Estado alarmante, día 63

Estado alarmante, día 63

Vota decencia y huye de los rufianes No conocía lo suficiente a Julio Anguita como para dedicarle un panegírico. Hace más de 30 años deslizó su epitafio, “moriré rojo”, y así ha sido. No se ha movido un milímetro de su posición, odiaba los conflictos armados. Tenía motivos. Su hijo, periodista de El Mundo, falleció...

Vota decencia y huye de los rufianes

No conocía lo suficiente a Julio Anguita como para dedicarle un panegírico. Hace más de 30 años deslizó su epitafio, “moriré rojo”, y así ha sido. No se ha movido un milímetro de su posición, odiaba los conflictos armados. Tenía motivos. Su hijo, periodista de El Mundo, falleció el 7 de abril de 2003 en Bagdag. El ya ex coordinador general de Izquierda Unida recibió la noticia cuando se disponía a intervenir en un acto de la Unidad Cívica Republicana en el Teatro Federico García Lorca de Getafe. Entero, pero emocionado, subió al estrado y dijo: “Mi hijo mayor, de 32 años, acaba de morir, cumpliendo sus obligaciones de corresponsal de guerra. Hace 20 días estuvo conmigo y me dijo que quería ir a la primera línea. Los que han leído sus crónicas saben que era un hombre muy abierto y buen periodista. Ha cumplido con su deber y yo por tanto voy a dirigir la palabra para cumplir con el mío …/… Ha sido un misil iraquí, pero es igual, lo único que puedo decir es que vendré en otra ocasión y seguiré combatiendo por la Tercera República. Malditas sean las guerras y los canallas que las amparan”. Dicho eso, me quedo con este consejo suyo: “Votad al honrado, al ladrón no le votéis, aunque tenga la hoz y el martillo. Medid al político por lo decente”. Decencia… No es posible que los de Podemos, los del PP, PSOE, Ciudadanos o Vox sean todos unos facinerosos. En esas filas hay gente decente, políticamente recomendable; con toda probabilidad, los únicos árboles que nos permitirían ver el bosque. Pero antes hay que desempolvar las urnas, talar y segar las malas yerbas.

Rogelio Rodríguez, compañero en el Ya, conocía lo suficiente a Julio Anguita como para recordarle así: “Todo un personaje, firme en sus convicciones y próximo, ante el que, profesionalmente, no valían descuidos. La conversación con él era fluida, ilustrada, interminable, unas veces divertida; otras, provechosamente serena y, en ocasiones, bastante borrascosa, sobre todo cuando me reiteraba en preguntas incómodas y apreciaciones que él no compartía. En cualquier caso, la cita siempre concluyó con un fuerte apretón de manos, una amplia y sincera sonrisa y el compromiso de volver ‘a la carga’. Aunque la crónica sobre su gestión política, con luces y sombras, estuviera cargada de crítica, nunca llamó para quejarse, nunca mostró represalias y nunca cerró la puerta. Y tampoco se henchía en la alabanza. Conjugaba con honestidad vida personal e ideas, y eso, que no es poco, le hacía respetable y digno de afecto. Puedo contar muchas anécdotas, pero voy a limitarme a una: recién repuesto de su primer infarto quedamos para desayunar en una cafetería de la madrileña Glorieta de Rubén Darío, y nada más sentarnos me dijo: ‘Como sé que fumas, no te cortes, pero con la condición de que me eches el humo’. Y yo le respondí: ‘Hombre, Julio, ya podías haberme avisado porque he dejado adrede el tabaco sobre la mesa del despacho’. Y él, abriendo los brazos, espetó: ‘¡Uf! No sé cómo acabaremos, pero empezamos mal’. Lamento su muerte y conste aquí mi más sentido recuerdo. Descansa en paz”.

La parca no para, no tuerce, no evita, no gira, sigue su curso mortal más allá del coronavirus, que parece que no hay más muertos que los que rubrica el HdP. Cuando esto acabe, la lista de bajas va a ser amplia y entre los amigos, los familiares y los conocidos, tremendamente dolorosa. A Julio Anguita le avisó el corazón varias veces y la semana pasada ingresó en el hospital Reina Sofía de Córdoba, un republicano redomado como él, con una parada cardiaca. No la ha superado, tenía 78 años. Más allá de lo que dicen de él quienes le conocen, lo que me consta es que no era un fraude. Eso en un político de cualquier ideología es un valor añadido. Practicaba la política frontal, huía de los recovecos, evitaba los cepos, colocarlos y caer en ellos. También esto es un plus que hoy más que nunca se echa de menos.

