Más perdidos que el barco del arroz Con 1.500 palabras por delante, inmenso desierto sin señal alguna de oasis, todo lo de alrededor encoge, excepto la pantalla del ordenador, infinita. A eso, a la obligación de sembrar palmeras en todo ese arenal, es a lo que Raúl del Pozo llama la dictadura del folio en...
Más perdidos que el barco del arroz
Con 1.500 palabras por delante, inmenso desierto sin señal alguna de oasis, todo lo de alrededor encoge, excepto la pantalla del ordenador, infinita. A eso, a la obligación de sembrar palmeras en todo ese arenal, es a lo que Raúl del Pozo llama la dictadura del folio en blanco, aunque las “opis” ocupen menos espacio, porque son más sesudas. Un antiguo maestro de columnistas, desaparecido hace mucho, mucho tiempo, escribía sin apartarse del teléfono, porque por ahí entra la información convincente, el dato que sustenta la opinión porque los periódicos no son aulas de filosofía. Aquello, lo de consultar las fuentes, lo de informarse a fondo, se lo leí una vez a Pedro Rodríguez, antes de que falleciera prematuramente joven, el 15 de diciembre de 1984, un día antes de publicar su artículo póstumo en ABC. Escribió sobre el trigésimo Congreso Federal del PSOE. Fue en una época en que la inteligencia, el ingenio y la esgrima parlamentaria bullían a espaldas de los leones de la Carrera de San Jerónimo y los partidos más criticados, como ahora Podemos, no reclamaban la nacionalización de los medios de comunicación y solían responder a las cuestiones que les planteaban. El texto de Pedro Rodríguez fideliza el ambiente de la transición: “Estaba histórico el Treinta Congreso. Hasta al mismísimo Guerra le dio el telele suarista-hitleriano y dijo eso de que ‘nos queda un siglo por delante’. Al vicepresidente le duran más los partidos que las señoras. Pero no se entera de que las victorias tienen muchos padres. No hace demasiado, el editor de un trascendental diario madrileño decía audiblemente en ‘Jockey’: ‘A este Gobierno lo hemos traído nosotros y lo dejaremos caer cuando nos parezca’. Daba gloria el Treinta Congreso, el Lobby Feroz, prietas las filas, estos butragueños, allí solos, acometidos por la terrible enfermedad de la victoria”. Esa frase de que “al vicepresidente le duran más los partidos que las mujeres” tenía su aquel. Pero Alfonso Guerra encajaba y atizaba, vaya si repartía. A Leopoldo Calvo Sotelo: “Marmolillo de calle peatonal”. Años después, a Aznar: “Es usted José María El Tempranillo”, célebre bandolero de la serranía de Ronda. Fue precisamente en aquel año 1984 cuando Julio César Iglesias bautizó a una camada de futbolistas del Castilla con tal éxito que nadie lo criticó ni se atrevió a disputarle el bautismo: “La Quinta del Buitre”. De ahí los butragueños a los que aludió Rodríguez, en alas de la victoria.
Por aquellos años en que la enfermedad más severa que padecía la joven democracia española era el terrorismo de ETA y el catarro se curaba con un par de aspirinas, un vaso de leche caliente con un lingotazo de coñac o güisqui y sudando la gota gorda en la cama, imaginar algo como el Covid-19 no entraba en cabeza sana. Ni en las insanas. Y mira que sucedían historias pintorescas entre el temor al ruido de sables y el olor a pólvora. Sobre los primeros, los militares, el 23 de febrero de 1981 el Rey Juan Carlos no faltó a su compromiso con la democracia. Lo segundo era el hostigamiento terrorista. En su libro “Qué nos ha pasado, España. De la ilusión al desencanto”, Fernando Ónega, por cierto, uno de mis muchos directores de periódico, uno de los buenos, aunque breve, narra una historia entrañable, que hoy resultaría escandalosa, y que dibuja el paisaje y la sociedad española del 77, cuando Pedro Sánchez tenía 5 años y Pablo Iglesias aún no había nacido. Entonces, vísperas de unas elecciones generales históricas, en las que acudió al reencuentro con las urnas el 78,89% de los 28 millones de españoles con derecho a voto, la comunión Iglesia-Estado formaba parte de la liturgia política. De ahí la homilía del párroco de Bandeira (Silleda, Pontevedra), el 12 de junio de 1977, a sus feligreses, tres días antes de abrir los colegios electorales: “Sólo os voy a decir que la política se parece al tráfico por la carretera: si uno de vosotros circula con su coche o su tractor por la izquierda, el choque está garantizado; si circula por el centro, no sólo es muy probable el accidente, sino que entorpece la circulación en ambos sentidos. A partir de esa premisa, sacad vuestras propias conclusiones. Yo no os puedo decir a quién debéis votar”. Ganó la UCD de Adolfo Suárez, no por mayoría absoluta, con el PSOE en los talones.
