Con la venia: A pesar de la evidencia, nadie asume que la crisis es nuestro estado natural. Examinemos esta afirmación. Cum animus iocandi, por supuesto.
Mirando hacia atrás sin ira ni mentira, empecemos por el supuesto fausto día de nuestro nacimiento, que bien mirado no es tal porque, de entrada, el parto es un ratico bien duro para mamá, que las pasa de color de burro al trote, la pobretica della. De ahí la ominosa frase que se le suele decir a las embarazadas, aquello de: «cariño, que todo vaya bien y te sea una hora corta, amén».
Para la criatura, criaturo, gemelitos, o susto múltiple, salir de la caliente, húmeda, ingrávida bolsa amniótica, pasar el angosto canal, sacar la testa al aire, – si no vienes de nalgas, que esa es otra,- recibir un azotito en el culo, y empezar a protestar con el primer vagido, tampoco es grano de anís.
Vale que papá no está pierniabierto en el potro del paritorio, empujando, sudando, y tragando dolor a capazos. Tampoco lo sacan de la feliz comodidad del vientre materno, poniéndolo en un desbocado tren de sensaciones desconocidas e intranquilizantes. El papaíto sufre, y no poco, pero por la joía zozobra de si irá bien el proceso, cuanto costará, cuales serán las consecuencias y, sobre todo, preguntándose dónde carajo está el manual de procedimiento, si es que existe.
O sea, que nuestra aparición en este mundo es un brete individual y familiar del mismísimo carajo. Para más inri, un clásico remacha el aspecto coprólogo del momento, con lo de que «Inter feces et urinam nascimur.» Nos ha jodío mayo si esto no es una cochina crisis.
Visto el principio de nuestra vida, vayamos al final de la jornada. Lo de la moriencia también se trae su guasa, porque para empezar agonía y crisis son sinónimos, que el diccionario tampoco va de suave.
En el embate último no se sabe qué puñetas es peor: si diñarla soleteras chupándote el paroxismo a puro pulmón, arriar la estacha acompañado de pocos pero muy llorosos cercanos, que te agobian con su tristor aún sin pretenderlo o, entregar la cuchara junto a según y quién te toque en suerte.
Lo de morirse es copa recia, que no tiene manual de uso, solo orden de deglución. Contiene el tal trago tabasco hirviente, arañas venenosas enfadadas, y chinchetas al rojo vivo. Como si dijéramos miedo, dolor y cabreo. Este último en particular «cuando manyés que a tu lado se prueban la ropa que vas a dejar,» o en el instante en que, ya vos sin voz ché , notás como, tras despedirte entre hipos, el afligidííísmo pariente suelta tu mano y ya no llevas el anillo bueno, ni el relojillo que te regalaron en el día de tu jubilata.
Permitidme un inciso; aún a riesgo de que se me tilde de borde otra vez más, afirmo que el reloj citado te lo dan para que te desesperes contando las horas que te quedan, y caigas en frenesí al comparar su menguado número con el de las que entregaste a La Empresa. La misma que, desde la sombra, siempre se reía de aquél magro sueldo que te propinó.
Volvamos al asunto que nos ocupa, y ampliemos nuestra visión. ¿ Qué hay entre estos dos trances? Pues una crisis continua y constante en sus muy diversas formas. Tenemos, además de las anécdotas y experiencias personales, una multitud de textos clásicos que nos ilustran al respecto. No faltan citas de autoridad, admoniciones y pruebas varias de que vivimos en un sangotardo interminable. La próxima entrega se centrará en recoger un ramillete probatorio.
Hasta entonces se os desean los más felices días.
B.S.R.
En el Yutús de costumbre.
Pieza: Dum Mustt.
Canta: Nusrat Fateh Alí Jan.
Manolodíaz.