Un signo inequívoco de la vitalidad de la escuela pública es la creación de espacios de debate en los que escuela, familia, Administración y sociedad tengan la oportunidad de intercambiar puntos de vista y experiencias acerca de los nuevos retos que se nos plantean en el S.XXI. Eso es lo que se consiguió el pasado...
Un signo inequívoco de la vitalidad de la escuela pública es la creación de espacios de debate en los que escuela, familia, Administración y sociedad tengan la oportunidad de intercambiar puntos de vista y experiencias acerca de los nuevos retos que se nos plantean en el S.XXI. Eso es lo que se consiguió el pasado sábado 30 de marzo en el Teatro Serrano. Se llenó de voces dispuestas a reivindicar el lugar que corresponde a una escuela pública, que ha tenido que luchar a lo largo de la historia por ocupar el espacio que le pertenece.
Los presentes en la mesa, María Ángeles Llorente, Carmen Agulló, Juan Corchado y José Manuel López Blay, fueron desgranando los principales ámbitos sobre los que centrar esfuerzos que contribuyan a convertir a la escuela pública en una escuela que responda a las demandas sociales actuales:
– Una escuela democrática, en la que docentes y familias encuentren espacios de participación real, partiendo de la confianza mutua.
– Una escuela inclusiva, de todos/as y para todos/as, en la que sobren las etiquetas y se respeten las diferencias.
– Una escuela viva, con capacidad para dar respuesta a las nuevas necesidades que plantea una sociedad global.
– Una escuela que fomente el pensamiento crítico, que forme ciudadanos que se rebelen ante las injusticias y que sea capaz de trabajar para crear sinergias que favorezcan la convivencia.
– Una escuela coeducativa en su forma, pero sobre todo en su fondo. En la que los alumnos y alumnas se reconozcan como partes complementarias de la sociedad global a la que pertenecen.
– Una escuela laica en la que se respeten creencias individuales y que reserva al ámbito privado las manifestaciones concretas de las mismas.
– Una escuela que cuide el ámbito rural. Porque si queremos revitalizar nuestro entorno, ello debe comenzar por dotar de oportunidades reales a la población que vive en las zonas no urbanas.
– Una escuela familiar, alejada de los modelos actuales en los que los macro centros no favorecen las relaciones humanas y el trato cercano.
Y todo ello bajo el paraguas de una administración educativa que ponga en valor el trabajo de unos docentes que desarrollen una educación integral y no meramente académica de su alumnado. Bajo un sistema de inspección dinamizadora de la actividad escolar que se convierta en un puente de comunicación efectiva entre los centros y la Administración. Y cómo no, bajo una Administración que se replantee los procesos de selección del profesorado y prime en los mismos la capacitación práctica y pedagógica frente a la meramente académica.
Pudiera dar la impresión de que la Escuela Pública está en pañales ante las ambiciosas mejoras que se proponen a partir del debate surgido. Pero nada más lejos de la realidad. Lo único que ocurre es que lo que no se cuestiona, no tiene posibilidades de avanzar. La Escuela Pública está plagada de docentes implicados en sus proyectos educativos, con vocación y con pasión que creen fervientemente en el papel que juega la educación en la formación de ciudadanos libres.
Docentes que piensan y repiensan su trabajo con el alumnado y las familias y que se reinventan cada día para seguir conectando con las generaciones que pasan por las aulas. Que no solo saben el nombre y apellidos de todos y cada uno de los niños y niñas, de los adolescentes que ocupan el espacio de las aulas, sino que conocen las historias que los/las preceden.
Y toda la profesionalidad en la mayoría de ocasiones desde la sombra, porque la Educación Pública no tiene una relación mercantil con las familias. No ve clientes en sus niños y niñas. Los docentes de la educación pública creen en lo que hacen, en lo que son. Y desde Segorbe Participa creemos en una escuela pública que no se estanque en el mantenimiento, que crezca gracias a la inversión en su mejora. Toca arremangarnos y ponernos a trabajar, juntas/os, docentes, políticos/as, y familias, porque las nuevas generaciones del Alto Palancia se lo merecen.