya en noches de plenilunio -o pediluvio, que no lo tengo muy claro- por manos de vírgenes ungidas con los Santos Óleos del Lamasterio Mayor?

Pues ya no hay dellas. Las que ahora están a la venta -prometiendo que su consumo te librará de ladillas, zurriburdio y glosopeda- se llaman Om Many Doollar Om, son negras como alma de recaudador, tardan en llegarte treinta días, y tienen el precio de un menú de Dabiz Muñoz.

Me amostacé y renuncié a comprarlas. Entre la dudosa panacea oriental y la certeza del tercio helao con media tapa de boquerones, no hay duda que carajo me animará más.

Así que mientras encargaba el tal remedio en el Chinocierto, me puse a mirar el Gemilio y -aparte de dos amenazas de castración por parte de unas Agencias de Asustaviejos- encontré que una hija de Venus me pedía amores no solicitados.

Me explico: la imagen que recibí tal vez esté retocada con fotochoff -o IA, o algo peor- pero lo que se aprecia, juro por las astas de Júpiter Amón que desciende por línea directa de Venus. Pero no de la Calipigia, sino la de Lespugue. Pasada por un caro gimnasio.

Para más inri, el texto que acompañaba a su reclamo hedía a refrito de Paolo Coniglio. Es decir: Pablo Conejo, Paul Lapin, Paul Rabbit, Paulo Coelho… el pesaroso aquel que -en Denia, hace una década- me produjo tal empacho que hube de refugiarme en la intimidad de mi retrete y desagüar por entrambas canales, arruinando lo que prometía ser una nuit d’amour fou.

Comprenderéis que un pobre anciano no puede hacer frente a tan tremendos y cursis pedidos amatorios. Naturalmente bloqueé la solicitud.

Me hallo ahora -para soltar lastre anímico- intentando por cuarta vez leerme Guerra y Paz en versión italiana. No lo conseguiré, pero al menos estaré distraído anotando inacabables nombres rusos.

Tenedme presente en vuestras oraciones, y os quedaré eternamente agradecido.

Escuchemos hoy esa broma precisa y preciosa que es El Bolero digerido y dirigido por Frank Zappa.

Manolodíaz.