Publicado por Javier Somalo en Libertad Digital 24/04/2020
El ministro Salvador –mal nombre– Illa nos dice compulsivamente que hay que lavarse mucho las manos. Lo repite con mirada nerviosa y un característico tic que aprovecha para subirse las gafas arrugando la nariz. Suele insistir también en que hay limpiar mucho más las cosas de casa y las de fuera y que, a veces, hay que llevar mascarilla porque es recomendable, o necesario si las hubiera o ya veremos cuando las haya. Cuando termina la jaculatoria, y precedido de un «por tanto», vuelve a resumir lo que él llama «ejes»… lavarse las manos, limpiar mucho y lo de las mascarillas obligatoriamente recomendadas. Y de nuevo arruga la nariz para subirse las gafas sin usar las manos, quizá por no contagiarse.
Fuera de ese espasmo declaratorio, según parece, el ministro persigue a los murciélagos. No sabe ni por dónde sale el sol en España o cómo colar las «gangas» del «mercado loco» pero cree demostrado que el confinavirus procede de esos horrendos mamíferos nocturnos voladores que en verano nos libran de los mosquitos. Teníamos pendiente hace medio mes un estudio epidemiológico, siempre «inminente», pero no va a poder ser de momento. Si acaso, la semana que viene. El estudio durará unas ocho semanas más pero el ministro trató de tranquilizarnos: «No hará falta esperar al final del estudio para tener datos preliminares», que es lo que suele pasar con los datos preliminares y por eso se les llama así.
El doctor Fernando Simón, epidemiólogo negacionista converso, es capaz de decir que después de incrementar los PCR (toma de muestras de ADN), «la epidemia va incluso mejor de lo que pensábamos. Pero –aclara– lo cierto es que los datos hay que interpretarlos con más cuidado». Ya todo hay que interpretarlo «con más cuidado», sobre todo desde que el virus no iba a pasar por España o lo haría de visita rápida y sin quitarse ni el abrigo pese que se disponía de informes que nos ocultaban todo lo contrario. De hecho, al propio Simón hay que interpretarlo con sumo cuidado en cualquiera de sus facetas, también en la de agitador de la censura, novedosa rama de la epidemiología.
Tras el estruendoso escándalo protagonizado por el General de la Guardia Civil José Manuel Santiago el comité técnico le brindó un aplauso. Ese día, el doctor aparcó en la curva y se puso las estrellas del general sobre la rebeca. «No es decente» criticar aunque sea porque nos vigilen las críticas para «minimizarlas». No es decente, misma frase que Pedro Sánchez espetó a Mariano Rajoy en un careo electoral televisado. Así que somos los demás, los ciudadanos, incluidos los cientos de miles de familiares y amigos de los veintitantos mil muertos, los que tenemos que decirle al científico «eppur si muove, doctor Simón» cuando nos mande callar. En voz baja, como Galileo, por si nos oyen Ana Pastor y otros ministros de La Verdad. Pues no, no habrá abjuración aunque rujan las hogueras. No aquí, al menos.
Dicen en su descargo los del equipo del presidente que están «al límite». Y lo están, pero desde que empezaron, si no antes. Ese es sin duda el pecado original.
El vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, al fin consiguió su atril para susurrar a los niños y para que los padres y madres, o sólo las madres en caso de familias «monomarentales», tomaran nota de que él sí quería sacarlos de paseo pero los socialistas, que son malos, no. Altivo y de Zara, como manda la hipocresía comunista galapagueña, se arrancó con un muy castrista «quiero dirigirme a los niños y las niñas…».
Relajando el siempre fruncido ceño y ayudado para la ocasión con su coleta más tensa jamás conocida, canturreó:
«Habéis tenido que dejar de ir al colegio y estar con vuestros profesores y con vuestros amigos, habéis dejado de ver a muchos amigos y a muchos familiares, tenéis que jugar en casa y no habéis podido salir a la calle a jugar, y quiero daros las gracias».
Terminado el estribillo de Rosa León, admitió la estafa: «Paso a concretar ya con un lenguaje un poco más serio…». Lo otro era de broma. Ese lenguaje serio incluyó un detalle de la nueva norma: «Se permite correr y saltar». Un alivio.
