Gracias, Cocoa

Gracias, Cocoa

Con la venia: de camino a otra farmacia más, paso por donde tu tienda. Y no hay tienda.

 

Tras la reja cerrada se adivina, limpio y vacío, el que era un coqueto escaparate. Está casi tapado por la más descarnada esquela: un cartelón que dice SE ALQUILA en blanco y rojo.

Me fijo un poco más, y veo que has hecho los deberes empresariales, porque en el suelo de la entrada no hay un sembrado de correo reclamativo, dese que suele ser común cuando se cierra un negocio.

Retrocedo dos pasos y miro encima de la puerta. Solo seis pitones de metacrilato, casi invisibles, indican donde estaba el rótulo. No pusiste al principio -ni dejaste al final- los obscenos chorreones de pegamento tan al uso. Bien por ti. Hasta en la ausencia se te nota el buen gusto.

El caso es que yo me he quedado huérfano de mi Chocolatería querida. Así que podría -con razón- ponerme plañidero por el cierre de un comercio local tan necesario, maldecir la competencia de las grandes áreas de ventas, abominar de los coletazos de la crisis del 2008 -aún tan presente- y quejarme de lo difícil que se ha puesto la vida para mí. Precisamente hora, cuando soy un anciano devoto del chocolate hasta la adicción y más allá.

Nada desto haré. No habrá gimoteo. Hoy quiero celebrar que disfruté de una Cueva del Tesoro primorosa, y conocí a José Ramón, el Mago que la abrió y la mantuvo.

Por cierto que con muy buen juicio comercial, demostrado de la manera más exacta: un trato amable y servicial -nunca servil- y una excelente selección del producto, ofrecido todo en un entorno elegante y sobrio.

Siempre fue una fiesta timbrar, saludarnos, comentar los resultados de mi compra anterior, escuchar la lista de novedades, elegir cual probar, despedirnos contentos, y salirme a la calle sonriendo, seguro de haber hecho una inversión de feliz recorrido.

Porque durante todos estos años, el Mago ha puesto a mi alcance maravillas, desas que quitan las espinas puñeteras que nos clava el día. Desas que, en ocasiones, fueron alegrías sabrosas para personas queridas. De las que ayudan a celebrar la vida.

Cocoa ha sido un auténtico placer a muchos niveles, y por ello te quedo muy agradecido, José Ramón.

Buena mar tengas, y el mejor viento en tus velas.

B.S.R. Mientras saboreamos un Noir Infini 99% de Cluizel, será conveniente escuchar el Concierto 21 de Mozart, con Abbado en el atril de la London Symphony, y Rudolf Serkin al piano.

Manolodíaz.