En el púlpito, como en política, mandan los colores En teoría, y a falta de rebrotes coronavíricos, que no hay que descartar, o de alguna prórroga extra de confinamiento, que también es previsible, en teoría, subrayo, el 23 de mayo zanjaré mis intervenciones con el Estado Alarmante, después de 69 jornadas ininterrumpidas de contar cosas...
En el púlpito, como en política, mandan los colores
En teoría, y a falta de rebrotes coronavíricos, que no hay que descartar, o de alguna prórroga extra de confinamiento, que también es previsible, en teoría, subrayo, el 23 de mayo zanjaré mis intervenciones con el Estado Alarmante, después de 69 jornadas ininterrumpidas de contar cosas de este tramo vital que nos mantiene acorralados, sin que en nuestro ánimo cupiera ni por lo más remoto adquirir papeletas para la rifa más lúgubre y despiadada que el ser humano haya imaginado: le puede tocar a cualquiera. Contra nuestra voluntad, cada mañana al abrir el buzón hemos ido encontrando boletos con la única esperanza de que apareciera el definitivo: “Tómbola clausurada, esto se ha acabado. Vivirás sin secuelas, enhorabuena”. No habrá más premio que ése. Todo lo demás, las pérdidas de seres queridos, de amigos, de conocidos, las cenizas en stock, los duelos en la intimidad de un hogar huérfano porque los tanatorios estaban cerrados, todo eso habrá que superarlo porque no vamos a recuperar a quien se fue de manera cruel, abrupta y sin una despedida digna. ¿Hay crueldad mayor? Lo demás, nuestras lógicas y respetables diferencias políticas, resultan irrelevantes comparadas con el drama que estamos viviendo y el que queda por venir.
El 23 de mayo, si fuera posible, procederé a la clausura de este desahogo “literario” no exento de controversias: no seríamos libres si no pudiéramos discrepar; ni civilizados, respetuosos y educados si no consintiéramos otro pensamiento diferente. Tan cierto como que “disentir es uno de los derechos que le faltan a la Declaración de los Derechos Humanos”. Lo dijo José Saramago, portugués universal, como Cristiano Ronaldo, uno de los mejores profesionales del fútbol que he conocido. Profesional extraordinario porque se cuida, porque no mira el reloj cuando se entrena, porque quiere ganar una pachanga, porque se enfada en un rondo si pierde el balón, porque tuerce el morro al entrenador si le cambia y porque careciendo del talento innato de Messi ha logrado situarse a su altura y en temporadas superarlo. Cristiano progresa desde que siendo un “menino” salió de Funchal (Madeira) para despuntar con 17 años en el Sporting de Lisboa. Sólo un año después fue traspasado al Manchester United y en 2009 Ramón Calderón se lo dejó en herencia a Florentino Pérez, cuando éste recuperó la presidencia del Real Madrid. Ahora juega en la Juventus, de la Serie A. En su día fue el traspaso más caro de la historia del fútbol, 96 millones de euros. Lluís Martínez Sistach, por entonces arzobispo de Barcelona, aprovechó la homilía en la misa de Corpus Christi para criticar tamaño desembolso. Pedía “solidaridad y austeridad” en un tiempo en que la incidencia de la crisis económica (2009) resultaba devastadora. Para él, estaban fuera de lugar “dispendios descomunales, como en el caso de los contratos deportivos”. En el púlpito se ahorró los nombres del Madrid y de Ronaldo, pero los señaló. Cuando tiempo después el “dispendio” lo hizo el Barcelona al contratar a Neymar, por una cifra muy superior, o a monseñor le pareció un pago más razonable (¿157 millones de euros?) o es que era resueltamente azulgrana. Apuesto por lo segundo.
Cristiano Ronaldo entró en España como un elefante en una cacharrería, provocaba envidia, admiración o rechazo, y lo que entonces se conocía por bulo y hoy obedece a dos palabros ingleses, “fake new”. En verano de 2009 disfrutaba de un periodo de sus vacaciones en Los Ángeles. El fichaje más caro del mundo arrastraba una estela de paparazzi y fue sorprendido en una discoteca junto a Paris Hilton. ¿En actitud cariñosa? Bueno, pegaditos. ¿Se estaban dando el lote? No lo parecía, aunque seguro que algún piquito intercambiaron. ¿Estaban borrachos? Ninguno de los dos daba muestras de embriaguez, aunque sostenían un vaso en la mano y a ella le brillaban más los ojos. ¿Entonces? En Barcelona las fotos se vendieron como si aquello fuera una bacanal, que no lo era, y Ronaldo un libertino medio piripi, fiestero y nada profesional. Síndrome de la frustración. En la Ciudad Condal más de uno soñó con verle jugando al lado de Messi. Cuando el Madrid anunció el bombazo, las rotativas rechinaron y el recuerdo de Esopo resucitó la fábula de la zorra y las uvas: “Si no las alcanzo, no están maduras”. En nueve temporadas blancas ganó, entre otros trofeos, cuatro Champions, cinco Balones de Oro, cuatro Botas de Oro y marcó 450 goles en 438 encuentros oficiales, a una media de 1,03 dianas por partido. Un portento.