Tras aludir al «sentido común de la gente y el sentido común de los niños y las niñas» y proponer que el aplauso de las ocho de ese día se dedicara también a los hijos de los votantes, Iglesias se mostró satisfecho porque «la clave de que el confinamiento esté funcionando es de la ciudadanía». Que el confinamiento esté funcionando significa que la gente, efectivamente, no sale. Pero, ¿está sirviendo? Para Iglesias es lo de menos. Confinar suena bien. Y levantar eventualmente confinamientos es una muestra de poder irresistible, es el dedo del César en paralelo a la arena decidiendo si hay muerte o perdón ante miles de almas en vilo llenando el circo y pagando –ojalá fuera tan poco– los diezmos. En todo caso, nunca me han gustado los comunistas hablando de paseos.
Y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez… el presidente del Gobierno ni siquiera honra a los muertos. Lo hace en su lugar la ministra de Defensa, Margarita Robles, en el Palacio de Hielo donde ya no sé quién se atreverá a patinar. Su lugar ya sólo debería ser un banquillo en el Tribunal Supremo. Desde que gobierna sólo le doy la razón a medias en una cosa: «el 95 por ciento de los ciudadanos de este país» no duerme gracias a él.
Tenemos las manos despellejadas de tanto jabón, alcohol y lejía. Están las casas tan limpias como siempre y si nos topamos con alguien, por necesidad o casualidad, es como si nos acercáramos a un acantilado en un día de viento. Corzos, cabras y jabalíes se asoman a la urbe a ver qué ha pasado porque, por lo visto, corre el aullido de que nos hemos ido a no se sabe dónde. Nos confinamos de maravilla, ¡qué bien nos confinamos!, mientras mueren al otro lado. Camino de los 23.000, según las cuentas oficiales a la baja.
Hablan de los muertos como tasa, como la prima de riesgo o los vaivenes del IBEX. Repunta, mejora… Y si juntamos mentalmente a 400 personas diarias para verlas morir de lo mismo antes del siguiente amanecer nos damos cuenta de que, aunque sean menos que ayer, es un tren AVE de doce o trece vagones con todos los asientos ocupados, todos los días. Sí, es verdad, antes no cabían ni en dos trenes diarios.
El País nos regala extraordinarias imágenes del hospital La Paz. En todas ellas aparece personal médico ataviado con monos blancos, máscaras y pantallas faciales, calzas cubrezapatos, guantes altos… los famosos Equipos de Protección Individual (EPI) en perfecto estado de revista. Y las fotos serán ciertas pero hay cerca de 34.500 profesionales sanitarios infectados y una treintena de fallecidos, que se sepa. Y esas fotos serán reales pero el Consejo General de Enfermería de España ha presentado querella criminal en el Tribunal Supremo contra los adalides del confinavirus: Simón, Illa y Sánchez.
En una nota explicativa de la querella el Consejo alega no comprender…
«…cómo, conociendo el Gobierno y el Ministerio al menos desde finales de enero la existencia y el alcance de la gravedad del virus, no se pusieron en marcha las actuaciones necesarias para dotar a los profesionales sanitarios de los medios y materiales de protección necesarios, a lo que hay que añadir la entrega de materiales defectuosos (como mascarillas) o los test sin la fiabilidad suficiente».
Pero, como dijo Iglesias en su mensaje televisado a los niños y las niñas: «La clave de que el confinamiento esté funcionando es la ciudadanía». Quizá sea lo único que está funcionando aunque en muchas casas y empresas se decidiera antes de que lo decretara el Gobierno, cuando más hacía falta y aún se coreaban las consignas del 8-M. Ahora se quieren apuntar el mero confinamiento como una conquista agradeciendo la obediencia, la «disciplina social» y sin aportar nada a cambio. De paso, quedan también confinadas quejas, críticas, ideas, propiedades y capacidades de producción e investigación.
Mueren los que conocieron tiempos peores, mueren los que no habían ordenado todavía sus cajones, los que pasaron de sonreír con un ingenioso meme a quedarse sin aire en los pulmones y sin tiempo para comprender su partida en la ruleta. Son cosas de la curva.
Sánchez, Salvador, Simón e Iglesias sólo habían pensado en esta –ahora sí– España vaciada. Para salir, que es lo complicado y por eso lo llaman «desescalar», quieren contar con las comunidades autónomas y siempre con esa «disciplina social» que, además de aplaudir, parece librarles de toda culpa sin rechistar.