Con la venia: ¡Muy feliz compleaños!
No me cabe duda de que las noticias seguirán centradas en la DANA y sus consecuencias, aunque también se anuncian novedades que serán tremendas durante unas cuantas horas, y luego quedarán en bulo, en polvo, en nada.
Así tendremos a nuestro alcance toda clase de motivos para estar enfadados, inquietos y asustados. Como siempre.
Pero hoy, por combatirle un algo a tanta discordancia y tanta furia impuesta, quiero hacer un paréntesis y celebrar el aniversario de un lugar maravilloso.
Corría el año 53 o por ahí, y mi Padre ya había desempeñado una jefatura de CAMPSA, en subsidiaria -de frontera- que era una mezcla perfecta de Patio de Monipodio y Campo de Agramante.
El Viejo, mientras estudiaba la revuelta situación, aprovechó para adecentar la Dependencia -que según frase de moda entonces tenía más mierda que Dios talento- y rehacer el organigrama. Luego, con tijeras y paciencia, saneó el desempeño de la tripulación y sacó a la nave de su deriva.
En definitiva: solucionó los problemas que el contrabando -ancestral en aquellas tierras- producía sin parar.
Naturalmente La Santa Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, se lo agradeció con una promoción. Es decir; otra jefatura más cabrona que la anterior. Otro regalo envenenado.
Para ponerlo en antecedentes, se le endosó una comisión de servicio en la madrileña Central: unas semanas para entender los problemas con los que habría de lidiar. Que no eran pocos. Y a Madrid nos fuímos.
Ignoro porqué motivo, pero mi Padre, el día de su comparecencia en La Santa Central me llevó en su compañía. Iba yo hecho un pincel: bien peinado, arregladito, sin una arruga, y con los zapatos lustrados. Y la Madre me había leído la cartilla, por si acaso.
Fui presentado, saludado, agasajado y festejado. Incluso se escucharon mis respuestas, celebrando que un niño -aún vestido con pantalón corto- fuera tan gracioso y listo.
Eso sí, nadie me llamó guapo.
Como Padre tenía que conversar con varios jefazos, se designó a una de las Auxiliares de la sección de mecanografía para que me pastoreara. Vano empeño: para mí aquello era una fiesta y…me solté.
No monté ninguna algarabía, pero anduve curioseando, preguntando, estorbando, dando la tabarra y tocando los testes por todo el Departamento de Explotación.
Por fin, a la bendita mecanógrafa -que no se había visto en peores- alguien le sugirió que me llevase a la cafetería y me atiborrase de suizos, a ver si con la boca llena me callaba. Y así lo hizo, con cierto éxito.
Curiosamente, cuando apareció Padre y fue informado de mi exceso de alegría infantil, no puso mala cara. Incluso se rió un tanto. Pienso ahora si no lo había planeado todo para potrear un poco a la que él llamaba la Oficina Siniestra.
El caso es que al día siguiente volvimos ambos a personarnos en Central, y fuimos a saludar al Jefe del Departamento, el cual nos miró, frunció el ceño y dijo:
-Caramba, Díaz, ¿Hoy también sois dos?-
Mi progenitor le aseguró que no habría problema y que, en unos minutos, volvería él solo. Sonrió el Jefe y de inmediato salimos de La Casa.
Cruzamos un bonito paseo arbolado, y nos encaminamos a un formidable edificio que estaba justo enfrente de La Central.
De camino el Viejo me aseguró que iba a ver el sitio más bonito del mundo.
-¿Del mundo?-
-Del mundo entero, Manolo. Y si te portas bien te traeré todos los días que estemos en Madrid-
No entramos por la puerta principal, fuimos a por la izquierda, donde nos esperaban unos señores vestidos de azul, que trabajaban allí, y a los que fui encomendado.
Entramos y, mientras los mayores seguían charlando amablemente, me adelanté unos pasos, quedé solo y miré a mi alrededor.
De las paredes colgaban cuadros magníficos, brutales, absolutos. Quedé mudo por dentro, y hube de apoyarme en una mesa circular que ocupaba el centro de la sala.
Estaba en la rotonda de los Primitivos Flamencos, tenía una mano puesta sobre la Mesa de los Pecados Capitales -casualmente en la cartela de La Lujuria- y me atronaba los ojos El Jardín de las Delicias.
Estaba en el Museo del Prado.
Lo recorrí durante dos meses, reflejándome en el espejo que entonces había enfrente de Las Meninas, babeando ante la Eva de Durero, agradeciendo aquellas bofetadas visuales de las Pinturas Negras, devorando con los ojos los cartones del Sordo…por primera vez en mi vida vi la belleza a borbotones.
Mi Padre no me había mentido: era el sitio más bonito del mundo entero, y allí fui feliz como nunca antes.
Hoy, día de su 205 cumpleaños, quiero felicitar al Prado por existir.
Y a todos nosotros por tenerlo tan cerca.
B.S.R.
Para el Prado no me atrevo a recomendar música alguna. Servíos lo que os guste. Y sea en buena hora.
Manolodíaz.