No lo haré

No lo haré

Con la venia: ¡Que no, carajo!

 

Que no me curraré esa página.

Y créeme: no es por ganas de hacerme el sabidillo, ni el diferente, ni ná de ná.

Es que tengo muy buenas razones para ahorrarme todo ese taladrazo.

Te cuento los detalles y verás que hay porqués de peso.

Para empezar, no haré el famoso balance anual.

Desde que fui cajero en Mahón -cuando trabajaba para CAMPSA- hago a diario dos arqueos. El matinal me dice la plata que queda hasta el día de la próxima cobranza.

De la escasa cantidad en mi poder me embolso un modesto estipendio para el día. Y añado una mijita por si acaso. Invariablemente hay acaso, y el nocturno conteo me cuenta que gasté más de la cuenta.

En consecuencia, cada noche maldigo un poco en arameo, y me empiltro riéndome de mi sisifísmo monetario.

Y ese es todo el balance que necesito.

En cuanto a plantearme heroicos propósitos para el año entrante, no lo haré.

Para mí -que soy tan tardo romántico como unas cacas de cabra sobre un pastel de boda- sería caer en una trampa.

Desas que luego producen melancolía.

Por tanto no voy a dejar de fumar mis cuatro cigarros diarios -los llamados Vueltabajos- que tanto me entretienen en su manufactura.

Que sepas que a cada uno le pongo papel de bajo residuo, una cara boquilla de pipa con carbón activado, y el tabaco de menos aditamentos que hay en el mercao.

Vale que no tardo menos de diez minutos en el montaje, pero el resultado es largo, cilíndrico y ardiente. Es lo único que me queda con esas características.

Pero además, tengo un motivo razonable para fumar: ya que el universo mundo -con su inverecunda contumelia- me tiene todo el día hechando chispas, es coherente que yo tire algo de humo y atufe un poco al enemigo.

No intentaré bajar -ni subir- de peso.

Dicho sea sin falsa modestia, tengo un tipazo que es la envidia y el reconcomio de los mis seis compañeros de bachillerato que aún respiran. Y eso no tiene precio.

No cruzaré la puerta de ningún gimnasio, si no es para recoger alguna fibrada y madura alumna e invitarla a una merendola.

Esta excepción aparte, te digo que en mis manías no entra esa de pagar por sudar.

Mantengo como divisa laboral que: hora sudada, hora cobrada.

Y si no hay cobror, no habrá sudor.

No estudiaré inglés bajo ningún concepto. En mi mundo no es necesario.

Puedo hacerme entender en tardolemosín grauero, panocho cartagenero, ladino taleguero, neochurro primitivo, lunfardo clásico, francés del Oranesado, italiano pedregoso, catalá prou be y castellano común. Este último con cuatro variantes peninsulares y tres ultramarinas.

Ítem más: me niego a dejar de pronunciar -silabeando claramente cada erre- Carolina Herrera y/o Geraldine Farraro.

Y a la hora de escribir no cambio la bendita y recia J por el puñetero dígrafo Kh.

Pero sobre todo tengo una razón filosófica para mi negativa: no hablaré ningún idioma en el que las palabras libre y gratis suenen igual.

Resumiendo; no soy, como tú, un jodío jovencito cincuentón. Ya estoy casi pisando los ochenta junios. A mi, con suerte y seis trailers de aspirinas, no me quedan más de sesenta años de vida.

Comprenderás que no estoy para gastar tan poco tiempo en balas de salva.

Salud que tengas.

Manolodíaz.