Analizar, reflexionar y debatir. Poner los pies en el suelo y decidir cuál debe ser el camino a seguir por los artistas plásticos.
Nunca sabremos si aquel pintor que a la par era “jurat” de Castelló el 14 de agosto de 1670, como consta en el Acta de finalización y solemne bendición de la Capilla de la Comunión de Santa María, era pintor de “brocha gorda” o pintor artístico. Pero ya en aquella época y en nuestra ciudad la palabra “pintor” tenía una buena consideración.
Pensamos los artistas plásticos, que formamos parte del pequeño grupo de personas que configuran el espectro cultural de la sociedad, que como tal debemos compartir nuestras creaciones.
Pero seamos sinceros, ese ofrecimiento cultural, público y social tiene una añadida connotación interesada, que es la de verse reconocido y recompensado en su trabajo y creatividad. Eso sí, con la valentía y el importante riesgo de saber que “exponiendo” nos enfrentamos al juicio público y a la crítica, que no siempre tiene porque ser favorable. Incluso en algunas ocasiones y casos será determinante para hacernos abandonar nuestra ilusión y trabajo.
En Castellón gozamos de un importante plantel de artistas locales.
Unos por nacimiento y otros por incorporación vital. Al que hay que añadir los que en otras épocas ya dejaron su impronta en esta ciudad.
Desgraciadamente son muy pocos los que se pueden permitir vivir exclusivamente del arte y de sus creaciones. La mayoría sobrevivieron y sobrevivimos gracias a la docencia o a otras actividades laborales, en muchas ocasiones totalmente apartadas del mundo artístico y cultural.
Días atrás nos recordaba Eric Gras como habían ido desapareciendo las Galerías de Arte de nuestra ciudad y solo la galería de Pilar Dolz y Falo Menezo mantenía el testigo.
Queda alguna más que se soportan con el enmarcado de cuadros o la actividad de cafetería, pero galería privada como tal, solo tenemos a CANEM.
Y fueron muchas. En Castellón de la Plana llegamos a tener una galería o sala de exposiciones por cada cinco mil habitantes. Es interesantísimo el estudio que en su día publicó la profesora universitaria y también artista Paloma Palau sobre aquella época.
Han desaparecido todas las galerías, lo que nos tiene que hacer reflexionar.
En primer lugar, la duda es: ¿Desapareció la galería o desapareció el galerista? Aquel galerista comprometido y profesional que sabía cómo, cuándo y a quién debía y podía vender un cuadro, que sabía contagiar la calidad de la obra de arte y el buen hacer del artista y que, por supuesto, también sabía cribar entre lo bueno y lo menos bueno para exponer en su Galería.
Otra importante reflexión a realizar es que la “venta en estudio”, que puede parecer goza de un placer añadido y que para nada es denostable, también ayudó en su momento a la “agonía y fallecimiento” de las Galerías. No es censurable, pero hay que aceptar que algo ha tenido que ver en esta nueva realidad.
La variable de la economía de las exposiciones para el artista también es importante.
Quedan lejos aquellos tiempos en los que el galerista era compensado económicamente por un porcentaje de la obra vendida o que la venta de casi el noventa por ciento de la obra, suponía una posibilidad asumible y no un despropósito para que el artista cubriera los gastos de la Galería, que era otra fórmula utilizada.
Pero nunca tendremos que olvidar el carácter comprometido, pseudoaltruista y sociocultural de aquellas generaciones de galeristas que mantuvieron el testigo, sobre todo en las últimas épocas.
Han cambiado los gustos; la figuración académica, el paisaje o los bodegones y escenas costumbristas quedan para los museos, salvo contadas excepciones, porque son pocas las adquisiciones que de este tipo de obras se incorporan a la decoración de casas particulares. No hay más que ver el destino de todas aquellas obras de ese tipo y de afamados artistas, que, tras el fallecimiento de sus propietarios, va antes a anticuarios y tiendas de compra-venta que a las casas o las oficinas de sus sucesores.
La fotografía, el grabado, la litografía y la fotoimpresión, ocupan un importante espacio en los gustos de las actuales generaciones de potenciales compradores. Lo que, además de obligarnos a aceptar que también son tenidas en cuenta como arte, nos tiene que hacer ver la consideración de efecto inmediatez y economía que ocupan en el mundo del arte y la creatividad. Es importante, muy importante, en la decoración, que tanto se preconiza y asume en los nuevos planteamientos de espacios vitales o laborales.
Y para completar, gustamos hoy en día la mayoría de artistas de vernos reflejados en las redes sociales.
En la década de los 90 surgieron las primeras “comunidades” en línea y páginas web que permitían y permiten a los usuarios crear perfiles y compartir información personal, SixDegrees, fue la primera red social, vendrían después Friendster, MySpace y Facebook, Microblogging y Twitter (ahora X).
Redes profesionales, como Linkedin, redes sociales de mensajería y comunicación comenzaron a aparecer después, de las que WhatsApp es la más utilizada hoy en día.
A continuación llegó la era de la imagen con Instagram y Pinterest. Y la imagen fue desbordada y transmitida en pura filmación por medio de YouTube y TikTok o Periscope en tiempo real… y más que vendrán.
Y somos nosotros mismos los que colaboramos con fotos, comentarios y reportajes en esta nueva forma de difusión del arte y la cultura. Pero todas las monedas tienen dos caras, si nos entregamos a estas fórmulas o formatos, ¿Qué papel tienen las Galerías?
Los nuevos tiempos, la modernidad, y las actuales formas de compra venta como es “internet”, también exigen de reflexión y adecuación. Por mucho que queramos no podemos ir en contra de la realidad.
Un auténtico debate sobre el futuro de los artistas y sus obras, la presentación de las mismas y su comercialización, nos obliga a reflexionar sobre estas realidades y alguna más que en este momento se me escapa.
Miguel Ángel Mulet i Taló