La magia del solsticio

La magia del solsticio

¿El mundo se ha vuelto loco?¿O el mundo se ha vuelto tonto?

 

En un altiplano turolense, a 1400 metros de altitud, al llegar la festividad de San Juan, se celebra cada año el Poborina Folk. “Orgullo rural” se puede leer en un sencillo mural sobre el dibujo coloreado de un lagarto, símbolo del festival.

El Pobo de la Sierra es una pequeña localidad rodeada de llanuras cultivadas de cereales que en estas fechas lucen el verde de las espigas jóvenes y el rojo intenso de las amapolas. Gracias a la ilusión y al esfuerzo de sus promotores, hace ya 23 años nació allí una propuesta que con el tiempo se ha convertido en una importante manifestación de la cultura rural, del folclore y de muchos de los valores que se están perdiendo en nuestra sociedad.

El año pasado, tuve el privilegio de presentar mi novela “Los perros del bambú” dentro del programa del festival. El acto fue muy especial y emotivo porque tuvo lugar en la preciosa ermita de Loreto.

Durante todo el fin de semana se alternan actuaciones musicales y eventos culturales y lúdicos. Un mercado artesanal y numerosos puestos de comida completan el festival. El Pobo se convierte en un espacio de celebración del solsticio de verano, de la reivindicación de la sostenibilidad, de la hospitalidad, de la tolerancia y de la convivencia.

Este año, entre diversos artistas, actuó Mayalde, un grupo salmantino formado por un matrimonio y sus hijos, que elaboran música no solo con instrumentos convencionales sino también con objetos que usaron nuestros abuelos en su vida cotidiana y en su trabajo y que hoy son más propios de un museo etnográfico. Eusebio, el padre, dedica unos minutos antes de cada tema a transmitir los valores de las personas sencillas, encerrados en las letras de las canciones tradicionales. Como un perfecto maestro de ceremonias, consigue, además, implicar a la audiencia para que participen con coros, bailes y juegos. Es una actuación emocionante, original y cargada de mensaje.

Mayalde y yo intercambiamos obras. Les regalé un ejemplar de “Los perros del bambú” donde aparece el Pobo y su festival, y donde, fruto de la casualidad o de la magia del solsticio, hago referencia a un grupo de música salmantino. Ellos me obsequiaron con su último CD. Eusebio y yo coincidimos en una reflexión tristemente oportuna en estas fechas: los políticos mediocres y malintencionados quieren votantes incultos. Y es que las personas que no construyan un criterio propio, que no analicen la realidad de una forma objetiva y que no obtengan sus propias conclusiones, son seres absolutamente manipulables.

Sobre esta sociedad superficial, materialista, acelerada, desprovista de reflexión, saturada de información confusa, parcial y subjetiva, siempre sobrevuela la sombra de la mentira o del error. Estamos más desinformados que nunca.

La incultura de un pueblo no solo es consecuencia de no facilitar el acceso a una educación gratuita y de calidad, también es fruto de promover una televisión vacía en detrimento de la lectura; de negar el apoyo al arte, sea el cine, el teatro o la música; de robarle a la prensa su espíritu informativo y formativo para convertirla en un bombardeo de noticias moldeadas en función de una ideología o en una retahíla de sucesos morbosos; o de diseñar una radio que apenas emita algún programa cultural entre un océano de publicidad y de chabacanería barata.

Es el escenario perfecto para que las instancias poderosas lancen sus estrategias manipuladoras con las que conseguir o perpetuar su poder económico y social.

La manipulación de la información y la censura son herramientas íntimamente ligadas a los gobiernos autocráticos. En “Los perros del bambú” narro los ingeniosos mecanismos con los que un gobierno totalitario como el birmano consigue anestesiar al pueblo hasta el punto de desproveerlo de sentido crítico y de acción.

