Carta del obispo para este domingo
Este Domingo celebramos el Corpus Christi. Esta Fiesta resalta la fe católica en el sacramento de la Eucaristía: es memorial del sacrificio redentor de Jesús en la Cruz, que actualizamos de modo incruento en cada Misa; es banquete de comunión, en que el Señor se nos da en comida; y es presencia real de Cristo entre nosotros a fin de que, en adoración, contemplemos su amor supremo y, transformados por este amor, seamos sus testigos comprometidos. La Eucaristía es el signo mayor del amor de Dios hacia todos los hombres y nos muestra su verdadero rostro de Dios: Dios es amor. Tal es su amor por los hombres, que nos ama hasta el extremo de entregar a su propio Hijo en sacrificio para que todo el que crea en Él tenga Vida eterna.
El Corpus nos lleva a la raíz y fuente permanente de la caridad e impulsa a construir la fraternidad universal, como nos pide el Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti. Cristo, con su muerte y resurrección, ha restaurado el estado original de comunión de los hombres con Dios, con los demás y con la naturaleza. En la Eucaristía, el mismo Jesús se nos da como alimento: el Pan de la Vida y del Amor, que cambia los corazones y da fuerza para vivir desde el amor de Dios; es el anticipo de la vida eterna y el inicio de la nueva tierra y los nuevos cielos, cuando todo quede restaurado en Cristo.
En la Eucaristía, el Señor mismo se nos da a sí mismo y nos muestra así que amar es no solo dar sino darse. La comunión en el mismo Cuerpo de Cristo une a los cristianos con el Señor, crea y recrea la nueva fraternidad que es expansiva y no conoce fronteras; tiene unas exigencias concretas tanto para la comunidad eclesial como para los cristianos: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
Por ello, en la Fiesta del Corpus Christi celebramos el Día de la Caridad, este año bajo el lema: “Tiende tu mano y ¡comprométete!”. El Amor de Dios ha de llegar a todos a través de cada uno de nosotros, en especial a los más pobres y excluidos de nuestra sociedad y del mundo entero: así todos podrán formar parte de la nueva fraternidad creada por Cristo Jesús. Quien en la comunión comparte el amor de Cristo es enviado a ser su testigo compartiendo su pan, su dinero, su tiempo y su vida con el que está a su lado, con el que está necesitado no sólo de pan sino también de amor: los enfermos, los pobres, los mayores abandonados, los marginados y los excluidos.