Los políticos de entonces, además de conocimiento, tenían más cintura y solían responder a las cuestiones que les planteaban. Ejemplo de todo lo contrario, este miércoles 13 de mayo en el Hemiciclo: “Señor Iglesias, después de 17.500 ancianos muertos, que pueden llegar a ser 20.000, siguen ustedes sin solucionar los problemas de las residencias”, centros y colectivo de personas muy vulnerables que se integran en el ministerio del vicepresidente segundo. La respuesta fue una invectiva a la interpelación de María Ruiz, diputada de VOX, que en ausencia de Ortega Smith, pachucho y convaleciente de coronavirus, tampoco utiliza la floritura. “Son ustedes un partido antidemocrático, de falsos arquitectos y caraduras que buscan enriquecerse con la especulación inmobiliaria”. Bien, vale, don Pablo, y de las residencias de ancianos, ¿qué hay?
No mucho, salvo una tranquilidad compartida por el resto de la ciudadanía, lo cual no es garantía de salubridad general ni de seguridad en el ámbito sanitario. El HdP sigue ahí, entre nosotros, tan palpable y tan amenazante que se nos echa encima otra prórroga de confinamiento, y no de quince días, un mes. Pablo Casado le ha dicho a Sánchez que ni se le ocurra llamar a su puerta, que no le busque porque va a estar perdido como el barco del arroz. Es una respuesta a la petición del Gobierno, “por el bien de todos”, no una leyenda urbana que en estos trances merece la pena recordar, pues en las calles de determinados barrios, no el de Salamanca, la necesidad es real. Por Andalucía y por Extremadura se hablaba de ayuda humanitaria que tenía que llegar, porque el hambre hacía estragos. En 1937, la República fletó un barco cargado de alimentos, el Delfín, el barco del arroz, que nunca atracó en Málaga y desapareció misteriosamente. Años más tarde, en 1950, un vapor anclado en el puerto de Cádiz se soltó de amarras, fue arrastrado por la corriente y se abrió de panza. En esta ocasión, el cargamento de arroz pudo ser recuperado.
Día 60 de Estado Alarmante. Copio una frase de un buen amigo, Rogelio Rodríguez: “Díaz Ayuso, que no luce por su destreza, está logrando que el Gobierno y medios afines derrochen barriles de pólvora”. Disparando toda su artillería contra ella, acoto. Datos: el lunes, noticia en la segunda edición de Telediario, “veintiséis familias de fallecidos en residencias de Madrid se querellan contra la presidenta de la Comunidad”. Hay imágenes, declaraciones, lo que viene a ser un despliegue en un informativo. A continuación: “Han llegado al Supremo 150 denuncias por homicidio involuntario contra el presidente del Gobierno por fallecimientos a causa del coronavirus”. En el rótulo de la información se lee “3.000 denuncias”; la realidad son 3.226. Rafael Simancas, diputado por Madrid del PSOE: “¿Por qué España está tan alta en las cifras de coronavirus y de fallecidos por la Covid? Porque en España está la Comunidad de Madrid, que es la tercera comunidad en el mundo en la letalidad por el coronavirus”. Días antes, el 8 de mayo, redes sociales del PSOE: “El gobierno de la Comunidad de Madrid, ejemplo de gestión ineficaz e irresponsable ante la crisis del Covid”. Como dice Rogelio Rodríguez, Isabel Díaz Ayuso “no luce por su destreza”, ¿pero es la culpable de “la letalidad del coronavirus” en Madrid? El Gobierno le ha retenido toneladas de material sanitario en la aduana, le ha entregado test erróneos y mascarillas inservibles; el presidente no se pasó por IFEMA, modelo de gestión y de hospital montado en tiempo récord… Semejante “derroche de pólvora” de un Gobierno acusado de 3.226 homicidios involuntarios, de no haber impedido que 47.000 sanitarios se hayan infectado –más que en ningún país del mundo-, resulta a todas luces una desmesura cuando no admite una sola crítica.
Llegados a esta encrucijada política que despide un tufillo sospechoso, la conclusión es que algunos están más perdidos que el barco del arroz y no se encuentran ni con brújula. Entre tanto, Inés Arrimadas, sorprendida por la virulencia de esos ataques, reflexiona sobre la prórroga, que puede que a la quinta sea la vencida porque será hasta el 23 de junio. No le ha dicho a Pedro Sánchez ni sí ni no sino todo lo contrario. Está pensándoselo, consciente de que hay alternativas menos gravosas para liberar la presión sobre la maltrecha economía de la nación. Ajena a todo ello, en su mundo, Nines ha sacado el genio, ese que siempre ha llevado dentro, no el impostado de Simancas, para decirle a Conchi, la psicóloga de la residencia, que ella no ha sufrido diarrea. “Un cólico, lo que yo he tenido es un cólico que se me pasó en poco más de una mañana. No divulguen algo que es mentira porque mis hijos se preocupan sin necesidad”, dice que le dijo, muy seria. “Es que no está bien que peguen esos sustos”. Ay mamá, para sustos los que nos dan en el Parlamento. Y las cifras continúan siendo dramáticas, en todo el país, no sólo en el “reino” de Ayuso.
Contagiados, en aumento, 228.691; muertos, en aumento, 27.104 (184 en las últimas 24 horas), y afortunadamente, curados, en aumento, 140.823. #animopacienciaysolidaridad