El avance en Europa de partidos que, aun dentro de la democracia, enarbolan banderas que carecen de tolerancia hacia lo diferente, entraña más peligro del que parece. La sociedad, en gran medida manipulada (la manipulación es inconsciente para el sujeto que la sufre), avanza hacia la destrucción de los derechos humanos en lugar de seguir un camino de progreso hacia el respeto a los demás, sean de la raza, del color, de la religión, de la nacionalidad o de la inclinación sexual que sean.

Los medios de comunicación son el principal instrumento de manipulación. En España la imparcialidad de estos emisores de información brilla por su ausencia. Apoyados y subvencionados por los que dominan las altas instancias económicas y políticas, se limitan a servir los intereses de sus amos.

Son numerosas las maneras de manipular a las masas desde el poder:

Entre las más efectivas y utilizadas está la mentira. Cuando una falsedad se repite muchas veces puede convertirse en la mente del oyente en una verdad. Las campañas electorales están repletas de mentiras para desprestigiar al adversario.

También podemos observar cómo se utiliza un asunto puntual y sin una trascendencia general, pero llamativo y morboso, como aspecto extrapolable a la globalidad para eclipsar los verdaderos asuntos importantes de una política o de una gestión.

La gradualidad en la aplicación de medidas de enorme impacto mediante la implementación paulatina con pequeñas intervenciones hasta alcanzar el cambio total, es otra forma de lograr un propósito sin que los interesados se percaten de la verdadera trascendencia del cambio.

Otro método es exagerar la envergadura de una medida al anunciarla para que, cuando se implante en un grado menor, aunque también importante, parezca mucho más leve de lo que es.

Y por encima de todos, el miedo. Es la emoción más poderosa y limitante. Provocar miedo hacia lo diferente. Considerar, por ejemplo, a la emigración como una amenaza para la seguridad, cuando la mayoría de colectivos de otras nacionalidades son ciudadanos honrados. O difundir el miedo a que nos quiten el trabajo, cuando está demostrado que hace falta mano de obra extranjera, en especial para ciertas labores donde escasea la nacional.

Son las formas con las que los políticos que confunden su función de servicio con la avaricia del poder y del dinero están logrando un sibilino adoctrinamiento del pueblo. Personas sin poder adquisitivo están votando a formaciones que no incluyen en sus programas ayudas sociales para los más necesitados. Emigrantes y personas de distintas razas están apoyando a partidos políticos xenófobos y racistas. Personas homosexuales están votando a siglas que siempre han vetado los derechos de gais y lesbianas. Muchas mujeres eligen en las elecciones papeletas de partidos misóginos y que niegan la existencia de la violencia machista.

Son políticas que se alejan de los valores de humanidad, de solidaridad, de respeto al planeta y a todos sus habitantes; políticas que no aceptan al que es diferente, pero que, por paradójico que parezca, son capaces de conseguir que el diferente los elija a la hora de votar.

¿El mundo se ha vuelto loco? ¿O el mundo se ha vuelto tonto? Espero que ni una cosa ni otra; pero es indudable que hay mucha gente que ha sido cegada por esa pérfida manipulación hasta el punto de lamer la mano que le castiga.

El festival Poborina Folk ha sido para mí, una vez más, una inyección de aire limpio, de estímulos saludables para el alma. Me ha recordado el verdadero propósito de la vida. Y este propósito difiere mucho del de las personas que niegan la violencia machista, consideran al colectivo LGTBI como seres indeseables, maltratan al planeta con fines especulativos o esconden detrás de un patriotismo casposo la ausencia de solidaridad con los migrantes que escapan de la miseria y de la violencia para buscar un horizonte de esperanza.

Poborina ha sido un chute de sensibilidad hacia la esencia más bondadosa de la sociedad: la de compartir, de respetar, de ayudar, de transmitir valores. En definitiva, ha sido un escaparate de la condición que tenemos las personas para amar, aunque haya algunos, ya demasiados, que no entiendan que este es el verdadero motivo de la existencia.

Vicente Gascó
Escritor y docente.