Rodearse de badulaques complica cualquier acción en el puente de mando. Recurrir a la añagaza, también. Y si es un despiste, mejor prescindir del despistado antes de que te despisten a ti. Lo digo a colación del informe técnico sobre la prolongación de la fase 0 en Madrid, consumada aproximadamente así: 1.-Te dejo en la fase 0, pero ni te lo comunico, aunque te lo huelas, ni, por supuesto, te aporto un informe técnico sobre la crucial decisión. 2.- El citado informe se lo filtro a los medios, a un medio afín, para más choteo. 3.- Te encuentras en sala de prensa con los periodistas que te preguntan por qué no te han permitido pasar a la siguiente casilla, te cabreas y culpas al Gobierno central. Te faltan datos. 4.- Cuando te has desahogado, te llega el informe por el conducto reglamentario, tres horas después de que lo firmara la responsable. Si te hubieran dicho antes que las “deficiencias en la atención primaria” impiden avanzar, quizá, tal vez, lo habrías entendido. Porque, como bien dice Pedro García Cuartango, “las decisiones en una democracia no pueden tomarse en secreto. Tenemos derecho a saber la identidad de los miembros del comité que asesora a Sanidad. Y el Gobierno debe explicar los criterios técnicos por los que mantiene el confinamiento de seis millones de madrileños”.

A Pedro Sánchez, aparte de un puñado de ministros y ministras claramente incompetentes, le sobra ruido. Si se lo organizan, malo; si lo provoca él, peor. Es lo de siempre, los números no engañan, ni los de los muertos (27.563, 102 en las últimas 24 horas), ni los de los contagiados (230.698), ni los de los sanitarios infectados por falta de medios, más de 50.000, ni los más de 17.000 ancianos que llegaron a la meta antes de tiempo en las residencias de mayores. Ahora pide la quinta prórroga, que seguro que es necesaria para frenar la euforia y el cabreo irreprimible de tanto descerebrado. El martes discutirán en el Consejo de Ministros si es conveniente mantener el confinamiento “hasta julio”, y el miércoles lo propondrá en el Congreso. Para ganar adeptos, anticipa que las autonomías “irán recuperando su plena capacidad de decisión”, las famosas transferencias, primero cedidas, ahora confiscadas. Ante esta perspectiva, ERC, que votó nanay en la cuarta prórroga, parece que se apunta al sí. O ha olfateado algún beneficio o en los preliminares le han prometido cantidad de autonomía. Todo, por cumplir con su deber cívico. Es lo que enerva de estos rufianes que nunca piensan en el interés general sino en el de su puñado de electores. Si el lenón no fuera un celestino, diríase del rufián que además de granuja también es un alcahuete, con el peligro añadido de su catadura. “Lo peor del pícaro es que las picardías que inventa son jocosas, caen simpáticas y parecen perdonables” (Gragorio Marañón).

Estos cachorros comunistas, que de cuando en cuando pedían consejo a Julio Anguita y no le hacían ni puñetero caso, lo cual le molestaba, de la vieja política no entienden nada y lo que saben de la nueva se lo han inventado ellos porque eso que predican como un dogma, doctrina empalagosa e infumable, no es política, es indecencia. “El Califa Rojo”, que se hubiera “ido de copas con el Borbón”, porque el Rey Juan Carlos le “caía bien”, dejó de ser diputado en el 2000 y renunció a la paga que le correspondía; prefirió la de docente, aunque era inferior. En su norte, siempre la coherencia. No, todos los políticos no son iguales.

Día 63 de Estado Alarmante. “Ya estamos casi todos en el salón. Qué alegría, hijo”, me dice Nines por el teléfono, aunque no es fácil entendernos: “Es que apenas te oigo. Tengo aquí al lado a una cotorra que no se cansa de gritar, todo el rato y a todas horas. Qué aburrimiento”. Escucho más a la “cotorra” que a mi madre, quien, no obstante, no se deja intimidar por el mitin interminable de la pobrecilla vecina y me pregunta por toda la familia, uno por uno, y por el día en que estamos. “Así que es sábado. No sé ni en qué día vivo; pero estoy bien”. “Oye –me pregunta- ¿ya nos quedan pocos días de confinamiento, verdad?”. Le grito, porque si no es imposible, que hasta final de mes. No me quedan fuerzas para decirle que continuamos en libertad condicional hasta julio. “Bueno, ya queda menos entonces. Oye, que mejor colgamos porque así es imposible. Sólo la oigo a ella. Un beso”. Otro, mamá. Y no te imaginas la cantidad de cotorras que hay fuera de tu residencia; algunas anidan en el Parlamento. @animopacienciaysolidaridad

Julián Redondo