El pelmazo navideño

El pelmazo navideño

Con la venia: Te encuentro en una barra de vinos serios. Caso raro en ti.

 

Como fuimos compañeros de Instituto, te invito a una copa por que no sea dicho, pero -¡oh terror!- te me descuelgas con la filfa de que odias mucho la Navidad. Que nadie te dice a ti cuando tienes que estar de fiesta. Que tú eres un espíritu libre, y no te sometes a celebrar estas fechas. Que hasta ahí podíamos llegar.

Repetido lo cual, me aseguras que; cuando aparezcas en tardeos cenas y nocheos familiares, privando a esgalla, contando los mismos chistes del año pasado, repitiendo dos veces de langostinos, cantando villancicos y, -de perdidos al río- bailando reguetón, lo harás por no disgustar a tus parientes.

Al oírte se me levanta una ceja, te coscas dello y -rápido que eres- me aseguras que tus deudos respetan tu independencia de criterio, pero te han pedido por favor que asistas. Y sería una lástima hacerles un feo; que todo lo han preparado -y seguro que pagado, añado yo- con mucha ilusión. Te sacrificarás por ellos, pobrecito tú.

No te lo digo, pero mutatis mutandis haces lo mismo que algunas parejas de las bodas arrebatás, en los finales años sesenta. Me refiero a aquellos novios que -a dúo- nos daban la brasa con que ellos no creían en Nadadeso, que ambos eran rebeldes de verdad de la buena, y que no necesitaban un permiso social para estar juntos.

Claro que se casaban en una iglesia, pero solo era por no darles un disgusto sus papás, los cuales, amén de buscarle un curro al zangolotino, iban a pagar ceremonia, convite, viaje, piso, muebles y -en cuatro meses- los pañalitos del criaturo. Todo lo hacían los contrayentes por amor familiar. Como tú ahora; sardanápalo.

Ya me tienes podridas las orejas, y temo que si cambias de tema la cosa no mejore. Seguro que me monsergarás con la necesidad de hacer el balance del año que se acaba, y plantear un listado de tontas metas para el que viene. O a lo peor, me ametrallas conque todo está muy mal, esto se hunde, y no sabes a donde iremos a parar.

Para más inri, me estás bañando con tu quejumbre sentado en una barra selecta, donde los caldos tienen calidad y precios altos, que por cierto corren a mi cargo. Esto no me chana ná. Así que se te acabó el carbón, machote. Apurado que sea mi vino me despido de ti, pretextando una invasión de ladillas violentas en mis zonas nobles, y me voy a copas aún mejores, que se donde las sirven.

Como odias tantos estas fiestas, no te desearé un feliz Año Nuevo, pero sí que te vayas a cagar a la vía del AVE, para que se deslice más rápido. O que te presten una romana y pases la Nochevieja pesándote los cuernos. O que en la rifa de la parroquia te toque una parcela en el desierto, y pases el resto de tu vida esnifándote rayas de arena esmeril.

No me alargo más contigo. Espero no volverte a encontrar. Ni a ti, ni a ningún hipocritilla amargatragos que se te parezca. Agur, galápago.

De camino a la espléndida barra donde reina Zonia, silbaré mi suave versión de La Vie en Rose.

Manolodíaz.