El lado oscuro del jarabe democrático Empeñados en vendernos normalidad, nueva, vieja o mediopensionista, al cabo de dos frases contaminan todo lo que tocan. Hay políticos que no conciben otra manera de estar en el “candelabro”. Su trabajo es gris porque es inane, fútil, inapreciable porque defender el interés general ha de ser una obligación,...
El lado oscuro del jarabe democrático
Empeñados en vendernos normalidad, nueva, vieja o mediopensionista, al cabo de dos frases contaminan todo lo que tocan. Hay políticos que no conciben otra manera de estar en el “candelabro”. Su trabajo es gris porque es inane, fútil, inapreciable porque defender el interés general ha de ser una obligación, no un pasatiempo. A estos seres despreciables, que cobijan al engendro en su interior, convendría marginarlos, pues ya se sabe el destino de todas las manzanas que esconden en el cesto una podrida. Hablan desde ese estrado que mancillan cada vez que abren el pico y la camaradería les delata. Son colegas que podrían formar parte del elenco de una película porque comparten muchas afinidades, y hasta es posible que almuercen juntos para diseñar estrategias o descojonarse del personal.
Ejemplo, “La cena de los idiotas”, de Francis Veber y Thierry Lhermitte protagonista principal. Copio la sinopsis de Filmaffinity: “Pierre Brochant y sus amigos organizan todos los miércoles una cena que es una especie de apuesta: el que invite al idiota más extraordinario será el ganador. Una noche, Brochant está pletórico: ha encontrado una auténtica joya, un idiota integral. Se trata de François Pignon, un chupatintas del Ministerio de Finanzas con una gran pasión por las construcciones hechas a base de cerillas. Lo que Brochant ignora es que Pignon es un auténtico gafe, un maestro en el arte de provocar catástrofes”. A los amiguetes les salió el tiro por la culata y la moraleja es que burlarse de los débiles resulta indecente y suele acarrear consecuencias, aunque la víctima trabaje en el ministerio de Hacienda o en la Agencia Tributaria. Es aquí donde irrumpen en escena el diputado Simancas y “Terminator” Echenique, la voz de sus amos.
Después de lo que el primero dijo sobre el lugar que ocuparía España en el mapa mundial de la pandemia sin la Comunidad de Madrid, ignorante de que proporcionalmente hay tres regiones españolas que encabezan la tenebrosa clasificación por delante de la madrileña, el portavoz de Unidas Podemos en el Congreso insistió en la teoría de aquél -todavía no ha presentado su dimisión por torpe y embustero- y le siguió el juego, como si hubieran cenado juntos. Después de culpar a la capital del reino de las siete plagas, terminó el sermón diciendo: “Si quitamos a la Comunidad de Madrid, los datos epidemiológicos de España mejoran bastante”. Y si quitamos a Cataluña, Andalucía, País Vasco, Aragón, Castilla-La Mancha, Galicia, Canarias, Valencia, Navarra… O sea, si borramos a todas las comunidades autónomas o las eliminamos o las independizamos, a todas, tampoco existiría España y por lo tanto no habría problema. Cuando estos iluminados profundizan en los “terrenos escarpados del agravio o en los pantanosos del halago” (Miguel Ángel Aguilar) lo único que consiguen es ciscarse en el sentido común. Tanta inmundicia no puede ser normal, salvo que sea una campaña tan bien organizada como los escraches de antes, que dejan a los nuevos escrachistas en burdos imitadores, aprendices de brujos que se apropian de la bandera para asustar a mujeres y niños, exactamente igual que sus predecesores de izquierdas.
El día en que el Gobierno sacó adelante la sexta prórroga, con los votos entre otros de Cs y PNV, la jornada empezó prometedora con Pedro Sánchez pidiendo disculpas, que no es mal comienzo cuando uno reconoce que es humano y que por su condición mortal se equivoca. Aludió a los “errores propios, dictados siempre por la urgencia en los tiempos, por la penuria en los recursos, por la excepcionalidad y la ausencia de precedentes en la crisis y su tamaño descomunal». Con una siniestra carga de 28.000 muertos, el PIB en trance de desaparición, la deuda en la estratosfera, los “indepes” reclamando el derecho a la manifestación, los de la CUP exigiendo que les devuelvan las calles –para destrozarlas, es un suponer-; ERC, JxC y Compromís, padrinos de la investidura, de espaldas al Gobierno y a punto de quebrar la santa alianza, más la abstención de Bildu, no es para henchirse de orgullo y satisfacción. Al menos Laura Borrás se llevó lo suyo. La portavoz de JxC sugirió que si Cataluña fuera independiente saldría mejor parada de esta crisis. El presidente, por lo general tibio en sus réplicas cuando los faltones son de la cáscara amarga, aclaró, grosso modo, que la autonomía catalana es la decimocuarta –catorceava dijo él- región española en inversión en servicios sanitarios; que tiene más camas privadas (19.699) que públicas (14.916), que sus presupuestos en Sanidad son de los peores de España y que si no fuera por España lo estarían pasando muchísimo peor. Una vez más, la “teoría de España nos roba” delata a los verdaderos ladrones.
