Con la venia: mañana, en Las Vegas, se juega El Super Tazón 58. O si lo preferís La Super Bolw LVIII.
Nos os voy a dar la aburriada con datos sobre El Evento. Para eso podéis consultar a La Red, y veréis que vuestras pantallas os dirán exactamente lo mismo que todos los años.
Este no es un espectáculo que se lleve mucho por aquí, pero la SB si que es una noticia mundial y hay que reseñarla, así que como siempre, se os contará lo que Las Agencias creen que debéis saber: la cifra superextra megamuchi millonaria de espectadores del macht, lo tremendamente caro de las entradas, las colosales pirámides de Jójtsdógs, Buds y Colas que se consumen durante El Juego, el tremendo disparo del absentismo laboral del lunes en Yankilandia, y unas cuantas bobadas más.
Si hay suerte es posible que, en medio de las repeticiones del Jáltáimchóu, se cuele un inserto que os informe de que equipo ganó esta vez. No sería la primera vez que una emisora se olvida de citar el tanteo.
Y estad seguros de que el lunes, a partir del mediodía, se os explicarán los motivos de la tal victoria de quien sea, por boca de un montón de güeyes pamboleros que van de Ulises Harada por la vida. Unos Ningunis es lo que son estos metiches.
En lo que a mí respecta, tengo infinidad de anécdotas sobre pasadas SBs; como la jugada Philly Special, con Fowles haciendo un quiebrito «romantico» y un tantico ilegal, o el alquiler de la pantalla -de un tugurio- por 50 euritos mas las copas, o una visionada desde la alfombra del un su despacho. Pero me ceñiré a solo a dos dellas, porque no sea cosa.
Primero, la formidable edición 50. La disfrutamos en el Sportium del querido Manolo, con tres cajas de Buds a disposición de hija, novia, nuero, sobrinazos y allegados, los cuales me hicieron caso y ganaron dineritos cuquitos apostando por Denver. Por cierto, con un notable mosqueo de la docena de gringos que habían recalado en el local, que le iban a los Carolinos, y que se quedaron de pasta boniato cuando se cumplieron mis vaticinios.
Gran noche aquella en que Peyton Manning ganó su Último Rodeo.
Pero la más completa ocasión que recuerdo ha sido la del 1990. Unos años antes compré el MikyMáus de la Grundig para disfrutar de una pantalla kinsáis, y La Gatuna y yo vimos, el 28 de enero, las maravillas que hicieron Montana, Rice, Taylor, y el resto, ganando El Torneo por segundo año consecutivo. Contra los Broncos de entonces, nada menos.
Aquellos Broncos que comandaba John Elway, el insufrible gringogüero sonriente, al que yo siempre quise ver cojo de ambas dos patas. Solo Tom Brady me caía aún peor. Qué roña más grande les tenía a estos dos…
A lo que íbamos; ese mismo año, Peteiro, a la sazón alcalde de mi pueblo, me había encargado de armar un Carnaval en mi Grao de mi alma. El primer Festarrupio destos traído municipalmente desde la jodía Guerra Civil. Que yo sepa.
Como es natural no me disfracé. Me vestí el uniforme de mi cargo de Cuate Back. O lo que es lo mismo; Colega Repartidor del Juego Y ejercí dello luciendo casco blanco, camiseta negra con hombreras sobredimensionadas y un número 1 alusivo a mi alias, el calzón/leotardo más brillipúrpura horroroso que me prestaron las Cármenes amigas, y un microfono inalámbrico -que resultó ser el hijo tartamudo de alcachofa y calabacín- para llamar a las jugadas. Os citaré unas pocas dellas.
Puse de pregonero al formidable modisto Gascó, que soltó una perorata bárbara con alto contenido erótico -lo correspondiente al Carnaval clásico- citando al Yacutín como perfume de referencia. Imagináos el resto.
Vinieron de la capital mis jóvenes colegas skaters, a rodar por las Palmeras de Dentro con bengalas encendidas, mientras atronaban los Credence y los Doobie. Y moló mucho.
Los hermanos Vidal con su grupo de entonces, sonaron fuerte y firme en la tarde del viernes, aunque con una pausa de respeto, por los oficios fúnebres de un bondadoso suboficial de Marina, que DonAntonio se llamaba, si mal no recuerdo.
Varios amigos leonados se desrriñonaron paseando los pesados toros de fuego, improvisados con medios bidones metálicos, y hubo que reponerles las fuerzas mediante varias cajas de cervezas con cargo al presupuesto.
Ernestito CocoFrito -alias Ernestuás le Gabachuás- Torito Puchero -Torito, torito bravo, capitán de la manada- e Ignacito García Ros -Iñakurriak para los amigos- dieron movimiento a la gente durante la fiesta, lo que es tan difícil como meritorio.
En el Pati, El Pirri vendía a esgalla gracias a su almacenazo, y aún fue generoso en préstamos a ciertos baretos que, incrédulos sobre la afluencia de sedientos, no hicieron acopio de priva bastante. Como le ocurrió a Marga la Pacheca, a la que se le acabaron los quintos el sábado a las 21.08 horas, y bramaba cual tollina ferida con férreo arpón.
Mención aparte merece, por su importancia en nuestra historia popular más feliz, el primer concierto de chispas que -con asombro, alegría y carrerillas generales del grauerío- dieron los Dimonis. Por fortuna para todos, en ello siguen treinta y cuatro años más tarde.
Por fin se celebró el concurso y desfile de disfrazados, que fue desopilante. Naturalmente, se hicieron trampas malabares para que todos tuvieran su premio, o accésit, o reconocimiento copa en mano. Nadie se fue de vacío.
Luego, en La Fuente, ardieron los tres metros de cañas y papel -metáfora de una raspa de sardina- y estallaron los seis kilos de petardos sobrantes con general alborozo. Después dello marchó todo el pueblo a su retiro cuaresmal.
Creí que se había acabado la fiesta. Pero no. No todavía.
Me iba yo -trompeta y reventao- a desconectar lo eléctrico, cerrar lo necesario, y entregar el parte y las llaves en la Tenencia de Alcaldía, cuando una joven madre me pidió una foto con su chaval. Acepté de mil amores.
El chiquillo se asombró al verme, pero no lloró. Cuando lo tomé en brazos me puso las manitas en ambos lados el casco, y empezó a reir mirándome a los ojos.
Al momento, su madre y yo nos contagiamos, y entre los tres cerramos la fiesta de la manera más mejor del mundo: a carcajada limpia. Como debe ser.
Ese año, en ese momento, y en mi pueblo, supe lo que era ganar mi Vincent Lombardi. Y aún me erizo todo al recordarlo.
B.S.R: sería útil escuchar, en esta ocasión, una buena y brillante fanfarria del barroco francés. Entiendo que Lully, Charpentier, Delalande, Couperin o Rameau son los indicados. La elección queda para ustedes. Que sea en buena hora.
Manolodíaz.