Todas esas conquistas y otras más, los millones de seguidores en redes sociales distribuidos por todo el mundo y una fortuna que se calcula en miles de millones, despertaban envidia porque él se preocupaba de alardear, “soy rico, guapo y buen jugador”. Provocaba, lo sigue haciendo porque continúa en activo, por eso, en la revista Papel explicó su forma de ser de esta manera tan ¿gráfica?, ¿sucinta?, ¿simple?: “Yo me voy a la cama todos los días con la conciencia muy tranquila y duermo bien. No podemos vivir obsesionados con lo que otros piensan de nosotros. Si no, no viviríamos. Ni siquiera Dios agradó a todo el mundo”.
Es imposible complacer a todo el orbe, ni con una forma de ser ni con una manera de pensar; tampoco con una opinión, porque “los que la aprueban, la llaman opinión, y herejía quienes la rechazan”, pensó el filósofo francés Thomas Hobbes. Posiblemente exageraba y la desmesura de entonces no tiene fecha de caducidad. Es perenne. ¿Quién le iba a decir a Franco que sus mismísimos censores le censurarían? Ocurrió. Un artículo suyo del 26 de agosto de 1947, publicado en Arriba, titulado Serenidad y firmado con el seudónimo Macaulay, pasó por la sede de la censura, en la madrileña calle de Monte Esquinza, y un probo funcionario, ignorante del nombre del verdadero autor, lo “arregló” pensando que determinados juicios perjudicaban al Régimen. No consta que fuera fusilado al amanecer, pero sí la anécdota del juzgador juzgado. Las contradicciones no pasan de moda; es más, hoy son rabiosa actualidad. A ver si consigo explicarme sin desembocar en un galimatías. Miércoles 6 de mayo, Inés Arrimadas (Cs) apoya la cuarta prórroga de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias (PSOE y UP). Es partidaria de alargar el confinamiento. Isabel Díaz Ayuso (PP) se plantea mantener Madrid en fase cero, “creo que todavía es pronto para abordar la fase uno”. Pablo Casado (P) se abstiene en el Congreso, por no decir que no. Jueves 7 de mayo: Ignacio Aguado (Cs), vicepresidente de la Comunidad de Madrid, consigue que el Consejo de Gobierno se apunte a la fase 1 en el Ministerio de Sanidad. Ayuso (PP) traga, quizá porque su líder es partidario de abrir la mano en toda España la semana que viene. Yolanda Fuentes, directora de Salud Pública de Madrid, contraria a abordar la fase 1, dimite. No comparte la solicitud de su gobierno de avanzar con la escalada. Su experiencia está contrastada, no la escuchan.
Explicar este embrollo conduce a la desesperación. Si el buen juicio y los conocimientos de una especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, curtida en la crisis de ébola de hace seis años, recomienda prudencia, cautela, paciencia, y los políticos abogan por todo lo contrario, algo se está haciendo rematadamente mal. En medio de la crisis sanitaria madrileña, la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, filtra que la quinta prórroga está bastante más cerca que cualquier consenso político.
Día 54 de Estado Alarmante. Ignacio Aguado asegura que las residencias de mayores de la Comunidad están surtidas de material sanitario, que no les falta de nada, y que cada tres días preguntan si necesitan algo más… Los sindicatos afirman que el 73% de estas residencias están desabastecidas. En la de Nines, Virgen de Regla, ni una cosa ni otra. Pero nadie llama desde la Comunidad cada tres días. Cada cuatro, es la residencia la que conecta, y hace dos semanas que está reclamando gorros y calzas, que no llegan; sólo recibe EPIs. Me recuerda a una anécdota de Rafa Benítez cuando entrenaba al Valencia y solicitaba determinados refuerzos, un delantero centro, un lateral izquierdo… “No hay manera –se quejaba-. Pido un sofá y me traen una lámpara”. Como lo ganaba casi todo no le destituyeron. Tampoco dimitieron ni el director general ni el secretario técnico del club. Pese a esos desajustes, la residencia de Nines se maneja bien en la custodia de sus ancianos. “Esta mañana nos han sacado a la terraza de arriba a Manola, a Margarita y a mí. ¡Qué gusto de sol!”. Otro día más que pasa, otro día menos hacia el final del confinamiento, otro día que Nines está contenta. En su reducto, se evita la sinrazón que reina en el exterior. Y la desgracia cede terreno, pero no tanto: 221.447 contagiados; 128.511 curados; 26.070 muertos (213 en las últimas 24 horas). Estamos mejor, sí; pero persiste el horror que no cesa. #animopacienciaysolidaridad