Carta del Obispo para este domingo
Este domingo se celebra el Día Internacional del voluntariado, dedicado a las personas que se dedican a trabajar de forma gratuita y solidaria en favor de los pobres, marginados, enfermos o mayores o en favor de otras muchas causas. La solidaridad social ha existido siempre, pero a partir mediados del siglo pasado ha crecido como fenómeno y como inquietud. Hoy son muchas las iniciativas promovidas por diversos sectores de la sociedad. Se trata de un fenómeno amplío y heterogéneo tanto por las causas a que se dedica como por sus motivaciones ideológicas, sociales o religiosas.
También el voluntariado que nace del Evangelio, el voluntariado cristiano, existe desde los inicios de la Iglesia, aunque con nombres diferentes. Nace en el seno de la comunidad cristiana y hunde sus raíces en la experiencia del amor de Dios al hombre y, preferentemente, al más necesitado. La parábola del buen samaritano, en la que Cristo acoge y hace suya la situación del hombre herido, es la manifestación del encuentro de Dios ‘rico en misericordia’ con el hombre necesitado de apoyo para salir de su situación precaria y lograr su promoción integral. La vida de todo cristiano por el hecho de seguir a Cristo y de intentar cumplir el mandamiento del amor, debe ser la de un voluntario que por amor se compromete en servir a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios. La fusión de estos dos amores es la que hace de los cristianos una comunidad en la que cada uno pone su vida al servicio de los otros, sea de manera espontánea e individual, sea de manera comunitaria y organizada.
El voluntariado social cristiano es, pues, una exigencia del amor de Dios y a Dios, que lleva a la gratuidad y la entrega desinteresada al otro. Es algo más que echar una mano a un proyecto concreto, o dedicar algunas horas a cooperar como voluntarios de Cáritas, de Manos Unidas, de la pastoral penitenciaria o de tantas otras iniciativas. Es, ante todo, poner a prueba la autenticidad del amor a Dios. Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (cf. 1 Jn 4,20).
El voluntario cristiano se distingue no por lo que hace, sino por su forma de ser y de actuar: por su motivación, estilo, actitud y forma de actuar, que son las de Jesús. El voluntariado es para el cristiano un deber que brota de la fe y una respuesta coherente con los compromisos bautismales, que piden testimoniar la fe, la esperanza y la caridad en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor. Por eso, la Iglesia nos llama a ser voluntarios como cristianos en organizaciones eclesiales o no, privadas o públicas.
XCasimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón