Con la venia: En los finales años 80, era yo un joven Agente Portuario que acababa de colgar el trabajo, de primera línea, por el que me pagaba la Santa Madre CAMPSA.
Me había hartado de La Compañía y su muchíííssima tontería, porque con el miedo a la próxima fragmentación del Monopolio que a poco impondría el Estado, cundió el pánico, y para aparentar imprescindibilidad, todos los Departamentos -el Marítimo el que más- dieron en inventar una nueva idiotez administrativa cada mañana, jodiendo el procedimiento del día anterior. Lo que dejaba laboralmente expuesto a todo el personal. Menos a los puñeteros mandos claro és, que disfrutaban su agonía potreando sin tasa a los empleados.
Tan bobo llegó a ser el ambiente que, ni las Más Firmes Declaraciones del Eximio, Ilustre, y Nunca Suficientemente Bién Alabado Señor Director, cuya vida guarde Dios muchos años -ni siquiera esas- valían un lapo de mosca, porque se desdecían de contínuo por su mismo emisor.
Estas estúpidas prácticas traían desnortá a la Flota en La Mar, y a sus fieles servidores, (los legendarios Despachantes), nos tenían bramando cual tollinas en todos los puertos del litoral.
En lo que a mi me atañía, además de sufrir el tonto ambiente laboral, la Compañía programó un próximo traslado desde mi Grao querido, hasta unas nuevas dependencias en el Polígono del Serrallo, más allá de la Refinería. Nada menos.
Ítem más, mi vida conyugal ya era amorososa, con unas vías de agua mayores que las del Titánic. Así que mi presente estaba jodío, y el futuro ya me apestaba a perrojmuertoj mojaos. Me pregunté por tanto, si quería ser parte de todo aquello, y la respuesta fue un ¡NO! de lo más rotundo.
Como iba a necesitar paracaídas monetario para pagarme mis virtudes, que suelen ser muy caras ellas, inicié unas acciones de venganza contra ciertos bancos, que a las pocas semanas dieron excelentes resultados. Al mismo tiempo negocié mi adiós con la Arrendataria del Monopolio de Petroleos, llegando a un trato económico sustancioso -con los impuestos pagados, por supuesto- y tras cobrar lo que el Estado tenía previsto como ayuda para casos como el mío, con los bolsillos repletos, una mañana de otoño, me alejé de La Mar.
En una ciudad otra, mis horarios empezaron a pertenecerme, volví a pasear silbando, y reaparecieron las ganas de pintar. En una calle tranquila y graciosa, alquilé por casi nada una casuca, con una humedad brutal que se le comía el bajo, y lamía medio primer piso. Pero la andana estaba seca, era grandota, despejada, perfecta para montar un taller cómodo y cuco. Me puse al tajo, y en dos semanas ya pincelaba a todo trapo largas series de besos, sobre los magníficos cartones recogidos en aquellas basuras, tan suntuosas, que entonces tiraban las perfumerías.
Volvía a la andana un día, tras tomar el vermú, pensando en retocar unas manos que no acababan de acariciar bien, cuando oí una voz.
-¿Señor, por favor, a usted le dan miedo los dragones? Dígame que no, por favor, por favor…-
Me quedo tópallá. Me lo ha preguntado una belleza morena, de una linda túnica vestida, que me mira a los ojos, pone las manitas juntas, como orando, y parpadea.
-No señora, no me dan ningún miedo los dragones. Ni las princesas tampoco-
-Es que yo sí que tengo miedo, mucho miedo, porque és muy grande…-
-…el dragón?-
– Si, eso, el dragón. Y está en mi cama, y me da mucho miedo, de verdad. ¿Usted me ayudaría?-
Manolo, hijico, esto és una cámara oculta, o cosa peor. Estas cosas no suceden sin que lluevan bolas de billar y te pillen en descampao; huye chaval. Pero me picaba la curiosidad:
-¿Me dice usted que tiene un dragón grande metido en su cama?-
– Si. Está tapado, pero está dentro. ¿Usted me ayudaría?-
Manolo, carajo, calma tu libidinosa imaginación. Nadie hace ya zoofilia con dragones, coño. No seas burro. Pero del Grao tengo escuela, así que lanzo un virote:
-Dígame señora; ¿Está desnudo el animalito?-
-Está tapado-
-Pues habría que verlo, para saber que se puede hacer…-
-Entonces…¿Se lo enseño?-
-Estaré encantado-
-Es aquí al lado, venga conmigo, por favor-
-De mil amores, señora-
B.S.R.
No se me ocurre nada mejor para este episodio que el Quinteto Stadler.
Manolodíaz.