
Y las calles siguen llenas de confeti.
Nos parezca bien, nos parezca mal, pensemos que son muchos o incluso que son demasiados, es un hecho: convivimos con perros.
Las ciudades, Castelló en concreto, no están preparadas para que los perros tengan un día a día con un mínimo de bienestar o pongan cómodamente sus patitas en algo agradable. Por un lado, tenemos la crecida del cemento sobre lo verde. Plazas que antes eran de tierra y césped se convierten en espacios llanos, con cerámica y cuatro árboles en macetas. Y no, no me vale como espacio verde aceras anchísimas con cuatro jardineras.
Pero ojo, que existe el pipicán, para que salgas de casa con tu perro, en un entorno complicado y vayas aguantándolo hasta llegar allí y soltarlo con otros perros que han tenido el mismo camino. ¿Qué puede salir mal? Pues lo curioso es que algo salga bien.
Aquí siempre ha estado la prohibición de llevarlos sueltos, sin embargo, antes de estos metros vallados llamados “espacios de esparcimiento canino” era habitual ver perros sueltos en los parques a horas de poca afluencia de personas… perros más o menos educados, pero lo suficiente para que, en caso de ver de lejos un coche de policía, llamarles, atarles y disimular. Je, ¡ve y llama a un perro que está jugando en el espacio de esparcimiento a ver dónde te manda!
El antes y el después del pipicán
Con la llegada de estos espacios cerrados llegaron las multas (o amenazas de estas), con lo que la presencia de perros sueltos se trasladó a estos recintos.
Y, ¡sorpresa!, las calles siguen igual de limpias o igual de sucias que antes. La gente sin empatía que tira papeles, cristales, deja cacas, chicles y colillas sigue siendo la misma. Y sí, también continúa habiendo confeti (y eso no es responsabilidad de las personas individuales). Que, de acuerdo, el confeti, un papel o un plástico no te pringa el zapato, pero no deja de ser una marranada.
Al igual que lo es cruzar el semáforo de peatones en horario escolar cuando está lleno de niñas y niños esperando. A ver si va a ser que nos falla eso de la empatía.
De la caca de palomas, del número de ratas, etc., mejor no hablo, ¿no?
Mejor, vuelvo al esparcimiento.
¿Qué sería eso, lo ideal?
Pues un momento, unos minutos, 20 por ejemplo, de poder estirar las patas sin nada que sujete el cuerpo, a ritmo (voluntario) cambiante, donde poder saludar a un colega canino sin la presión de su persona, donde poder evitar al que te cae mal, donde poder olisquear tranquilamente, poder oler el “he estado aquí” de otro y dejar su “me gusta” encima.
Algo estamos haciendo muy mal cuando los perros están empezando a mostrar preferencia por hacer pipí encima de los productos de limpieza…
Volviendo al paseo, ¿puede hacerse esto en un recinto cerrado? Sí, no, depende… como diría la canción: de según cómo se mire, todo depende.
¿De qué depende?
- Tipo y diseño del espacio: Porque claro, no es lo mismo un recinto amplio, con árboles, sombra, suelo de tierra o césped, que un cuadrado vallado con cuatro objetos de agility. Aquí no hay doble puerta de seguridad, lo cual ya empieza mal: hay recintos con una sola puerta que da directamente a una calle, otras con varias entradas que pueden estar abiertas, cerradas o, peor aún, donde puede entrar alguien sin darte cuenta. Un error de diseño puede ser la diferencia entre un espacio seguro o un susto.
- Número de perros: Muchos de estos espacios están sobre saturados en ciertas franjas horarias. No sé para cuantos perros está pensado cada recinto, pero yo he llegado a contar 30 en el mismo… corriendo, ladrando, jugando o peleando. Eso no es “esparcimiento”, es descontrol. Y no todos los perros lo toleran. ¡Y la vecindad tampoco!
- Elección de compañeros de juego: Aquí no hay opción de elegir. Entras y ya está. Si tienes un perro con miedo, con traumas, con necesidad de espacio o simplemente poco compatible con lo que hay dentro, ese lugar no es para ti. Y no deberías tener que elegir entre eso y que se fastide.
- Acompañamiento o no de la persona: Porque hay algo que nadie dice en voz alta, pero que pasa constantemente. El pipicán se ha convertido muchas veces en un espacio de encuentro social… para las personas. Gente en corrillo, charlando, mirando el móvil, mientras los perros corren, se enfrentan, se agobian, aprenden conductas que no siempre son buenas. A veces parece más el patio de un instituto descontrolado que un espacio pensado para el bienestar animal.
Al final, lo que debería ser un lugar para que los perros estén bien se convierte en una mezcla de adolescentes caninos haciendo el bruto, perros de otras edades que se unen a ello por inercia y personas que no siempre están atentas. Y claro, quien tiene un perro con necesidades distintas, directamente ni se plantea ir.
Espacios para todos los perros
Y ahí es donde se nos abre una gran puerta que seguimos sin querer atravesar: ¿por qué no diseñar espacios verdaderamente diversos, accesibles y seguros para todos los perros?
Estaría muy bien que existieran zonas específicas donde pudieran acudir perros con miedo, donde el ritmo fuera más tranquilo, donde no haya presión, ni juegos bruscos, ni ladridos continuos. Lugares pensados para que esos perros, que también existen y sienten, puedan tener un momento de libertad sin estrés.
También sería justo que los mal llamados PPP —Perros Potencialmente Peligrosos, etiqueta tan discutible como estigmatizante— pudieran disfrutar de un rato de estar sueltos, sin bozal, en un entorno controlado y seguro. ¿Por qué no facilitar espacios en los que puedan moverse con libertad, lejos de prejuicios y miradas incómodas?
Lo mismo para perros con enfermedades crónicas, con dificultades motoras, mayores… o simplemente distintos. Para esas personas que aún no se atreven a soltar a su cachorro, que tienen dudas, inseguridad, y no quieren lanzarse a la jungla del pipicán tradicional.
Porque en el fondo, un espacio de esparcimiento canino seguro y pensado para el bienestar, debería ser un lugar que da cabida a las necesidades, no un lugar donde se priorice la comodidad del mobiliario urbano.
Pero, ¿qué es un pipicán realmente?
En teoría, un pipicán es un área delimitada dentro del espacio urbano destinada al uso exclusivo de los perros. ¿Pero qué es en la práctica? Pues muchas veces un rincón olvidado con un poco de tierra apisonada (cuando hay suerte), vallas que parecen haber sobrevivido a una guerra, bancos desvencijados, puede que una fuente, algún objeto de Agility y, si se tercia, una papelera con bolsas (si no están agotadas).
El diseño más habitual se basa en un cerramiento metálico y una puerta doble para evitar fugas y poco más. Aquí ni siquiera hay doble puerta. Si empezamos por la falta de seguridad, de las necesidades reales de la especie mejor no hablamos…
Diseño y gestión: la clave del éxito
Hay modelos en otros lugares donde el concepto de “pipican” se transforma en “parque canino” real:
- Áreas divididas por tamaños o necesidades.
- Zonas con césped natural, caminos de tierra, elementos para trepar o esconderse (lo que sería “un parque”)
- Acceso regulado por turnos u horarios
- Fuentes adaptadas
- Mantenimiento frecuente y desinfección real
Pero ojo, esto continuaría dejando fuera del espacio a muchos perros.
¿Es tan difícil pensar en esto cuando hablamos del bienestar animal? Porque a veces parece que el pipicán se diseña más para callar a las personas que tienen perro que para beneficiar a los perros mismos.
Pienso que los pipicanes deberían quedar exclusivamente para perros con necesidades específicas. Otras ciudades abogan por horarios compartidos en los parques y funciona muy bien.
El modelo de horarios compartidos: una alternativa real
Puedo entender que la convivencia no es agradable para todas las personas, ojo, que tampoco lo es para todos los perros. Soy conocedora y he disfrutado de ciudades en las que funciona muy bien el tema de los horarios en parques públicos.
Yo no digo que puedas llevar a tu perro suelto en el parque a las 17:00 de la tarde, pero,¿qué tiene de malo hacerlo, por ejemplo, hasta las 8:00 de la mañana y a partir de las 20:00 de la noche, cuando ya no hay criaturas jugando?
Con medidas mínimas como estas, muchas personas evitarían usar los pipicanes y recuperarían algo que antes era natural: pasear en libertad, aunque sea unas horas.
Una cuestión de empatía (y no solo hacia los perros)
Al final, nos gusten o no los perros, pensemos que es su lugar ideal para vivir o no, viven aquí. Y sí, a mí me importa y mucho su bienestar.
Es más, pienso que una sociedad que los trata bien es más empática, sensible, amable, respetuosa, capaz y educadora. Sin embargo, incluso poniéndome en el lugar de las personas que no los soportan (que no los soportan, no que les temen), incluso para estas personas sería mejor que aquellos a los que no soportan vivieran mejor, porque ello conllevaría que molestaran menos.
Esto va más allá de los animales. Se trata de cómo concebimos el espacio público, cómo priorizamos unas molestias sobre otras, cómo elegimos sancionar o permitir, cómo construimos ciudad.
Porque una ciudad amigable no va de lugares petfriendly, que también. Pero ojo, que tu perro pueda entrar en una tienda no significa que tu perro esté bien en esa tienda. Puede haber lugares petfriendly, pero perros que no toleren esos lugares.
No se trata solo de colgar un cartel. Se trata de entender de verdad lo que necesitan.
Esto no va solo de perros
Muchas personas han visto convertido el paseo de sus perros en una continua lucha por llegar al pipican (quito, para, no tires…) donde nada pueden gestionar para luego soltarle y que haga eso que no sabe: gestionar.
Muchos perros que necesitarían un espacio seguro no pueden disfrutar de él.
Las normas respecto a los perros, lejos de facilitar la convivencia, simplemente son restricciones que castigan elementos esenciales de su día a día y que, lejos de tener en cuenta su naturaleza y comportamiento, escondan sus necesidades bajo una llave, valla o sanción.
¿Tan complicado sería comenzar un proyecto piloto en un parque público con horarios compartidos? ¡Va! ¡Que ni siquiera costaría un euro! Un sitio donde poder probar, escuchar, ajustar necesidades y, sobre todo, teniendo en cuenta que son parte de la ciudad.
Y dejemos los espacios cerrados para los que realmente los necesitan.
Una ciudad donde los perros están bien también será una ciudad donde las personas están mejor. Aunque no les gusten los perros.
M Cinta Marí Marco. Educadora Canina