¿Estamos ante la involución del género humano?
Me he permitido utilizar para encabezar este artículo la frase, cuanto menos llamativa, con la que Shakira ha titulado su último tema; canción que se ha extendido por las plataformas de música con la misma velocidad, alcance y, en mi opinión, malicia que el virus que todavía nos inquieta. La controvertida temática con la que la colombiana profiere trinos impregnados de rencor y despecho hacia su ex pareja le ha servido para recaudar, con esta y otras dos composiciones musicales, 21 millones de euros, cifra que no hará más que aumentar.
Con un lenguaje más directo que sutil, sin ningún pudor, desnuda sus emociones más viscerales y las airea camufladas entre corcheas, bemoles y sostenidos.
Emilio Lledó, catedrático de Historia de la Filosofía y, para mí, una de las pocas personas en este país a las que se les puede atribuir el calificativo de sabio, afirmó en su discurso de ingreso en la Real Academia Española que “el más rico tesoro es el lenguaje; pero también el más peligroso”.
De hecho, es con el lenguaje con el que creamos realidad, con el que fabricamos el pensamiento y el que nos permite ser más inteligentes que otros animales. El Efecto Flynn hace referencia al incremento del nivel intelectual en las personas a lo largo del tiempo. Flynn analizó durante varias décadas, y en numerosos países que disponían de estadísticas, miles de test de inteligencia y concluyó que las puntuaciones mejoraban a razón de 0,3 puntos por decenio. Sin embargo, el humanista Christophe Clavé ha observado que se ha producido un cambio de tendencia del Efecto Flynn. El género humano ya no es cada vez más inteligente, sino todo lo contrario. Clavé lo atribuye al empobrecimiento del lenguaje. Si el pensar se hace a través del lenguaje, la pérdida de vocabulario y el uso limitado de las conjugaciones verbales son la causa de las limitaciones en la elaboración del pensamiento.
Las dificultades para expresar emociones, la imposibilidad de encontrar palabras que las definan, son la razón de la falta de consciencia sobre nuestro estado anímico y levantan obstáculos insalvables en la búsqueda del autocontrol emocional.
Se ha producido una fractura del diálogo. Una comunicación ejercida con voluntad de entendimiento, y en la que se modulen las emociones, es necesaria para lograr relaciones sanas, pacíficas y productivas. Por otra parte, el diálogo requiere de escucha empática. En cambio, es muy poco lo que nos escuchamos y muy escaso el interés en empatizar con nuestros semejantes.
Los medios de comunicación no son precisamente un buen ejemplo. Los espacios televisivos, radiofónicos o los tabloides nos bombardean con información sensacionalista, con noticias morbosas expresadas, además, con un lenguaje paupérrimo y negativo. Desde luego, no es el mejor estímulo educativo.
Los programas de mayor audiencia son las tertulias de sociedad, vacías de todo interés didáctico, en las que los gritos, la crítica destructiva y la vehemencia más esperpéntica invaden los platós, lugares donde es imposible encontrar atisbos de avenencia, de armonía, de reflexiones serenas y respetuosas y, me atrevería a decir, del mínimo intelecto. Se trata, a mi entender, de un espectáculo abominable.
En el propio Congreso se ha prostituido el diálogo y se ha convertido en una descabellada batalla dialéctica con tal de quedarse con la razón, aun a sabiendas de que no se tiene. Nuestros dirigentes, que deberían dar ejemplo de sensatez, talante conciliador y sentido de la responsabilidad usan el lenguaje con fines egoístas, destructivos y carentes de utilidad. Ya no es importante el fondo del asunto que se esté debatiendo, que es lo que en realidad interesa a la ciudadanía, sino el afán de lucirse con una oratoria casi siempre estéril y con el único fin de salir airoso. Con estilos diversos, los políticos se retratan. Algunos utilizan la estrategia del insulto, los improperios y las descalificaciones, otros recurren directamente a las mentiras y los más hábiles usan metáforas y parábolas repletas de ironía y de sarcasmo, que terminan en el cinismo más desvergonzado. Nada demasiado diferente de las tertulias verduleras a las que me he referido arriba.
Las redes sociales no se quedan atrás. Me parece de locos que normalicemos la figura de los “haters” en estos telemáticos océanos inabarcables en los que uno puede injuriar, acusar o maltratar psicológicamente con notoria impunidad. Es otro trampolín desde el que lanzarse al apestoso barro del lenguaje violento sin otro fin que el de hacer el mal.
Con todos estos ejemplos, los niños, los adolescentes y también los adultos que no sean capaces de tener sentido crítico, quedan imbuidos de grumos mentales. Hay estudios que afirman que mucha de la violencia en la sociedad proviene de esta perversa influencia.
Los maltratos y asesinatos machistas, que se han disparado en las últimas semanas, responden también, entre otras causas, a una ruptura del diálogo conyugal, si es que alguna vez lo ha habido, y a una incapacidad absoluta para controlar el feroz impulso de la ira.
Las dictaduras, sean del color que sean, usan la estrategia de empobrecer el pensamiento. Defendemos la libertad de expresión, sin pensar que lo realmente importante en el ser humano es mantener la libertad de pensamiento, mientras quedamos abducidos inconscientemente por la poderosa y profusa marea manipulativa.
A la vista de todo esto, no es de extrañar que la calidad de nuestras neuronas y de sus conexiones estén en declive. Ya no somos capaces ni siquiera de aceptar y respetar los resultados electorales. Y esto pone en grave riesgo a las democracias, cada vez más amenazadas. Así ocurrió en Estados Unidos con el asalto al Capitolio en enero de 2021 cuando partidarios del entonces presidente saliente Donald Trump irrumpieron en la sede del Congreso y ocuparon el edificio durante horas cuando se estaba votando para certificar la victoria de Joe Biden en las elecciones. Y algo muy parecido está ocurriendo en Brasil, con manifestaciones en las calles y el asalto al Congreso por seguidores de Bolsonaro, incapaces de aceptar la victoria en las urnas de Lula da Silva. Nos gustarán más o menos los presidentes electos y sus ideologías, pero hay que respetar las reglas de la democracia o estamos perdidos.
Mientras el lenguaje se empobrece, nuestras neuronas también lo hacen. La estupidez y la incultura solo engendran maldad.
Todo apunta a que la involución de la raza está servida.
Vicent Gascó
Escritor y docente.