El bumerán, arma arrojadiza, siempre vuelve. Cuando los escraches procedían de Podemos, Pablo Iglesias no los criticaba sino que los promocionaba con una de esas frases suyas de concurso en Twitter: “Jarabe democrático”. Es lo que recetaba el camarada vicepresidente segundo cuando el asedio cercaba al enemigo y a la familia del enemigo. Es posible ser demócrata, totalitario, facineroso, facha, imbécil, nazi o “lamesátrapas” sin necesidad de administrarse cada mañana, después del desayuno, una cucharada sopera de lo que a uno le conviene para salir a la calle y comerse el mundo, disfrazado. Hay recetas y recetas, y purgas y purgas. Pero sí he de elegir un bebedizo que me haga la vida más fácil, menos intransigente, más llevadera, me inclino por “Jarabe de palo”. Del “Lado oscuro”, “puede que no hayas / nacido en la cara buena del mundo. / Yo nací en la cara mala. / Llevo la marca del lado oscuro…”. Y si te quieres quedar a gusto, no hostigues, no acoses, no intimides, “Grita”: “Si salgo corriendo, tú me agarras por el cuello. / Y si no te escucho, ¡grita! / Te tiendo la mano tú agarras todo el brazo, / y si quieres más, pues ¡grita! / Hace tiempo alguien me dijo / cuál era el mejor remedio, / cuando sin motivo alguno / se te iba el mundo al suelo. / Y si quieres yo te lo explico, /en qué consiste ese misterio, /que no hay cielo, mar ni tierra, / que la vida es un sueño”. Claro, que, “Depende”: “Depende, ¿de qué depende? / De según cómo se mire, todo depende”.
Día 67 de Estado Alarmante. Sí, todo depende del color del cristal con que se mire. En las algaradas independentistas, cuando la CUP y sus aliados antisistemas y un puñado de soberanistas cortaban las principales vías de acceso a Cataluña, reventaban las aceras en ciudades, quemaban cajeros automáticos y hacían piras con el mobiliario urbano y miles y miles de contenedores en Barcelona, la prensa “nacional” sufría los ataques de esos “demócratas” que exigían libertad a golpes, pedradas y garrotazos. Y como todo depende, en la zona “nacional” de Madrid quienes sufren las agresiones son los periodistas de Televisión Española. El libertinaje de unos cuantos termina por lo general estampado en la cara, en la cámara o en la espalda de los periodistas. En cada conflicto de izquierdas o de derechas la consigna es “matar al mensajero”. Los sinvergüenzas tardan menos que los políticos en localizar al enemigo, enfrascados como estamos en una batalla desigual que en más casos de los aconsejables transpira exclusivamente por el poro electoral. Puro egoísmo. Por eso cuando hablo con Nines me invade un cierto sosiego y compruebo que no todo es tan malo. A ella le basta la luz del sol para iluminarse y huir de esa terrible rutina que es el encierro en una residencia de ancianos. “Hemos salido a la terraza Margarita y yo. Nos hemos tenido que poner entre sol y sombra porque hacía mucho calor. Es un día fantástico”. Una ligera brisa, el canto de los pájaros, el murmullo de las hojas, la conversación cotidiana de dos señoras muy mayores; aventuras pretéritas, nostalgia de los buenos momentos, reverdecidos cada dos por tres, y el dolor por los seres queridos que se quedaron en el camino; el recuerdo de una vida mejor… “¿Qué tal estás?”, pregunto. “Muy bien, porque me tratan muy bien, porque me cuidan. Estoy muy contenta”. Y cuando no está tan contenta, no culpa al Gobierno central ni a la Comunidad de Madrid ni a esos patosos de la cena de los idiotas porque, aunque le suenan, los ignora. Mucho mejor. Termino con las cifras, 416 contagios más, otros 95 muertos. El HdP da menos respiro que los insidiosos. #animopacienciaysolidaridad