Carta del obispo para este domungo
San Juan Pablo II dispuso que este segundo Domingo de Pascua fuera llamado ‘Domingo de la Misericordia divina’. En efecto: Dios es amor. Dios nos crea por amor y para el amor y la felicidad, para vivir eternamente participando de su vida y de su gloria. Dios es fiel y nos sigue amando, incluso cuando rechazamos su amor y nos alejamos de Él por el pecado. Dios espera nuestro regreso al hogar para darnos el abrazo del perdón. Dios nunca se cansa de perdonar. Su amor es compasivo y misericordioso, entrañable y tierno como el de una madre: sufre cuando un hijo abandona el hogar y está siempre está dispuesto al perdón. Dios manifiesta su amor de modo definitivo en su Hijo, Jesús. Todo en Él nos habla de la misericordia de Dios. Jesús es la misericordia encarnada de Dio. Habla con palabras de misericordia, actúa movido por la compasión hacia los necesitados, desheredados y pecadores. El misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesús, es la manifestación suprema del amor misericordioso de Dios.
Jesús resucitado hace el gran anuncio de la misericordia divina que Él confía a los Apóstoles: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20, 21-23). Jesús les muestra las heridas de su pasión, sus manos y su costado, sobre todo la herida de su corazón; es la fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad para perdonar y sanar las heridas de nuestro corazón a causa de nuestros pecados.
El perdón renovador llega a los hombres de todos los tiempos y hoy a través de su Iglesia. Jesús resucitado derrama el Espíritu Santo sobre sus apóstoles -y, en ellos, a sus sucesores, los obispos, y los sacerdotes-, y les confía el poder de perdonar los pecados en su nombre con el poder recibido de Dios. En el sacramento de la Penitencia experimentamos de un modo pleno y eficaz la misericordia divina. Confesando contritos, personal e íntegramente, los pecados, por la absolución del ministro de la Iglesia recibimos el abrazo de reconciliación de la Iglesia y, con él, el del mismo Dios.
El Año Jubilar diocesano es un tiempo de gracia para abrirnos a la misericordia de Dios, para reconocer con humildad nuestros pecados, para confesarnos y dejarnos reconciliar con Dios y con los hermanos mediante la Iglesia en el sacramento del perdón. Dios nos espera para perdonar nuestros pecados. Además nos ofrece además la indulgencia plenaria que nos libera de todo residuo del pecado y nos capacita para obrar con caridad, para no recaer en el pecado y para caminar hacia la santidad, que es la perfección del amor.
XCasimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón