Fernando Simón, médico universal y portavoz de alto riesgo Inés Arrimadas ha hecho lo que, en conciencia, pensaba que era lo mejor para España, que coincide con la cuarta prórroga del confinamiento, medida propuesta por el Gobierno. Por ese voto favorable hay simpatizantes de Ciudadanos que la critican, la repudian y rompen el carné naranja....
Fernando Simón, médico universal y portavoz de alto riesgo
Inés Arrimadas ha hecho lo que, en conciencia, pensaba que era lo mejor para España, que coincide con la cuarta prórroga del confinamiento, medida propuesta por el Gobierno. Por ese voto favorable hay simpatizantes de Ciudadanos que la critican, la repudian y rompen el carné naranja. Si no son partidarios de prolongar este aislamiento, que sanitariamente se antoja imprescindible, ¿piensan que votar lo que propone Sánchez es un crimen de lesa humanidad? Después de tres días con menos de doscientos muertos, los decesos han repuntado, 244. Esto significa que no hay que bajar la guardia y que hasta que no haya vacuna dormiremos regular y tendremos que estar atentos a las sirenas, por si es menester recluirse de nuevo en los refugios, antes, durante o después del verano.
Inés Arrimadas ha asumido la difícil tarea de remediar el desastre heredado de Albert Rivera, su mentor y su condena. Los números, como el algodón, no engañan. Resultados de las dos elecciones generales de 2019. Abril: PSOE, 123 escaños; PP, 66; Ciudadanos, 57; Podemos, 42, Vox, 24. Noviembre: PSOE, 120; PP, 88; Vox, 52; UP, 35; Ciudadanos, 10. A nueve votos de Pablo Casado, Rivera levitó y se creyó el rey del mambo en primavera, despreció la posibilidad de gobernar en mayoría con Sánchez y optó por recurrir por segunda vez en un año a las urnas porque se iba a comer al PP con patatas. Craso error. La soberbia le derrotó y el otoño dejó a Cs a las puertas de la desaparición, como antaño sucedió con UCD.
Culpar a Albert Rivera del desaguisado actual que mantiene al país en vilo sería tan injusto como exculparle del caos al que le condujo la arrogancia. En febrero de 2016 firmó con Pedro Sánchez un acuerdo histórico que incluía 216 medidas para formar un “Gobierno reformista y de progreso”, que no es lo mismo que “progresista”, como éste. Hubo luz, taquígrafos y corrió el cava, que tres años después se le subió a la cabeza. Asumió la responsabilidad del desbarajuste, dio un paso a un lado y delegó en Arrimadas la trabajosa faena de reconstruir un partido desde los escombros. Inés no hace nada que no se esperara de Ciudadanos en febrero de 2016, cuando, como demostró en abril del 19, era un partido pujante, centrado, liberal y con personalidad.
Pero este país es como es, maravilloso e insufrible, pura contradicción, cainismo secular que sobrevive amarrado a los pelillos de la dehesa. Arturo Pérez Reverte lo resume en un tuit: “En España ya no existe la libertad de pensamiento, y toda discrepancia con una tendencia (ni siquiera ataque, sino discrepancia) acarrea un linchamiento mediático sectario. Nos alejamos del estado de derecho intelectual para adentrarnos en un estado de represión intelectual”.
El PP, por cierto, se ha abstenido en la votación de la cuarta prórroga. Y como no es lo mismo la abstención que la negación, tanto el presidente como el secretario personal de Delcy Rodríguez (ministro Ábalos) deberían disculparse por sus excesos, defecto en el que no pocos incurrimos demasiadas veces. En esta marea encauzada por un explosivo cóctel de ira y frustración, a otro a quien no se pasa ni una es al doctor Fernando Simón, de quien su ilustre colega Rafael Matesanz ha dicho: “No hay quien se crea que fuera Fernando Simón quien autorizó los actos del 8-M”. Epidemiólogo y director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad desde 2012, su currículo, universal, deslumbra y ciega a algunos que, como Pablo Motos, se permiten chancear con su aspecto y con su voz. Por eso transcribo un texto de Alba R. Santos, amiga, periodista, directora de NUPA y de la Fundación Olloqui. No sobra ni una coma:
“A los 18 años pisé el tercer mundo por primera vez. Desde entonces, he estado en países de extrema pobreza o en situación de conflicto al menos dos ocasiones cada año. He tenido la suerte de compartir muchas de estas experiencias con cooperantes, médicos, periodistas y políticos. Y, sin embargo, nunca había conocido a nadie capaz de ejercer a la vez estas cuatro profesiones de alto riesgo, de liderar diferentes crisis sanitarias bajo gobiernos tan distintos y de tener además los cojones de salir todos los días a dar la cara ante un país lleno de jueces y sabios. Convertir a un tipo con su bagaje en la diana de los odios masivos demuestra que tenemos lo que merecemos, sin más. El Covid ha sacado lo mejor de muchas personas que se levantan cada día viendo qué pueden aportar a una sociedad que está sufriendo, pero también lo peor de aquellos otros que tienen solución para todo delante de una pantalla, mientras se rascan los huevos a dos manos desde el sofá de casa. Para todos ellos, los que no tienen otra cosa más importante que hacer, aquí va un cuento de buenas noches. Lección de geografía, empatía, gestión y humanidad.
