Publicado por CARLOS DÁVILA en okdiario 22/04/2020
No hará siquiera dos meses el ministro Marlaska tuvo a bien hacer a un grupo reducido de periodistas esta confesión: “Esto es lo que estaba esperando, nunca me he sentido mejor, tampoco nunca volveré a la Justicia”. Soberbio y envalentonado, Marlaska, revelaba así que sus devaneos con el centro derecha no fueron más que un episodio interesado porque como aconsejaba el filósofo del 68, Herbert Marcuse: “hay que aprovecharse del sistema, no mezclarse con él y destruir lo que se pueda”. Marlaska, que ciertamente no ha leído ni una sola línea de panfletos como “Eros y Civilización”, remedaba a aquel filósofo colgado para hacer inteligible que su paso por los alrededores del PP, partido que le cooptó para ser miembro del Consejo General del Poder Judicial, no fue más que un tránsito hacia su verdadera filiación política, la izquierda rabiosa donde ahora afirma sentirse, como recita la coplilla, “tan a gustito”.
Hay que ver con que placer Marlaska aplaudía el martes en el Senado a su vicepresidente comunista, Pablo Iglesias, cuando, en respuesta a la pregunta pagada de un senador de Compromis, éste político más peligroso que un lobo en un recinto colegial, comunicó en el Senado con su actual y repulsivo tonillo franciscano, que ellos no van a cejar en el empeño de borrar del mapa el modelo político existente para sustituirlo por otro idéntico del delincuente caribeño Maduro. Pero ahí no se quedó Marlaska: minutos después volvió a ovacionar a la ministra de Hacienda, la vocinglera Montero, cuando, sin miramiento alguno, recitó los objetivos de su Gobierno; un plan para empobrecer el país, apropiarse de la poca riqueza que quede, repartirla a su gusto, y dar a cada uno no según lo que necesite, sino lo que los administradores de la miseria quieran otorgarle por su disciplina y sometimiento. O sea, leninismo puro. Iglesias y su Komitern ya en la Moncloa, se saben bien lo que en el “Mundo Obrero” de febrero de 1938 publicó el trío de sus antepasados: Dolores Ibarruri, Urbe y Checa: “Si nos dedicamos a corregir rápidamente las debilidades de los órganos esenciales del Ejército y del aparato civil del Estado, madurarán hechos nuevos, tanto en España como internacionalmente”. ¿Les suena?
Marlaska, que es opinión de este cronista, el paradigma del ensayo general con todo que perpetra su Gobierno, tuvo, horas antes de su efímera comparecencia en el Senado, una bochornosa intervención para apoyar la penosa explicación del general Santiago. Al tonto o provocativo reconocimiento (que todavía no se sabe que lo que ha sido) del general de la Benemérita, Marlaska no respondió más que con esta declaración: “Ha sido un lapsus”. Horas después el documento, ya público, denunciaba exactamente lo contrario: que la Guardia Civil tenía el endoso por parte de Sánchez y de sus corifeos de controlar la “desafección al Gobierno”. Y, por cierto, es curioso: desde el franquismo nadie había utilizado este término para fijar el aprecio o desprecio a un determinado régimen. “Ese es un desafecto” se decía en aquella época cuando alguien no le bailaba el agua al general. Pues lo mismo: todos nosotros somos unos desafectos. Hay que tener cuidado con Marlaska y los suyos.
A Sánchez, a su Gobierno del Frente Popular y desde luego al ministro Marlaska, al que cualquier psiquiatra que tenga por amigo le puede reprochar que, ¡hombre!, se informe un poco mejor de que significado posee el vocablo “lapsus” en cualquier manual breve de Psiquiatría. El lapsus no es otra cosa que algo que se tiene introducido, metabolizado en el cerebro y que sale al exterior de forma voluntaria o involuntaria. En las Cortes de la República al subsecretario Angel Galarza se le vieron las ganas y amenazó con un atentado a un miembro de la CEDA. Un colega, visto el desenfreno, le quiso ayudar y suavizó la barbarie: “Ha sido un lapsus”, le corrigíó cariñosamente el compañero, a lo que Galarza, ante los mismos periodistas, ni siquiera rectificó: “Yo no tengo lapsus”, manifestó enfadado. Este sujeto fue el mismo que, ya asesinado Calvo Sotelo, pronunció en el Parlamento esta abyección: “Siento el atentado del señor Calvo Sotelo… siento, sobre todo, no haber participado en él”. Canalla y miserable el tío; hay que suponer que este individuo tuvo en ese momento más coherencia que la que ha exhibido en esta ocasión Marlaska, que no se ha desdichado del suyo, sí, “lapsus”. El ministro que, con cientos de miles de fallecidos en España (ya nadie honrado duda de que estemos por encima de las 45.000 muertes) dijo en principio que “su Gobierno no se arrepiente de nada”. Tramposo y soberbio al mismo tiempo. Sostiene Marlaska, porque ya se ha contagiado del lenguaje marxista, “que autocrítica sí, pero arrepentimiento, no, porque no somos culpables de nada”. Este es el Marlaska de ahora mismo que, con su vocación tardía de ultraizquierdismo, se apresta a servir de costalero, o hasta de tonto útil, a los colegas de su Gobierno que caminan directamente al cambio de régimen, a un sistema comunista en el que Marlaska se va a encontrar “muy a gustito”. ¿Dónde ha quedado aquel juez Marlaska tan festejado por todos? Lo diremos: en gestor consciente de un sistema en el que será imposible la libertad de expresión. Y la de información que no es lo mismo. Aunque a Marlaska eso le importe un bledo; su régimen va camino de ser el de Lenin y el del sanguinario Maduro.