La derecha y la ultraderecha no pueden soportar que la izquierda esté al frente de las instituciones democráticas.
Es una situación que les genera una mezcla de insatisfacción y ansiedad que les impulsa a dibujar una España que no existe, en la que todo son catástrofes. Por necesidad son decididamente apocalípticos y mentirosos. A veces derechío y facherío juegan a hacernos creer que discuten, aunque todos sabemos que allá donde sumen unirán sus destinos para mandar. Y digo mandar, porque mientras la izquierda gobierna, la derecha manda.
Son la derecha sin complejos, como ya reivindicó hace veinte años el señor de la guerra de Irak (ya entonces nos mentían con las armas de destrucción masiva).
Sostienen lo que sea con tal de erosionar al Gobierno, siempre convenientemente ayudados por la ‘Brunete mediática’. Hasta llegaron a decir que la pandemia fue culpa de las manifestaciones del 8-M de 2020. O que aprovechando la coyuntura Pedro Sánchez había instaurado una dictadura.
Recurren a lo que sea, si es preciso resucitan a ETA. Hasta son capaces (Pablo Casado y Núñez Feijóo) de ir a Bruselas a despotricar del Gobierno de España en un burdo intento de que los Fondo Europeos de reconstrucción no lleguen a nuestro país. El objetivo es que todo vaya a peor cuando ellos no mandan. Porque a ellos no les gusta gobernar, les gusta mandar.
Su ‘cuanto peor, mejor (para el PP)’ les delata como antipatriotas. Se envuelven en la bandera de España pero les molesta que la sociedad avance, que poco a poco culminen los proyectos y mejore la calidad de vida de las ciudadanas y los ciudadanos.
Hicieron todo el ruido posible para intentar desacreditar el ejemplar proceso de vacunación que se puso en marcha en España, se oponen a que suba el salario mínimo interprofesional, se oponen al incremento de las pensiones, se oponen a la reforma de las pensiones pactada con Bruselas (Núñez Feijóo reivindica la política de Macron que ha incendiado al país vecino), denigraron e hicieron chanza de la excepción ibérica hasta que la realidad les pasó por encima como un reactor…
El PP es ‘el partido del NO’, la formación política negacionista de la realidad, y sus dirigentes se rasgan las vestiduras allí donde llega a buen puerto un proyecto que acaba beneficiando al conjunto de la sociedad. Su cortedad de miras electorales hace que les moleste todo: el éxito que supone para la Comunitat Valenciana la gigafactoría de Volkswagen en Sagunto, la cesión a la Generalitat de los terrenos anexos al Aeropuerto de Castellón para crear un polo industrial vinculado a la aeronáutica e, incluso, que el Ayuntamiento de Castellón que preside Amparo Marco haya cumplido con los vecinos de la zona sur de la ciudad cambiando el césped de las instalaciones municipales de Gran Vía.
Les molesta y les duele. Ellos y ellas prefieren que todo vaya mal, para ir a hacerse fotos y vídeos anunciando el fin del mundo.
Pero para su desgracia, el mundo sigue girando. Es algo que deberían tomar con calma, con naturalidad, sin dejarse llevar por esa ansiedad que a veces les lleva a no pensar lo que dicen para acabar reivindicando en una institución democrática y en nombre del Partido Popular a un señor condenado por corrupción como sucedió el pasado martes en Castellón.
Rafa García. Periodista
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