Noviembre de 1991. Burundi. El Palipehutu (Partido para la Liberación del Pueblo Hutu) ataca la ciudad de Bujumbura, aprovechando que el presidente Buyoya está reunido en secreto en París por intermediación de Bélgica. Mueren centenares de personas. Al norte del país, en Ntita, un médico español necesita medicamentos que solo puede obtener en Bujumbura, así que se salta el toque de queda. Es tiroteado, pero consigue escapar y salvar la vida, ya que los tiros impactan en el todoterreno en el que viaja. Los militares le roban el dinero que llevaba para los fármacos. Solo está él como médico en el hospital de Ntita, que atiende a un área de 40 kilómetros. Cada mañana ha de asistir a 120 pacientes y seguir a los 60 hospitalizados que, de media, hay en el centro. Entre una y otra tarea, desarrolla por su cuenta un programa de formación en salud pública. Busca como aliados a los profesores de más de cien pequeñas localidades de la zona para que ellos mismos formen y establezcan pautas y consejos en la prevención de enfermedades. A la par, desarrolla campañas de vacunación diarias, un programa de saneamiento y potabilización de agua y mil letrinas como medida para evitar la transmisión de enfermedades. Ese médico español es Fernando Simón”.
Reproducido el texto De Alba, prosigo abreviadamente en la línea “copiaypega” con Miguel de Cervantes. La figura de los molinos de viento no dista tanto del empeño del doctor Simón, por ser en cada comparecencia lo más didáctico y pragmático posible para descifrar los misterios del coronavirus; aunque los gigantes a los que se enfrenta no superan en algunos casos la categoría de miserables, armados con podones en el lugar de aspas y bilis en vez de argumentos. Hechizado, o encantado, llegaba el ingenioso hidalgo a sabias conclusiones, “la virtud más es perseguida de los malos que amada de los buenos”, o “la ingratitud es hija de la soberbia”, pero no atendía a los consejos de Sancho: “Mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino”. Don Quijote chocó con ellos y salió malparado; el buen doctor, supongo, atiende a su deber y soporta la presión de mil y un ministerios para enfrentarse un día sí y otro también a la ingrata labor de dar la cara para que algún molino con aspecto de gigante se la parta.
Día 53 de Estado Alarmante. Y la vida sigue, coloreada con micras de felicidad que nos ayudan a soportar este cáliz, cuyo origen parpadea en un laboratorio de Wuhan. China, en el foco, 1.500 millones de habitantes, declara oficialmente alrededor de cuatro mil muertes. Estados Unidos, 329 millones de almas, más de 71.000 fallecidos cuando la curva no ha terminado de ascender. En España, 47 millones de personas, la barrera de los 26.000 está a punto de superarse, con más de doscientos mil contagiados. Dice el doctor Simón que ya falta menos, que tengamos paciencia, que cumplamos las normas. Tiene razón. No obstante, se agradece el desconfinamiento progresivo. Nos conformamos con una hora de paseo, como Nines con visitar las zonas comunes de la residencia en la comida o la cena. “He visto a Crescencio y a Carmen –amigos suyos de siempre-, pero no nos han dejado acercarnos. Nos hemos saludado desde lejos”. En el hogar de los mayores toda precaución es poca; aunque exige sacrificios y tiene secuelas. “Hoy, gracias a Dios, he podido dar un paseo. Me ha acompañado Ángel, que yo sola me caigo. Me viene bien para las rodillas, que se me anquilosan, ¿se dice así, verdad?”. “Verdad, mamá”. “Por eso, por compartir las zonas comunes, aunque sea en grupos pequeños, y por salir a dar un paseo, me encuentro mejor que en días anteriores”. En su caso, y en jornadas como ésta, me quedo con una frase de “La vida es bella”: “No hay nada más necesario que lo superfluo”. Y que no nos falte. #animopacienciaysolidaridad