La luz de la tarde resaltaba la loza de las tazas.
El té humeante aconsejaba esperar.
Bajo la ventana, las peinadas canas recordaban las vías del tren que tantos años fueron sus compañeras de viaje. El abuelo había sido revisor de ferrocarril toda su vida. Ahora su mujer bromeaba.
-¡Has tocado tantos billetes que se te ha quedado el tic en las manos!
La tisana desprendía los mismos aromas de todas las tardes. La mirada del abuelo reflejaba la fijación pensativa de los años.
Sus manos blanquecinas se convencieron una vez más de adherirse al tazón.
La abuela observó como la fina porcelana desparramaba el familiar líquido sobre la alfombra.
-¡Tranquilo, mi vida! Estas tacitas se calientan demasiado.
Te prepararé otra infusión.
Pepa Sanz – Señora de Feroz.