Con la venia: Dejamos ayer al Humanito en el Kindergarten enraizando sus primeras obediencias sociales, y enrolado ya para recibir a su tiempo El Trallazo.
Hablamos ahora del primero y más tremendo bofetón moral que te arrea la vida, naturalmente cuando menos te lo esperas. Consiste en una crueldad gratuita que nos arrebata para siempre nuestro rango de Principito de la Casa, que mal que bien íbamos conservando íntimamente.
Suele acontecer entre la primaria y el bachillerato, siempre proviene del Otro, y reviste las infinitas formas del dolor; desde un coro de risas despectivas, a un lapo en el bocadillo que mamá nos preparó para el recreo, o una zancadilla que nos rompe una tibia. Es la maldita novatada, disfrazada a menudo de rito de paso, con la que la «ley de la vida te pone en tu sitio», según se nos explica más tarde entre sarnosas sonrisitas.
Tiene el efecto de un rodillazo por sorpresa en la boca del estómago, y a menudo lo es literalmente. Te despoja de tu incipiente seguridad personal, mostrándote la inmisericorde dureza dese molino que creíste gigante. Ese al que seguro podías vencer con tan solo tu ilusión y denuedo. Ese que te reduce a chatarra con un solo golpe de aspa.
Cuando recibes el Trallazo no te cabe en la cabeza que te suceda a tí, así que no encuentras recursos de gestión. Como mucho te refugias en el llanto, o alguna otra actividad consoladora por lo extenuante. También hay dellos que se niegan el suceso, y se fuerzan a un cosmético olvido inmediato. Pero de tan devastador como resulta el trance, hace inolvidables las ganas de no haberlo sufrido.
Entre cuantos autores han tratado el tema, uno hay que presenta la mejor exposición del caso que conozco. En durísimos versos, se pregunta porqué soportamos el insulto que los años nos escupen desde nuestro propio espejo, porqué aguantar los azotes de la soberbia y la opresión el poder, porqué tolerar la dolorosa lentitud de la justicia que se nos debe, porqué padecer las congojas deso que llaman amor, porqué sufrir los desaires que nuestro mérito paciente recibe de los indignos trepadores que nada valen. E indica el Vate que tenemos la solución en nuestras manos; morir, dormir, tal vez soñar.
Por qué pues sobrellevar tal torbellino de infortunios si, como se nos sugiere, podríamos desenfilarnos del colimador que nos apunta, fundir a negro la escena, cesar toda presencia en algo tan odioso que, ya no nos cabe duda, va a ser contínuo en nuestros días. Bastaría para ello con una copa de láudano, un baño caliente, un filo bien usado; al romano y sereno estilo. O recurrir a la farmacopea moderna, que tantos y suaves medios nos ofrece. Ciertamente no nos hacen falta los seppukus, tan lejanos a nuestro Marenostrum, tan histrionicos, y con todo ese sangrapio de tripas y descabezamiento. Mejor hacer una devotio senequista. Irte antes de que te expriman y expulsen. Fácil, digna, reconfortante salida. Que no solemos usar.
¿ Entonces, cuál es la razón de nuestro aguante ? El Poeta nos responde desvelando que, desde que nos llega El Trallazo, ya tenemos implantado, y con motivos, la duda medrosa al bien desconocido. La indecisión ya está en nosotros, y esta será la crisis en la que vamos a vivir.
Acabamos por hoy, que la tableta ya empieza a fallar. Solo queda desearos una feliz semana dentro de lo posible. Y muy buenas tardes.
B.S.R.
Tomad una buena versión del Adeste Fideles, y disfrutadla.
Manolodíaz.